Tag: Bélmez

0

En Agosto de 1971 tuvo lugar un curioso fenómeno en una casa de Bélmez, pueblo de la provincia andaluza de Córdoba, donde vivía Juan Pereira con su mujer y sus dos hijos. Fue algo sin precedentes en la historia del lugar, que no tardó en hacerse del conocimiento general, en toda España e incluso en el extranjero.

Los rostros surgidos del más allá

María Gómez, esposa de Juan Pereira, limpiaba la cocina de su casa, la mañana del día. 23, cuando apareció ante sus ojos, dibujado en el suelo, un rostro de tamaño natural, de nariz afilada, boca entreabierta y expresión atormentada. A pesar de que sus hijos eran ya unos mozos de veintitantos años, María su­puso que se habían divertido haciendo dibujitos en el piso, solo para fastidiarla con sus bromas.

Se propuso la mujer borrar el rostro frotándolo con un trapo. Nada consi­guió. Y cuando llegó el marido a la hora de comer la encontró contemplando fi­jamente el rostro. Los vecinos poco tar­daron en enterarse de lo sucedido y acudieron a ver el dibujo surgido de la nada. Como a Juan no le agradase ser molestado por tanto gentío, cogió un martillo y rompió a golpes las baldosas. Llamó a un albañil para que cubriera el hueco con cemento.

Nada sucedió en los siguientes días, pero el 8 de septiembre apareció un segundo rostro, cerca de donde estuvo el otro, con expresión igualmente ator­mentada. Pereira acudió a la alcaldía, para consultar con el alcalde Manuel Rodríguez Rivas. Tal vez podría darle un buen consejo. Resultó de la entrevis­ta que el albañil volvió a presentarse en el 5 de la calle Rodríguez Acosta. Abrió un pozo en la cocina, y al alcanzar los tres metros de profundidad, encontró unos huesos. El secretario del Ayun­tamiento hurgó en viejos archivos y descubrió que en el lugar hubo dos siglos atrás un cementerio. Los vecinos atribuyeron entonces la aparición de los rostros a la intervención de los espíritus de quienes murieron en pecado mortal, que de esta manera se mani­festaban. Se rellenó el pozo el 4 de noviembre.

Tres días más tarde, el rostro des­prendido del piso, que el albañil había pegado en la pared, había cambiado de expresión. Era ahora de verdadero te­rror. El día 20 apareció otro a un costado. ¿Era el albañil responsable de la broma? De ser así, Pereira estaba dis­puesto a ajustarle las cuentas. Le pro­hibió volver a entrar en su casa. Pero el 2 de diciembre apareció un rostro más. Era ahora femenino, de facciones deli­cadas, deformado por una mueca de terror. Y junto a él surgieron unos ros­tros infantiles.

La noticia llega a todas partes

Llegaron a ver el fenómeno varios científicos y aficionados a la parapsicología, siguiendo muy de cerca a los periodistas y a los camarógrafos de la televisión. El 9 de abril del siguiente año, la cocina de la familia Pereira estaba llena de gente, sin que el buen hombre pudiera impedirlo. El señor alcalde le había ordenado aguantarse, porque era un bien de la ciencia. Y también del tu­rismo.

Algunos testigos tuvieron ocasión de presenciar la aparición, muy lenta­mente, de un nuevo rostro provisto de una larga barba blanca y ojos rasgados, que se fue tan misteriosamente como vino. Los periodistas opinaron que si alguien se estaba divirtiendo a expen­sas de los ingenuos presentes, lo estaba haciendo con envidiable maestría. Tal vez si llegaba al Lugar un experto de verdad en aquellas cosas misteriosas sería posible aclarar el enigma de los rostros.

Este experto iba a ser el Dr. Germán Argumosa, especialista en fenómenos psíquicos, quien declaró al instante cómo se llamaba aquel que estaba con­templando. Lo primero, dar un nombre a las cosas. Recibía el nombre de teleplastia y también ideoplastia. Pero no supo explicar por medio de qué corn­plicado mecanismo se produce. Enton­ces, para estar seguro de que nadie llegaría a la cocina a hacer más dibuji­tos, a espaldas suyas, Argumosa cubrió el piso de la cocina con un plástico, que selló en sus extremos. Deseaba probar ante todos que no intervenían factores humanos en aquello que los lugareños consideraban un milagro enviado por quien sabe que santo. Abandonó el es­pecialista la casa, cerró con llave su única puerta, la entrego al señor alcal­de y se dispuso a esperar.

Regresó al cabo de una semana, acompañado por el alcalde y dos testi­gos escogidos al azar. En el piso había un nuevo rostro. Ahora si podía afir­mar Argumosa que no hubo truco. Quiso escuchar entonces la opinión de varios vecinos y no vaciló en pedírsela también al señor cura. Desechó el santo varón la intervención del demonio, lo cual probaba que era un sacerdote inteligente, y quiso dedicar mayor atención a cada uno de los miembros de la familia.

Descubrió el parapsicólogo que María Gómez, mujer de inteligencia infe­rior a la media, tenía antecedentes de histeria que hacían de ella una verda­dera médium. Declaró que, cuando una persona ha sufrido un ataque de histe­ria, crea un campo magnético intenso que actúa de manera inconsciente so­bre los objetos que la rodean. En el caso de María, debió leer en su infancia un libro que la impresionó —lo mismo que pudo suceder con el caso de Juana de Arco, — al grado de grabarse más tarde en las baldosas los recuerdos conservados en su mente.

Se tuvo así la certeza de que había sido la mujer de Juan Pereira quien había producido, de manera incons­ciente, los dibujos de Bélmez. Pese a ello, quienes esto creían tuvieron que rectificar años más tarde, cuando se dio a conocer una inquietante noticia, que referiremos de inmediato, en beneficio de las personas que jamás tuvieron ocasión de conocerla.

En un artículo publicado por el periódico norteamericano National Enquirer, que se dedica lo mismo a inventar intrigas que a echar por tierra las historias que no le agradan —tal vez porque no sucedieron en tierras del tío Sam—. Edward B. Camlín afirmaba que el caso Bélmez fue un fraude y que las caras fueron pintadas por un joven de veinticinco años, de nombre Jesús Rodríguez, amigo de la familia. Había echado mano de unos trucos fotográficos Para divertirse al contemplar la expresión de desconcierto que pondrían sus vecinos. Los dibujos habían sido copiados de un libro y trasladados al suelo utilizando ciertos productos químicos y una lámpara de rayos ultravioletas. Añadió el joven bromista que solo al cabo de varios días serian visibles los rostros, gracias al trata­miento especial que les dio.

Tal vez más difícil de explicar sea lo sucedido la noche del 25 de mayo de 1973 en casa del señor Everett Foster, que vivía en Cedar Hill, en el estado de Texas. Se había acostado, cuando le pareció ver unos rostros en la pared de enfrente. Despertó a su mujer, que dormía apaciblemente desde hacía rato, una vez terminó la película del HBO, para que viera lo mismo que él.

Coincidieron ambos en que había dos rostros femeninos de cabellos oscu­ros, a ambos lados de la cabeza de un hombre, además de un perro y de un mapache que se transformó de repente en cerdo. Ala izquierda del grupo vio el matrimonio un coche de carreras, con todo y su conductor, y a la derecha nada menos que una nave espacial. A esto habría que añadir un extraño texto que ninguno de los dos cónyuges fue capaz de descifrar. Se ignora si Jesús Rodríguez viajó hasta Texas en aquellos días.

Las figuras parecieron moverse y la nave espacial se desvaneció lentamen­te, dejando una estela de humo. Los Foster contemplaron la aparición du­rante casi una Nora, como si estuviesen viendo una película de aventuras, sin sentir el menor temor. Solo curiosidad. Finalmente, se desvanecieron las figu­ras y no regresaron nunca más. El día siguiente, informaron a la prensa de lo sucedido, y la prensa fue tan amable de no decir si la inteligencia del señor Foster era inferior a in media, como le había sucedido a María Gómez.

¿Tú que crees?…

 

Bibliografía

Doreste, T. (1991). Grandes Enigmas, El Fascinante Mundo de lo Oculto. España: Ediciones Océano, S.A.