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Cierto día, los guerreros de Odín consiguieron apri­sionar al feroz lobo Fenris, pero no podían retenerlo porque todas las cadenas no bastaban para dominar su fuerza, por lo que tuvieron que recurrir a la indus­tria de los genios enanos y malhechores, aunque obre­ros muy hábiles.

“Con el paso de un gato, la barba de una mujer, la raíz de una peña, el suspiro de un oso y el alma de un pez”, formaron una cuerda que ni el mismo Fenris pudo romperla. Se necesitaba, sin embargo, mucha astucia para poderla enganchar al lobo, ya que este desconfia­ba, por lo que Odín decidió:

—Mi hijo Thor arriesgará un brazo como prenda en las fauces de la fiera.

Tras semejante convenio, lograron los ases amarrar al lobo pasando la cuerda a través de una roca horadada, haciéndola llegar hasta las entrañas de la Tierra. Al darse cuenta Fenris de que había sido apresado, destrozó el brazo de Thor, y de los sanguinolentos es­pumarajos de rabia que salieron de su boca se forma el rio Wam, o de los Vicios.

Al ver morir a su amado lobo, el dios Loki, desespe­rado, decidió vengarse. Para ello no pensó sino en matar a Balder, el segundo hijo de Odín y de Friga. Bal­der, dios de la luz, era un joven inteligente y apuesto, muy estimado por los dioses. Su hermosura era tal, que su presencia llenaba todo de claridad. Bastaba ver­lo y oírlo para amarlo.

La vida del alegre dios transcurría feliz, sintiéndose amado y amando a la vez, hasta que, de pronto, empezó a ser víctima del presentimiento de que podría mo­rir de un golpe. Para calmarle, su madre, Friga, hizo prometer a todos los seres de la tierra que ninguno atentaría jamás contra él.

Vuelto a causa de ello invulnerable, los dioses, para acabar de calmar al joven dios, un día que estaban todos reunidos y de fiesta empezaron a lanzar contra el cuanto hallaron a mano: piedras, dardos, hasta sus ar­mas, sin conseguir herirlo ni hacerle daño siquiera.

Pero el envidioso y perverso Loki, fingiéndose muy contento, pregunto a la diosa Friga si verdaderamente había convencido a todos los seres del universo de que no perjudicasen a su hijo.

—A todos, excepto al débil muérdago —respondió incautamente la madre—. Me pareció incapaz de hacer ningún daño.

Loki no perdió el tiempo. Cortó esta planta y con su tallo construyó una varita. Al regresar al Walhalla, donde todos se hallaban jugando, le dio la varita al ciego Hoder y le dijo:

—Anda, lánzala en la dirección que yo to indicare. Hoder lo hizo sin desconfianza, y la leve flecha, al menos en apariencia, fue a alcanzar a Balder en el corazón, atravesándoselo y dejándolo sin vida. Entre las divinidades cundió gran pesar. La esposa de Balder, la hermosa Nanna, murió de pena y fue enterrada junto a su marido.

Entretanto, los ases no se consolaban por la muerte de Balder, por lo que la atribulada madre Friga les pre­gunto:

— ¿Hay entre vosotros alguno que consienta en des­cender al reino de Hel (el reino de los muertos), para rescatar a mi hijo Balder?

Inmediatamente, el valiente Hermodo, uno de los hijos de Odín, salto sobre Sleipmir, el caballo de su pa­dre, y se puso en camino. Hel accedió a libertar a Bal­der, pero puso esta condición:

—Lo dejaré salir de mi reino si todos los seres del mundo, sin exceptuar ninguno, están conformes con ello y vierten alguna lágrima.

Satisfecho y alegre Hermodo, al ver quo esto era muy fácil, regresó a la Tierra, pero se encontró con que en la caverna de una montaña una giganta llamada Thonk se negó a verter ni una lágrima, pese a las sú­plicas de todos los dioses.

—Ni durante su vida ni después de su muerte —respondió la giganta—, he recibido de él servicio alguno; que Hel conserve lo que tiene.

Como es fácil suponer, la vieja y malvada giganta era el dios Loki disfrazado. Y así Balder, al no poder ser rescatado, tuvo que permanecer para siempre en el rei­no de los muertos.

 

Bibliografía

Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.