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Próxima a la cuidad de Tandil, provincia de Buenos Aires, existía una roca enorme que los vientos, las lluvias y el calor atacaron durante milenios hasta transformarla en una piedra movediza que oscilaba constantemente, constituyendo de verdad una maravilla de la naturaleza. Así la encontraron los conquistadores españoles, y así permaneció hasta principios de siglo, hasta que un día, como un coloso herido de muerte, perdió el milagroso equilibrio de y cayó de su pedestal, despedazándose.

La explicación científica de su origen, debido a la intensidad del proceso erosivo, quizá no interese tanto como la que deban los indígenas.

Según ellos, en remotos tiempos, el Sol y la Luna habían sido esposos y, juntos o separados recorrían el cielo. Un día bajaron a la Tierra y además de crear cerros y montañas, formaron la inmensa llanura que conocemos con el nombre de pampa. Sobre ellas hicieron animales, pastos tiernos para los mismos, lagunas para mitigar la sed, y para culminar su obra, crearon también el género humano. Después de ello, volvieron a su celestial morada, desde donde vigilaban lo realizado, al mismo tiempo que el Sol daba a luz y calor durante el día y la Luna alumbraba por la noche la soledad del mundo.

Pasó mucho tiempo sin que nada anormal transcurriera, hasta que un día los indígenas de la pampa notaron menos luz, menos tibieza en los rayos solares. Miraron al inmenso cielo y con sorpresa un enorme puma con alas perseguía al Sol, tratando de darle muerte.

Se reunieron inmediatamente los guerreros más fuertes y hábiles de la tribu, después de deliberar brevemente decidieron atacar al mismo tiempo a la bestia, que seguía acosando al Sol, su creador. Prepararon los arcos, y las flechas ascendieron como rayos iluminados. Una de ellas atravesó e hirió gravemente  al puma, que cayó sobre la tierra estremeciéndola.

Sus rugidos de animal herido e impotente recorrían en extrañas ondas la llanura, atemorizando a los hombres.

Ese atardecer, el Sol volvió  a derramar  su luz, y por la noche hizo lo mismo la Luna, pero, viendo que el animal aún se debatía en agonía y temerosa que reanudara la persecución de su amado, comenzó a arrojarle piedras para ultimarlo. Tantas tiró, que en pocas horas formó la larga cadena de las sierras de Tandil. La última cayó sobre la punta de la flecha que había herido al puma, y sobre ella quedo clavada oscilando a cada movimiento de aquel.

Así nació la piedra movediza de Tandil, y, según dicen los lugareños, en un momento de erguirse, la bestia consiguió derribar la roca que se apoyaba sobre su dorso, sin conseguir empero levantarse.

 

Bibliografía

Honegger, S.A. Gran Manual de Folklore. Buenos Aires: Editorial Honegger.

 

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