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Tres fueron los hijos que tuvo Constancio, rey de Bretaña: Moines, Ambrosio, llamado también Uther, y Pendragón.

A la muerte del monarca le sucedió Moines en el trono; pero en lucha contra los sajones, fue derrotado y muerto por la traición de su senescal Vortingern. En­tonces subió al trono Pendragón, el cual también murió poco después derrotado por un fiero enemigo.

Empezó a reinar Uther, que añadió el nombre de su hermano al suyo para honrar su memoria. El mago Merlín, consejero áulico, influía poderosamente con su consejo en las decisiones del monarca.

Merlín era un mago bueno y muy poderoso, cuyos consejos fueron siempre preciosos al Gobierno del país. Pero no era fácil dar con él. Aparecía cuando menos se esperaba y se escondía, en cambio, cuando sabía que se le necesitaba, transformándose en lagartija, en enano, en niño o en mujer tomando, en fin, los aspectos más diversos. Con sus dotes mágicas ordenó trasladarse por el aire enormes piedras para el sepulcro del rey Pendragón, levantado en las llanuras de Salisbury.

En Carlysle estableció Merlín la famosa Tabla Re­donda, en la que se sentaba junto a los grandes nobles de su país. Todos aquellos a los que cabía el honor de ser invitados a tan alta institución juraban seguir fielmente ciertos deberes: asistirse unos a otros en todo peligro, emprender individualmente aventuras, las más peligrosas, no poder abandonar la lucha ni retroceder jamás y antes morir que dejarse vencer. Estaban obli­gados también a observar la retirada vida contemplativa y de penitencia, al igual que los monjes.

Fundada la Tabla Redonda, el rey Uther de Pendra­gón quiso celebrarla con grandes festejos, durante los cuales conoció a la bellísima Ingerme, esposa de Garlois, duque de Tentadiel. A la muerte de éste, el apasionado monarca, gracias a las dotes mágicas de Merlín, se casó con Ingerme, con la que tuvo un hijo, llamado Arturo, héroe de la leyenda.

Quince años tenía Arturo cuando murió, su padre y fue elegido rey. Algunos nobles de la Asamblea, sin embargo, no estaban de acuerdo, porque consideraban al nuevo monarca demasiado joven e inexperto para ocupar el trono.

—Arturo no sabrá dirigir el ejército ni manejar la pesada espada —dijeron.

Entonces, del castillo real de Logres, fueron enviados seis caballeros en busca del mago Merlín para pedirle consejo sobre tan importante decisión.

—Esta noche, víspera de Navidad —dijo el mago—, pensaré la forma de elegir el nuevo rey.

A la mañana siguiente apareció en medio de la plaza frente a la iglesia una enorme piedra. Tenía una espada clavada con una inscripción en la empuñadura que decía:

“Soy Scaliborn, la alta; soy el mejor tesoro de rey.”

—Deberá ser elegido rey aquel que sea capaz de arran­carla —dijo Merlín.

Inmediatamente, en presencia de todo el pueblo congregado en la plaza y bajo la presidencia del arzobispo Bruce, se presentaron, uno tras otro, todos los nobles del reino para intentar la prueba. Pero fue inútil; ninguno de ellos fue capaz ni tan siquiera de mover un centímetro la espada.

Ya estaban todos desanimados y se disponían a re­gresar a sus casas, cuando se adelantó el joven Arturo y tomando la empuñadura de la recia espada la des­prendió con la mayor facilidad.

Todos los nobles quedaron convencidos entonces por esta prueba, y entre las aclamaciones del pueblo, Artu­ro fue proclamado rey, juntándose las fiestas de la coronación con las de Pentecostés.

Una vez en el trono, el joven rey Arturo supo hacerse amar por sus súbditos debido a su gran bondad y su enorme valor. No había empresa temeraria que no in­tentase, cuando se trataba de defender la inocencia ca­lumniada. Y cuando él iniciaba una empresa, la llevaba siempre a buen fin, por difícil y peligrosa que fuera.

Arturo tuvo que vencer gran oposición por parte de los nobles. Aconsejado por Merlín, luchó con estos ca­balleros, once reyes tributarios y un duque, en el bosque de Rockingham, y después de encarnizado combate lo­gró vencerlos de forma total.

También combatió con éxito a los hasta entonces invencibles sajones. Pero Arturo empuñando su célebre espada Scaliborn y sin dejar de invocar a la Virgen, derrotó completamente a sus enemigos en Mount Ba­don.

En cierta ocasión, el rey Arturo infligió un serio cas­tigo al monarca Claudio de la Tierra Desierta, que había invadido el territorio del débil rey Leogadán, molestándole y persiguiéndole durante siete años.

Después de derrotar y matar él solo, no únicamente al invasor Claudio, sino a casi todo su ejército, el vale­roso Arturo recibió como premio a la hermosa princesa Ginebra, hija del rey Leogadán, a la que hizo su es­posa.

Poco más tarde, siempre por consejo del mago Merlín, el rey Arturo inauguró la gran a “Tabla Redonda”, que un día instituyera su padre, en torno a la cual se reunieron ciento cincuenta caballeros, la flor y nata del país.

Un solo asiento quedó vacío, siendo este destinado al Caballero Elegido, que algún día comparecería para ocu­parlo.

El mago Merlín, por su parte, envidioso de la felici­dad de su soberano, acabó casándose con la hermosa joven Viviana, a la que convirtió, a su vez, en maga, más conocida como la Dama del Lago.

 

Bibliografía

Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.

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