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Allá por los tiempos de la fundación de Roma, el guardia del templo de Hércules, de la capital del La­cio, invito, cierto día de fiesta, honrada sin duda con media docena de buenos tragos, a echar una partida de dados al propio dios de la maza y de los famosos «tra­bajos».

Como la cosa le agradaba, Hércules aceptó encan­tado, sobre todo cuando su osado contrincante, atre­vido e inocente, por supuesto, ya que osaba enfrentarse con semejante barbián, le dijo sonriendo:

—El precio de la victoria será una buena comilona y como postre, una hermosa muchacha.

No hay por qué decir que Hércules ganó no una, sino todas las partidas, y que su contrincante, encima de arruinarse por satisfacer el apetito del forzudo dios (pues era fama que se comía un buey de una sentada, sin esfuerzo), con el fin de cumplir lo prometido, se las tuvo que ingeniar para procurarle, de postre, la joven que pasaba por ser la más hermosa en Roma por en­tonces: Acca Larentia.

Esta mujer, según parece, de extraña belleza, prac­ticaba una especie de prostitución civil. Conocida de pastores, a los que vendía su hermosura, Acca Larentia fue apodada por ellos «la Loba». Vivía en una pequeña cabaña, a la que se conocía con el nombre de «Lupa­nar».

Y hay quien asegura que esta «loba», Acca Larentia, mujer de deshonestos tratos, fue la que en realidad amamantó a Rómulo y Remo, los fundadores de Roma. «La Loba» poseía, gracias a su impúdico comercio, las siete colinas sobre las cuales se iba a efectuar la fundación de la inmortal ciudad.

Cuando el dios Hércules se dio por satisfecho de los encantos de la hermosa Acca Larentia, le dio como pago este consejo:

—Procura entrar al servicio del primer hombre que encuentres al salir de mi templo.

El primer hombre que halló Acca fue un etrusco lla­mado Tarutios, hombre enorme que tenía más dinero que pesaba. A Tarutios le pareció estupendo tomar una servidora tan guapa. Y de tal modo se aficionó a sus servicios que terminó, para asegurárselos, por casarse con ella, nombrándola de antemano su heredera uni­versal.

El pobre Tarutios no tardó en morir. Y de esta ma­nera Acca Larentia se vio libre del marido y atada, por el contrario, a una fortuna considerable, cosa que nunca viene mal a nadie.

Y como esa fortuna consistía en vastos dominios (entre ellos estaban incluidas las siete colinas), a su muerte se los lego a Rómulo y Remo para que pudieran fundar Roma.

 

Bibliografía

Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.

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