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Un día de mayo del año 1433 en la época de Concilio Basilea, un grupo de eclesiásticos fue a pasear por un bosque cercano de la ciudad. Formaban aquél prelados, doctores, monjes de toda clase, y y discutían acerca de puntos difíciles teológicos, poniendo distingos, argumentando, acalorándose acerca de las annatas, las expectativas y las restricciones, empeñándose en averiguar si Santo Tomas de Aquino había sido mayor filósofo que San Buenaventura…¡qué sé yo! De pronto, en medio de sus discusiones dogmáticas y abstractas, calláronse, quedando como si hubieran echado raíces bajo un tilo florido en el cual se escondía un ruiseñor que daba al aire sus más melodiosos, sus más suaves, dulces y enamorados trinos. Todos aquellos sapientísimos varones sintiéronse maravillosamente emocionados, sus escolásticos corazones abriéronse a aquellas cálidas emanaciones de la primavera; despertaron de la abstracción glacial en que se hallaban sumidos; se miraron con sorpresa y arrobamiento, hasta que, al fin, uno de ellos hizo observar sutilmente que todo aquello no le parecía muy canónico, que aquel ruiseñor podía ser muy bien un demonio, y que ese demonio había venido a interrumpir y desviar su conversación cristiana por medio de sus seductores cantos, que les arrastraban a la voluptuosidad y al pecado. Entonces uso contra él el exorcismo que se acostumbraba…dícese que el ave contestó al conjuro: “sí, yo soy un espíritu maligno”, y tendió el vuelo sonriendo. En cuanto a los que le habían oído cantar, aquel mismo día enfermaron, no tardaron mucho en morir.

Bibliografía

Perés, Ramón. (1973). La Leyenda y el Cuento Populares. Barcelona: Editorial Ramon Sopena, S.A.

Flor – hermosa india de grandes ojos negros – amaba a un joven indio llamado Agil. Este pertenecía a una tribu enemiga y, por tanto, solo podían verse a escondidas. Al atardecer, cuando el Sol en el horizonte arde como una inmensa ascua, los dos novios se reunían en un bosquecillo, junto a un arroyo juguetón, que ponía un reflejo plateado en la penumbra verde.

Los dos jóvenes podían verse solo unos minutos, pues de lo contrario despertarían las sospechas de la tribu de Flor. Una amiga de esta – una amiga fea, odiosa – descubrió un día el secreto de la joven y se apresuró a comunicárselo al jefe de la tribu. Y Flor no pudo ver más a Agil.

La Luna, que conocía la pena del indio enamorado, le dijo una noche: – Ayer vi a Flor que lloraba amargamente, pues la quieren hacer casar con un indio de su tribu. Desesperada, pedí a Tupa que le quitara la vida, que hiciera cualquier cosa, con tal de librarla de aquella boda horrible. Tupá oyó la súplica de Flor: no la hizo morir, pero la transformó en una flor. Esto último me lo contó mi amigo el viento.

  • Dime Luna, ¿En qué clase de flor ha sido convertida mi enamorada?
  • ¡Ay, amigo, eso no lo sé ni lo sabe tampoco el viento!
  • ¡Tupá, Tupá! Gimió Agil -. Yo sé que en los pétalos de Flor reconoceré el amor de sus besos. Yo se que la he de encontrar. ¡Ayúdame a encontrarla tu que todo lo puedes!

El cuerpo de Agil – ante el asombro de la Luna – fue disminuyendo, disminuyendo, hasta quedar convertido en un pequeño y delicado pájaro multicolor, que salió volando apresuradamente. Era un colibrí.

Y, desde entonces el novio triste, en una bella metamorfosis, pasó sus días besando ávida y apresuradamente los labios de las flores, buscando una, sólo una.

Pero según dicen los indios más viejos de las tribus, todavía no la ha encontrado…

 

Bibliografía

Perés, Ramón. (1973). La Leyenda y el Cuento Populares. Barcelona: Editorial Ramon Sopena, S.A.

Flor —hermosa india de grandes ojos negros— ama­ba a un joven indio llamado Agil. Este pertenecía a una tribu enemiga y, por tanto, sólo podían verse a es­condidas.

Al atardecer, cuando el Sol en el horizonte arde como una inmensa ascua, los dos novios se reunían en un bosquecillo, junto a un arroyo cantarín y juguetón, que ponía un reflejo plateado en la penumbra verde.

Los dos jóvenes podían verse solo unos minutos, pues de lo contrario hubieran despertado las sospechas de la tribu de Flor. Una amiga de esta —amiga fea, odiosa—, descubrió un día el secreto de la joven y se apresuró a comunicárselo al jefe de la tribu. Y Flor no pudo ver más a Agil.

La Luna, que conocía la pena del indio enamorado, le dijo una noche:

—Ayer vi a Flor, que lloraba amargamente, pues la quieren hacer casar con un Indio de su tribu. Desespe­rada pedía al dios Tupa que le quitara la vida, que hi­ciera cualquier cosa, con tal de librarla de aquella boda horrible. Tupa oyó la súplica de Flor: no la hizo morir, pero la transformó en una Flor. Esto último me lo conto mi amigo el Viento.

—Dime, Luna, ¿en qué clase de flor ha sido conver­tida mi enamorada?

— ¡Ay, amigo, eso no lo sé yo ni lo sabe tampoco el Viento!

— ¡Tupá, Tupa! —Gimió Agil—. Yo sé que en los pétalos de Flor reconoceré el sabor de sus besos. Yo sé que la he de encontrar. Ayúdame a encontrarla, tú que todo lo puedes!

Y el cuerpo de Agil —ante el asombro de la Luna ‑ fue disminuyendo, disminuyendo, hasta quedar conver­tido en un pequeño y delicado pájaro multicolor, que salió volando apresuradamente. Era un colibrí.

Desde entonces, el novio triste, en esa bella meta­morfosis, pasó sus días buscando ávida y rápidamente los labios de las flores buscando una, solo una.

Pero, según dicen los indios más viejos de las tri­bus, todavía no la ha encontrado.

 

Bibliografía

Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.