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En toda la poesía a griega no existe una diosa más pura, virginal y hermosa que brille como Artemisa, la hermana gemela de Apolo.

Artemisa era hija de Zeus y de Leto, y quizá por ser melliza de Apolo la variedad de facetas, de dones, de atributos, es decir, la complejidad de este dios flecha­dor y hermoso, la encontramos asimismo en ella en muchísimas ocasiones.

Diana nació en primer Lugar. Y al considerar las muchas penas y molestias que había pasado su madre, Leto, al dar a luz, pidió a su padre Zeus que le permi­tiese permanecer siempre soltera, lo que le fue conce­dido, haciéndola diosa de los bosques y de la cacería en la tierra. Su padre le dio por séquito sesenta ninfas, llamadas Océanas u Oceánidas, y otras veinte llamadas Asías, y en el cielo la constituyó en Luna.

La caza era su constante ocupación, por lo que se la representa con una túnica corta, recogida por un lado, llevando arcos y flechas, con la media Luna sobre su frente y perros de caza a su alrededor.

En una ocasión en que cazaba por los bosques, Ac­teón, hijo de Aristeo y de Antonea y nieto de Cadmo, faltó al respeto a Diana y a sus ninfas. La diosa, para castigar semejante desacato, le transformó, en venado, y sus propios perros le destrozaron y devoraron.

Esta diosa cazadora de los pies ligeros no era, en definitiva, sino el doble femenino de su hermano Apolo. En muchas ocasiones se dejaba llevar por su carácter cruel y sanguinario.

A Orión, per ejemplo, el hermoso cazador gigante, le mató haciendo que le picara un escorpión que lanzó contra él, porque se había atrevido a desafiarla a tirar el disco.

El ser la diosa de la luz pura y fría del astro de la noche, la Luna, transformó a Artemisa en una casta vir­gen que jamás gozó de las delicias del himeneo, aun cuando tampoco de las torturas que a veces acarrea el amor.

Se decía que esta castidad, que en ella llegaba a verdadero odio a los hombres o al sexo contrario al suyo, provenía de haber asistido a su madre Leto, en el parto de su hermano Apolo.

Al parecer, las angustias y dolores de que entonces fue testigo la apartaron, para siempre, de toda inclina­ción hacia el contacto carnal y la hicieron cruel con cuantos quedaban seducidos por su extremada hermo­sura.

Diana era en Roma la divinidad que correspondía a la Artemisa griega. El más célebre de los templos que se erigieron en su honor fue el de Efeso, que pasaba por ser una de las siete maravillas del mundo. Su construcción duró doscientos veinte años.

Pero un día, Erostrato, hombre oscuro y vano, por el necio afán de que hablasen de él y fuese nombrado en la Historia, prendió fuego a aquel magnifico templo, la misma noche en que  nació Alejandro Magno.

 

Bibliografía

Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.

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