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María la Tishuda, hacía días que camina­ba como sonámbula, apenas si probaba bo­cado y las noches las pasaba en claro con los ojos pegados en un lugar remoto del cielo.

Las viejas camanduleras la obligaron a con­fesarse con el cura que llego al pueblo para el día de la fiesta titular, pero este ministro del Señor, dispuso hacer las confesiones después de una serenata copiosa de vinos finos que el principal comerciante del pueblo le brindara sin medida. Parece que por esta ra­zón el buen sacerdote no puso mayor atención en las penas amorosas que la Tishuda le con­fiaba en el confesionario.

De aquel cuerpo, otrora llamativo, solo estaba quedando la estantería; de nada valían los consejos y las sugerencias de los ami­gos y vecinos para resolver aquel mal tan raro que consumía a la Maruca la Tishuda.

Con la ayuda de sus patrones, los padres de la enferma hicieron el viaje hasta tierra fría, para visitar a un médico cuya fama lle­gaba hasta Tapachula; este galeno dijo que el mal estaba en el estómago y que debía tomar unos antiácidos; después de haber extendido la receta y antes de regresar a sus lares costeños, los padres de la Tishuda pa­saron a la farmacia de San Marcos a com­prar unos líquidos blancos que les vendieron en unos frascos de color azul.

Con constancia de monja, la María bebió rigurosamente el líquido lechoso, pero la sa­lud no fue encontrada en el fondo de aquellos azulados vidrios. María la Tishuda se desmejoró en alto grado, el apetito no volvía y los ojos parecían hundírsele en un mar de moradas ojeras.

Las viejas vecinas de la casa de los Tishu­dos llegaron una noche muy sigilosamente, se hicieron acompañar de un chiman de grandes conocimientos en las artes brujeriles; pri­meramente adornaron el cuarto de la enfer­ma, con flores blancos, en las esquinas de la habitación pusieron unos vasos llenos de agua cristalina. El brujo tiro unos frijoles colora­dos en los pies de la cama de la enferma y dijo leer en su colocación, ciertos signos cabalísticos que indicaban que el «daño» era grave, que este se encontraba a tres pasos de un matapalo donde lo habían enterrado con una dedicatoria para la muchacha. Más tarde explicó que en ese lugar se encontraba un muñeco confeccionado con unas prendas de la enferma y que al desenterrarlo la paciente sanaría por completo, de lo contrario la en­ferma moriría sin remedio.

Como recomendación complementaria, el brujo ordenó una serie de sahumerios y baños de agua a la que había de agregar diferentes infusiones de eucalipto y pimienta gorda.

Al salir el sol del día siguiente, los amigos de la familia fueron de prisa al lugar señalado por el brujo y al escarbar al pie del ma­tapalo, encontraron los restos de un muñeco de trapo que en la barriga tenia atravesado un clavo de herradura. Algunos se dieron a la tarea de identificar los restos de la tela de una blusa que la Maruca había estrenado para una Semana Santa.

Yo partí de esos parajes, no supe el desen­lace de la Tishuda, pero hay quienes asegu­ran que un galán no correspondido fue el autor de tan grave maleficio, que por poco se lleva a la tumba a una doncella.

 

Bibliografía

Sieckavizza, A. L. (1966). Leyendas de Tierra Adentro. Guatemala: Editorial, José de Pineda Ibarra.

Compartida por: Anónimo

País: Guatemala

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