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Cuéntase que cierto día, el dios Siva de Java creó una mujer que excedía a todas en hermosura. La quiso hacer su esposa y, aunque ella se resistía al principio, se vio al fin obligada a acceder más que nada por los ruegos de todos los dioses.

Sin embargo, pidió una condición a Siva.

—Quiero —le dijo– que me proporcionéis un ali­mento quo nunca llegue a cansarme.

El dios puso entonces en juego los mayores recursos para alcanzar lo que la hermosa mujer exigía. Y sin pérdida de tiempo envió emisarios a las cuatro partes del mundo con la orden de recoger los más sabrosos y exquisitos manjares.

No obstante, todo fue en vano. Por más frutos que le llevaron a la bella mujer no se daba nunca por satisfe­cha. Con el correr de los días se la vela desmejorar, quedarse demacrada y sin fuerzas.

Y tanto necesitaba el alimento imposible de hallar, que al fin murió de inanición.

El dios Siva la hizo enterrar con grandes pompas y ordenó celebrar solemnes funerales.

Pero justamente a los cuarenta días de haber sido sepultada aquella hermosa mujer, sobre la tumba surgió una linda y exótica planta que jamás nadie había visto: era el arroz.

Siva hizo sembrar su semilla y con la cosecha obte­nida de ella comieron luego todos los dioses.

—Es un alimento muy grato —comentaron las divi­nidades.

Y entonces decidieron revelarlo a los hombres. A partir de esta fecha, el arroz les fue tan eficaz, que siem­pre ya se han alimentado de él, sin cansancio, princi­palmente en Extremo Oriente y Oceanía.

 

Bibliografía

Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.

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