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El grupo de patojos se quedó con la boca abierta cuando del automóvil negro bajaba el popular «Tarzán Segura», con su maletín en una mano y con la otra saludando a algunos aficiona­dos.

Los fanáticos ya colmaban parte de la general del Estadio «Autonomía» de la 7a. Avenida y no era para menos, el encuentro revestía una aureola de emoción, interés y deseo de que ganara el de casa, el del barrio; el equipo donde el amigo juega y se consagra con la bola.

Unos pobres muchachos, apenas si habían desayunado, y únicamente se conformarían con escuchar los gritos o ver las posibilidades de «colarse», pero aquello estaba tan difícil porque la policía se había apostado en los alrededores del estadio desde temprana hora.

El deseo por entrar era enorme, la propaganda había sido buena y desde que se vieron los grandes cartelones en los sitos claves, el boletaje se había agotado por completo, aún se podían apreciar en las paredes los desplegados publicitarios.

Domingo 7 de Agosto, 10 Hrs.
MUNICIPAL Vrs. TIP NAC
Estadio Autonomía de Guatemala

Cuando Venancio entró al estadio, ya habían corrido 15 minutos del primer tiempo, y los rojos ganaban 2-0; ama­rrando en su bolsillo un triunfo que posteriormente fue rotundo y que con jugadas de filigrana, goles de antología y pepinazos de Carlos Toledo, fue formando «el clásico de antaño».

Venancio, era un muchacho que buscaba cualquier pretex­to para hacerse amigo de los grandes del fútbol de la época, y no desperdiciaba toda oportunidad que se le presentara, para entrar en acción. Desde aquel día de entrenamiento, que Rubén Aqueche, involuntariamente dejó en la gramilla su bille­tera, y Venancio rápidamente se la entregó, nació una amistad que le facilitó muchos privilegios.

Presumía en el barrio de ser amigo de Aqueche, Durán y Camposeco. Las grandes figuras tomaban en cuenta a Venancio y lo llevaban a cualquier reunión de confianza donde aquellos eran invitados. . . Y fue, precisamente, en una feria de Agosto, donde conoció a otro fanático y gran compañero de andanzas deportivas; este muchacho jugaba en uno de los pequeños equipos que medían sus fuerzas en los viejos y legendarios campos del desaparecido «Llano de Palomo».

Durante los partidos de campeonato no faltaban al «Autonomía». El mayor deseo del amigo de Venancio, era jugar algún día en el estadio con un lleno impresionante ante la mirada de las patojas de barrio y que sus fotografías se mostraran en todos los periódicos, viajar por Centro América, demostrando la belleza del Fútbol chapín. Juan Vicente, soñaba mucho, y aunque no tenía la “pinta» de un jugador de fútbol, por lo raquítico de su cuerpo, él pensaba lo contrario.

– Ve vos Venancio, ¿verdad que sí tengo cuerpo de profesional?

Venancio lo miraba de pies a cabeza, aconsejándole que se subiera un poco más la pantaloneta, y le tocaba la espalda en señal de aceptación. La charla se desarrollaba antes del inicio del partido contra el «Halcones del barrio de «El Gallito»; Juan Vicente, jugaba como alero y aquella tarde le iban a dar otra oportunidad a Venancio, a pesar de su fanatismo desmedido por el viril deporte, únicamente hablaba del mismo como un perico, pero no lo practicaba.

Cuando terminó el partido, ya se habían encendido las micas luces de los contornos del campo, y el equipo «Halcones» había humillado al equipo de Juan Vicente el «Deportivo Centro América», por la cuenta de 7-0, en un encuentro que dejo lágrimas, tristeza y decepción en el amigo de Venancio.

—Mañana entrenan los del Municipal en el Autonomía —dijo Venancio a Juan Vicente en un arranque de desesperación y recalcó – » iTe prometo que soy capaz hasta de hablarle a don Meme Carrera para que, por lo menos, entrenes con los mucha­chos y algo «les pesques…»

Venancio, era un muchacho de sentimientos nobles, y un
amigo a carta cabal; cumplió lo prometido, y por amistad, dejaron
que el amigo siguiera la sesión de ejercicios, que el entrenador ordenaba. Cuando daban vueltas al estadio, y Juan Vicente corría la par del «Maestro» Durán, se sonrojaba de pena y pensaba que quizá algún día alternarían juntos en un estadio lleno de fanáticos.

  • ¿Qué pensarían los muchachos si me vieran entrena con el gran Municipal? —Pensaba Juan Vicente—, y en su peque• no cerebro se organizaban los más grandes proyectos, que algún día llegarian a cristalizarse en la más pura realidad.

Juan Vicente, siguió asistiendo a las sesiones de entrenamiento, y por espacio de tres días, no vio a su amigo y protector, lamentablemente y apesar de la amistad que les unía, ignoraba la dirección de su casa aunque sabía que más o menos vivía por la Avenida Bolívar y 24 Calle en una casa antigua de altillo.

Los muchachos del Municipal ayudaron dentro de sus posibilidades a Juan Vicente, y por recomendación directa del «Maestro» Durán, fue aceptado en un equipo que jugaría un preliminar en el estadio Autonomía.

Aquella noche, Juan Vicente no durmió de los nervios y de saber que los ojos de muchos fanáticos estarían puestos en sus jugadas; no era lo mismo jugar en «El Llano de Palomo’ que en un estadio formal, con arbitro y guarda líneas mal enca­rados.

El estadio Autonomía estaba casi lleno, porque el partido de fondo era de «campanillas’ ‘, nada menos que el MUNICIPAL contra el IRCA. Aquella mañana inolvidable, Juan Vicente, de­butaba con el HURACAN, que mediría sus conocimientos con­tra EL HOSPICIO F. C., que tenía un plantel de estrellas envi­diables, mientras «los pishacos» hacían ejercicios de calenta­miento, Juan Vicente miraba nerviosamente hacia los tendidos de la general, donde los gritos se confundían con el colorido especial y clásico de una mañana deportiva. Pensaba en su amigo Venan­cio. A él, le debía lo que ya había escalado y el sitio que ocupaba; era materialmente imposible ver a Venancio en la tribuna, ya que no había donde poner una aguja.

Cuando sonó el pitazo del árbitro, Juan Vicente sintió que mil hormigas se le subían por todo el cuerpo y que su sangre hervía de emoción ante el compromiso presente.

¡Por fin, Dios mío! ¡Por fin, estoy jugando en el estadio Anotomía!; ¡ayúdame Señor de San Felipe, ayúdame!

Al finalizar el primer tiempo del partido, el cronista Miguel Angel Cospín, comentó en rueda de amigos que el muchacho prometía y que los dos goles que había metido en la cabaña del HOSPICIO, F.C., eran de antología, de inspiración y que solo un predestinado los hubiera logrado…

Juan Vicente, se había asentado en la etapa complementaria, y en sus oídos solo escucha las mil voces que gritaban ¡G0000llll!

Y que se oían a muchas cuadras a la redonda. Al recibir el pase como los grandes sin parar la bola, hizo el disparo que se in­crustó directamente en el ángulo superior del arco de los «Pi­shacos» Juan Vicente quedó como idiotizado, sin saber que hacer despertándolo de su inspiración, los muchachos de HURA­CAN, que lo abrazaban efusivamente.

¡Otro Gol! ¡Otro Gol! ¡Otro Gol! . . ., Era el grito únanime en los graderíos, Juan Vicente, buscaba como un deses­perado con la vista hacia los graderíos de tribuna, y Venancio no aparecía por ningún lado, la bola salió fuera del campo, y hubo que ir a recogerla cerca de Ia malla. Juan Vicente corrió, y cuando se disponía a recogerla, vio allí, al otro lado de la malla, la sonrisa de Venancio, que quizá, estaba feliz por el resultado de aquel esfuerzo en el cual él participó.

Espérame en los vestidores, le dijo Juan Vicente a Venan­cio, al verlo. Regresó con la bola y realizó el saque de banda como lo ordenan las reglas, faltaban solamente para que finalizara el partido, tres minutos, y el triunfo estaba asegurado. El equipo HURACAN escribía una de sus páginas más gloriosas con los botines de once héroes en el césped del estadio Autonomía… Por fin sonó el silbatazo del árbitro dando por con­cluido el encuentro, y la ovación de los fanáticos en los tendidos no se dejó esperar.

Un comentarista con libreta en mano, le pidió su nombre, y Juan Vicente tartamudeo al dárselo; todos lo abrazaban, lo felicitaban y ante la emoción del público, el «Maestro Durán» le estrecho la mano, de los ojos y de Juan Vicente salieron dos lágrimas, lágrimas de triunfo, y de un deportista puro.

Como queriendo retener con la memoria, y para que nunca se le olvidara, miró fijamente la pizarra donde claramente decía: HURACAN 3 HOSPICIO NAC. 0. Muy poco tiempo disfruto de aquella vista que jamás la imaginó, porque inmediatamente los empleados colocaban: MUNICIPAL 0 IRCA 0.

Salió corriendo de las regaderas, como un desesperado, con la idea de escuchar los comentarios de su amigo Venancio, a quien había visto hacía unos momentos en la malla que dividía la tribuna del campo.

A pesar de que el partido de fondo, ya se había iniciado, los aficionados lo reconocían y le aplaudieron cuando paso cerca de la tribuna. Juan Vicente seguía buscando a Venancio, quien con todo y el maletín, llego hasta la puerta que daba a la 7a. Avenida; no había ni señas del tal Venancio, uno de los por­teros lo felicito y emocionadamente le abrazo diciéndole:

Juan Vicente, nunca hay dos glorias juntas, pero hay que tener paciencia y resignación.

Inmediatamente recapacitó Juan Vicente, y le preguntó: — ¿Qué me quiere decir con eso?

Bueno, yo pensé que no lo sabias, pero ayer enterramos a Venancio; su enfermedad fue rápida, y la pulmonía no respe­ta a jóvenes ni a viejos

Juan Vicente ya no quiso seguir escuchando más, y con paso lento, meditando en la experiencia que había vivido, tomó por la 7a. Avenida con su maletín al hombro, pensando en Ve­nancio, su entrañable amigo, con quien ya no pudo comentar el mejor partido que había jugado en toda su vida…

 

Bibliografía

Gaitán, H. (1981). La Calle donde tú vives. Guatemala: Editorial Artemis y Edinter, S.A.

Compartida por: Anónimo

País: Guatemala

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