El 8 de noviembre de 1576, Elizabeth Dunlop fue acusada de brujería y con la circunstancia agravante de maltratar a la gente con sus encantamientos. Las respuestas que dio en los interrogatorios que le hicieron los jueces tuvieron el siguiente carácter.
Cuando se le preguntó qué arte utilizaba para decirle a las personas dónde se encontraban objetos perdidos o para profetizar enfermedades, contesto que ella no tenía ningún conocimiento ni ciencia en esa materia; Pero que cuando alguien le preguntaba acerca de esas cuestiones, utilizaba a Thome Reid, que había muerto en la guerra de 1547, el cual resolvía cualquier problema que ella le planteara.
Lo describió como un hombre de edad avanzada, muy respetable, con una larga barba blanca y vistiendo una enorme gabardina gris en conjunto con un sombrero negro y una varita blanca que siempre sostenía en la mano. Al interrogarla acerca de su primera entrevista con aquel misterioso hombre, Elizabeth Dunlop dio una explicación patética de los desastres que la aquejaban y de cómo esa suerte había logrado la coincidencia necesaria para que se conocieran… caminaba para llevar a pastar las vacas, llorando amargamente, pues se le había muerto una, esto sumado a que su marido y su hijo estaban gravemente enfermos; ella misma estaba debilitada, pues acababa de parir; fue en esa ocasión en que se encontró por primera vez con Thome Reid.
— ¡Sancta María! Elizabeth— dijo la aparición — ¿Por qué te angustias y lloras tanto por cosas terrenales?
— ¿Es que no son razones suficientes como para estar desconsolada? le respondió Elizabeth. Mi marido y mi hijo están a punto de morir y acaso yo misma fallezca.
La mujer se sintió un tanto reconfortada al enterarse de que su hombre sobreviviría a la desgracia, pero un sentimiento de terror la invadió cuando vio alejarse a su fantasmal consejero y pasar por el agujero del muro del jardín, demasiado pequeño como para que un hombre vivo pudiera entrar por él.
La segunda ocasión en que lo vio, él le dijo claramente cuál era su intención y le prometió que, si renegaba de la cristiandad y la fe recibida en el bautismo, la colmaría de objetos bellos y le daría todo lo que quisiera. Ella contesto que prefería morir masacrada bajo las patas de los caballos antes que renegar de la gracia divina. Se conformaría con recibir el consejo del fantasma en asuntos menores. El espíritu se marchó enojado.
Después se le apareció en su hogar en pleno mediodía, cuando ella y su marido convivían con tres sastres del pueblo; sin embargo, nadie, excepto ella, percibía el fantasma del viejo guerrero. El espectro llamó a la mujer hasta un extremo de la casa para mostrarle la imagen de un grupo de ocho mujeres y cuatro hombres. Los espíritus la saludaron y le dijeron:
Pero ella, siguiendo las instrucciones del viejo fantasma, se mantuvo callada. Esas personas comenzaron a hablar en una lengua extraña, diabólica, y al poco rato se fueron, dando unos aullidos repugnantes.
Thome Reid le explicó que aquellos eran los seres buenos, que habitaban en el país de los duendes y que la estaban invitando a unirse a su corte. Elizabeth respondió que tenía que pensar bien las cosas, pues todo era muy raro.
—- ¡Acaso no me veo yo saludable, bien vestido y alimentado’? pregunto el espíritu.
Si le dijo ella, pero debía reflexionar en que existía una obligación con su marido y los otros hijos que le quedaban.
-¡Si ese es tu sentir, pocos beneficios tendrás de mí! — amenazó el espíritu.
Elizabeth Dunlop afirmó a la corte que el fantasma de Thome Reid la visitaba con frecuencia en su casa y en todas partes, ayudándola con sus consejos. Si alguien la consultaba acerca de la enfermedad de otras personas o del ganado, o de cómo recuperar objetos perdidos o robados, ella se lo preguntaba a Thome Reid y este le daba la respuesta exacta.
También le enseñó cómo, observar los efectos de los ungüentos que le daba para presagiar la recuperación o la muerte de los pacientes que la visitaban. Elizabeth dijo que el fantasma le daba hierbas de su propia mano, con las que pudo curar a algunos niños destinados a morir. Asimismo, salvo a una doncella, cuya enfermedad la hacía desmayarse seis o siete veces al día, pues Thome Reid le había dicho que «era la sangre fría que le llegaba al corazón» y le preparó un bálsamo especial con mandrágora, belladona, nuez moscada, alas de murciélago y colas de rata. Con ese asqueroso brebaje se recuperó por completo. Pero otra señora que tenía gangrena en la pierna no se salvaría. Thome Reid había dicho que no se podía hacer nada por ella, pues la médula del hueso estaba muerta y la sangre corrompida. No había hechizo para ese mal, excepto un pacto con el diablo, pero eso tenía que hacerlo ella misma, el no podía hacer nada.
Todas estas consideraciones nos hacen pensar en el buen juicio del fantasma. Cuando dictaminaba algo sobre los objetos robados, se pudieran encontrar o no, siempre aseguraba una buena reputación a la profetisa Elizabeth Dunlop.
La gente la buscaba para preguntarle todo tipo de cosas y pedirle raros medicamentos que ella debía preparar a medianoche y, algunos, a la luz de la luna llena, en el cementerio. Así creció su fama, hasta que la ley puso su dura mirada sobre ella.
Fue sometida a crueles tormentos para que diera más detalles sobre su demoniaca relación con el espíritu. Elizabeth solo atinaba a decir que, mientras vivió, Thome Reid fue conocido en esta tierra como el mayordomo del señor Blair y después como valiente guerrero; murió en una batalla por salvar a su país. Esto lo sabía de cierto, pues Thome Reid le había dado recados para sus hijos y otros parientes junto con pruebas incuestionables, para que ellos supieran que él, desde el mas allá, la mandaba con los mensajes para que se redimieran ante la fuerza de Dios.
Elizabeth dijo que el espíritu siempre se comportó de forma correcta, salvo al insistir en que la acompañara al país de los duendes. Les confió que el fantasma se paseaba por sitios públicos y que se lo habían encontrado en más de una ocasión en el cementerio; que se mezclaba con los vivos sin que nadie, salvo ella, notara su presencia. Thome Reid le dijo que había espíritus que solo ciertas personas podían ver, pero que todos verían alguno antes de morir…
Al preguntar los jueces a Elizabeth Dunlop si podía explicar por qué solo ella podía ver al fantasma, respondió que era por aquello que les había explicado anteriormente; luego recordó que el día de su último parto una mujer maciza envuelta en un aire irreal había entrado en la cabaña y se había sentado al lado de su cama, para decirle con voz de ultratumba que su hijo moriría y que su marido agonizante iba a mejorar.
La visita había sido antes de conocer a Thome Reid, quien después le explico que aquella persona era la reina de los duendes y que él se ocuparía de ella de ahora en adelante por mandato de su majestad.
Thome Reid le pedía constantemente que la acompañara al país de los duendes, pero como ella se negaba, él le advertía que se arrepentiría.
Después, Elizabeth Dunlop hizo una descripción de la horda fantasmal que había conocido en sus visiones inducidas por abominables pócimas…
Los jueces la condenaron por brujería y contacto con el diablo. Anotaron con temblorosas manos en el libro del registro:
«Bruja convicta, condenada a ser quemada viva frente al pueblo.»
Bibliografía
Balam, Alaric (2012). Cuentos Clásicos de Fantasmas. México: Editores Mexicanos Unidos.
Sir Walter Scott
Compartida por: Anónimo
País: Guatemala