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Las tierras de la actual Colombia central, donde habitaban los chibchas, estaban en tiempos inundadas. Sobre la Sábana, el agua parecía infinita. La niebla cubría los alias picos de las montañas como un sudario. La oscuridad reinaba en el espacio.

El Omnipotente, que era la Luz y aquel en quien la Luz estaba, al ver la soledad de la tierra de los chib­chas, envió unos pájaros vigorosos y enormes para que con el batir de sus alas y el resoplar de sus potentes picos, ahuyentaran la niebla y llenaran el espacio de aire transparente y diáfano.

El Todopoderoso creó luego un ser radiante, inmenso, que rasgó las tinieblas, atravesó el espacio y calentó la Tierra, llenándola de luz. A este ser luminoso y bien­hechor, el Omnipotente le dio el nombre de Sua.

Sin embargo, Sua tostaba con demasiado ardor la tierra de los chibchas. Entonces, el Señor ordenó que se hundiera tras las montañas y creó otra criatura dul­ce y melancólica para que iluminase la Tierra cuando Sua se retirara. Esta fue Chia (la Luna).

Aun así, la tierra seguía desnuda. No había peces, ni pájaros, ni bestias, ni hombres.

El Señor se apiadó. De la laguna de Iguaque, allá donde moran las nieblas eternas, salió una mujer a la que llamó Bachúe (la fecunda). Y Bachúe saco de las aguas a un niño que apenas tendría tres años. Juntos fueron a los llanos, y allí edificaron su vivienda. El niño creció y se hizo hombre. Entonces Bachúe lo tomo por esposo y tuvo con él numerosos hijos.

Entonces el Omnipotente creó las bestias que pacen y las aves que vuelan en el firmamento.

Bachúe dictó leyes a sus hijos, los acostumbró a re­verenciar a los dioses y les enseño a creer en Chimini­gagua, hijo de todo Principio.

Los padres del pueblo chibcha habían llegado ya a una edad muy avanzada, y sus espaldas se doblegaban por el peso de la vida. Bachúe tomó de la mano a su esposo y se lo llevó a la laguna de Iguaque, su punto de origen. Y multitud de gentes les siguieron.

Entraron en el agua, y cuando ya estaban sumergi­dos hasta el pecho, Bachúe habló a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

—Venerad a los dioses tal como yo os he enseñado —les dijo—. Y amad la paz y la concordia.

También les exhortó a conservar y respetar las leyes. A continuación se despidió de todos en medio de abundantes lágrimas, y las ondas se cerraron dulce­mente sobre sus cabezas.

Al desaparecer bajo las aguas, aparecieron en el mismo lugar de la superficie dos serpientes.

—Eso es que el dios Chiminigagua los ha transfor­mado —dijo el pueblo.

Y desde entonces, las serpientes fueron sagradas para los chibchas.

Por aquel entonces, los chibchas eran buenos agri­cultores e iban de caza armados con arcos y flechas, tiradoras y dardos. Se adornaban con plumas de papa­gayo, hacían sus casas de madera y las techaban con paja. Pero desconocían totalmente la industria del teji­do y no tenían la menor noticia del arte.

Un día, por la llanura de Bacatá, por el lado donde nace el Sol, apareció un anciano venerable. Tenía la piel blanca, la barba crecida hasta la cintura y los cabellos largos, ceñidos a la frente por una cinta. lba descalzo, vestía larga túnica y sobre esta llevaba un manto cuyas puntas se ataban con un nudo en el hombro derecho.

—Es un enviado de Chiminigagua —dijeron los chib­chas al verle.

Y se arrodillaron ante él, deseosos de escuchar sus palabras. Lo llamaron Bochicha, es decir: Manto de Luz. Fue su maestro y civilizador, creador de las artes y de la civilización en general.

Por donde quiera que iba, enseñaba a las gentes el modo de construir sus casas, de labrar la tierra y pre­parar las sementeras, de cosechar el maíz, de hilar el algodón, de tejer mantas y adornarlas con indelebles colores. También les enseñó el modo de trabajar el oro y de fabricar joyas.

En sus predicaciones les dijo que el alma era inmor­tal; que los hombres, después de su resurrección, reciben el castigo o el premio de sus obras. Les ordeno que fueran austeros y puros, buenos y misericordiosos.

Vivió con los chibchas muchos años. Y un buen día, cumplida su misión, desapareció sin dejar rastro.

Pasaron los años y los chibchas empezaron a olvidar las enseñanzas de Bochicha. Llegó entonces una mujer de extraordinaria belleza llamada Huitaca, que fue el genio malo del pueblo. Enseñó el vicio y predicó la sen­sualidad y la venganza. Las señales que dejó de su paso por la tierra fueron el pecado y la disolución.

Bochicha, que velaba desde el cielo, convirtió a esta mujer perversa en lechuza. Desde entonces, sólo se atre­ve a salir de noche.

Sin embargo, Huitaca había destruido ya el germen del bien sembrado por el maestro. Indignado por tan­tos desmanes, Chibchachum, el dios de la Sábana, de­sato sobre la tierra abundantes lluvias. Se desbordaron los ríos y se inundaron las casas. Las gentes tuvieron que huir a los picos más altos de las montañas.

Pero allí, el hambre atormentaba a los hijos de Bachúe, porque ningún alimento había entre las rocas. En su desesperación se acordaron de Bochicha. Y llenos de angustia, elevaron sus preces pidiendo socorro, a la vez que hacían sacrificios y penitencias.

Entonces Bochicha se apiadó de ellos, acabó con el diluvio y se les apareció sobre el Arco Iris con una vara de oro en la mano.

 

Bibliografía

Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.

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