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Han pasado veinte años desde que vieran por última vez el talle alto y esbelto de la señora Jollife. Hoy
tiene más de setenta años pero su figura sigue erguida y su modo de andar continúa siendo ligero.

Dedicó estos últimos años a cuidar enfermos adultos, pero puso especial interés en una chica llamada Laura Mildmay, que ahora entra en la habitación con una enorme sonrisa y abraza a la anciana besándola.

  • ¡Qué suerte tienes, has llegado a tiempo para escuchar un cuento! — dijo la señora Jenner.
  • ¿De verdad? ¡Qué maravilla! — exclamó la niña.

—No es un cuento propiamente dicho, sino una historia de fantasmas, y no sé si deba contártela justo ahora que ya te vas a ir a dormir —agregó la señora Jollife.

–¿Fantasmas? Eso es lo que más me gustaría oír —repuso la niña, emocionada.

—Bien, siéntate aquí junto a nosotras y, si no tienes miedo, escucha con atención.

La señora Jenner y la muchacha miraban el rostro expectante de la anciana, que parecía hacer acopio de horrores con los recuerdos que invocaba.

Aquella vieja habitación era el marco perfecto para una historia de fantasmas: Tenía las paredes forradas de madera y un mobiliario raro y antiguo en el que destacaba la alta cama de cuatro pilares con cortinas negras.

La señora Jollife miró hacia todos lados, se aclaró la voz y comenzó la historia El fantasma de la señora Crowl.

— Hoy soy una anciana. Cumplía mis trece años cuando llegue a Applewale House, donde mi tía era el ama de llaves. En Lexhoe me esperaba un carruaje para transportarme. Estaba un poco asustada cuando al llegar vi la carroza con un caballo, conducida por el señor John Mulbery, quien me consoló comprándome frutas y prometiéndome una espléndida cena cuando llegáramos con mi tía.

«Me parece vergonzoso que personas mayores asusten a los niños. Recuerdo que en mi compartimiento del tren había dos personas y que una noche en que salió la luna, me preguntaron hacia dónde iba; les respondí que a Applewale House, cerca de Lexhoe, y uno de ellos me dijo burlonamente: ¡Ja!, note quedarás ahí mucho tiempo.

«Me quedé mirándolo fijamente como preguntándole por que, el pareció advertirlo y añadió a su comentario:

“— ¡Por tu vida no le cuentes a nadie lo que to voy a decir! Esa casa está poseída por el demonio; ahí vive un espantoso fantasma… ¿Tienes una Biblia?

  • Si señor, mi madre me puso una en la maleta.

«Cuando le respondí esto, me pareció que se miraba de forma extraña con su amigo, pero no estaba segura.

Bien -dijo él, asegúrate de ponerla bajo la almohada todas as noches, solo así podrás mantener alejadas las garras de esa maldita anciana.

«Me llene de esparto cuando escuche esa historia. Quería hacer muchas preguntas sobre aquella anciana, pero no dije nada. Pase el resto del camino pensando en cosas horribles, hasta que llegue a Lexhoe.

«El alma se me cayó del cuerpo cuando el carromato entró por aquella estrecha y oscura avenida del parque. Los arboles eran gruesos y altos, casi tan viejos como la mansión; ni cuatro hombres hubieran podido rodearlos tomándose de las manos.

«Nos detuvimos delante de la gran casa, pintada de blanco y negro, de madera, rodeada de árboles que tomaban un tono siniestro a la luz de la luna; se veía de estilo antiguo. Solo había tres o cuatro sirvientes, aparte de la anciana dama. La mayor parte de las habitaciones estaban cerradas.

«Cuando vi aquella residencia ante mí y comprendí que el viaje había terminado, se me subió el corazón a la garganta. Estaría muy cerca de mi tía, a la que ni siquiera conocía, y de la señora Crowl, de quien me habían dado espeluznantes referencias.

‘Mi tía me llevó a su habitación. Era una mujer delgada, encorvada, de cara pálida y manos afiladas. Tenía más de cincuenta años y hablaba de modo cortante. Una mujer dura.

«El hacendado Chevenix Crowl, nieto de la señora Crowl, iba a la casa dos o tres veces por año para visitar a su abuela y constatar que todo estuviese en orden. Solo lo vi dos veces mientras estuve en Applewale House.

«La señora Wyvem era una mujer gruesa y alegre; siempre estaba de buen humor y caminaba muy despacio. Acababa de cumplir cincuenta años y era muy avara. Usaba el mismo vestido todos los días a pesar de tener mucha ropa guardada, Dios sabe para qué. Nunca me regaló nada en todo el tiempo que estuve allí, pero siempre era grato estar con ella; hablaba sin parar contando historias risueñas, creo que me caía mejor que mi tía que, aunque siempre fue buena conmigo, era severa y silenciosa.

«Estaba descansando en el dormitorio de mi tía. Ella entró con un té preguntándome si sabía llevar a cabo los deberes del hogar. Antes de que le contestara me aseguro que yo era idéntica a mi padre y que esperaba que no me condenara al infierno como él lo había hecho. Fue cruel de su parte decirme eso.

«Cuando fui a la habitación de la señora Wyvem, ardía un buen fuego de carbón, había té, pastel y carne calientes; me quede con ella un buen rato mientras mi tía subía con la señora Crowl.

«—Ha subido a ver si la vieja Judith Squiles esta despierta, ella le hace compañía a la señora Crowl cuando yo y la señora Shutters (que era el nombre de mi tía) no estamos con ella. Hay que tener mucho cuidado con la señora, porque, si no, se caería al fuego o por la ventana. Es muy torpe –me explicó Wyvern en tono jovial.

— ¿Cuántos años tiene la señora? —pregunté.

«—Cumplió noventa y tres años hace ocho meses –dijo riéndose–. No hagas preguntas sobre ella delante de tu tía. Tómalo con calma.

— ¿Usted sabe cuál será mi trabajo en esta casa, señora Wyvern?

«—Tu tía te lo explicará, supongo que vigilarás a la vieja para que nada malo le pase, llevarle de comer y beber, dejar que se divierta con sus cosas de la mesa, vigilarla para que no se caiga, hacer sonar la campana si se pone pesada. Ya veremos.

«–¿La señora es sorda?

«–¡Claro que no! Y tampoco es ciega; es muy astuta, aunque no puede acordarse de nada, lo mismo le da la corte del rey que Blanca Nieves.

«—Mi tía le escribió a mi madre que la chica que la cuidaba antes se había marchado, ¿usted sabe por qué lo hizo?

—No lo sé, quizá le haya contestado mal a la señora Shutters, a ella no le gustan nada las chicas parlanchinas.

«De pronto entró mi tía en la habitación, las dos nos quedamos mudas. Comenzó a hablar con la señora Wyvern. Yo me puse a inspeccionar las cosas que había en la habitación, tomándolas con las manos y mirándolas con asombro.

— ¿Qué haces, niña? —dijo mi tía tajantemente          . —¿Qué tienes en la mano?

“— ¿Esto, señora? —le respondí mostrándole una chaqueta de cuero que había agarrado       . No sé lo que es.

«Sus ojos se encendieron de ira y creí que iba a golpearme, pero solo me sacudió bruscamente por los hombros al tiempo que me arrebataba la chaqueta.

–Mientras estés en esta casa, no agarres absolutamente nada que no sea tuyo –exclamó con rabia y cerrando la puerta con violencia.

«Yo tenía lágrimas en los ojos y la señora Wyvern se moría de la risa.

«La anciana señora Crowl tenía uno de sus berrinches de costumbre. Solía estar de pésimo humor todo el tiempo. No había nadie en Applewale que la recordara de joven. Poseía una cantidad de ropa impresionante, toda anticuada y extraña, pero de gran valor.

«Todos cuidaban con esmero a la anciana, pues cuando esta muriera nunca volverían a encontrar un trabajo donde no hicieran casi nada por el enorme sueldo que recibían.

«El médico venia dos veces por semana y siempre decía que no se le debía contradecir ni irritarla de ningún modo; había que seguirle la corriente.

«La primera vez que escuche hablar a la anciana, yo estaba sentada en mi cuarto, las velas de la habitación de la señora Crowl se hallaban encendidas, mi tía la acompañaba y la puerta estaba abierta. Recuerdo que dijo:

«—Fue un ruido extraño, hecho por un pájaro u otro animal, era muy tenue.

«—El Maligno no puede hacer daño a nadie, señora, a menos que Dios se lo permita —afirmo mi tía.

«—Entonces la extraña voz desde la cama dijo algo que no entendí

–agregó la anciana.

«-El señor está con nosotras, señora, no hay nada que temer.

«Escuche aquella conversación durante un buen tiempo, después ya no pude oír nada y me dedique a leer un libro; al rato percibí un ruido en la puerta, era mi tía con el dedo puesto sobre la boca.

«—Shhh —dijo en voz baja, acercándose de puntillas . Por fin se ha dormido, no vayas a hacer ruido.

«Seguí leyendo el libro, ni el más mínimo sonido se escuchó en aquella casa, comenzaba a sentir temor en aquella habitación tan grande. Así que me puse de pie y camine nerviosamente; mi curiosidad pudo más que el miedo y me asome a la habitación de la señora Crowl. Era un cuarto muy grande y muy elegante, fuertemente iluminado por varias velas. Miraba asombrada el lugar y decidí entrar, me observe en el enorme espejo y luego fui a asomarme a la cama de la señora para verla de cerca, quizá nunca volviera a tener una oportunidad tan esplendida.

«En medio de un silencio de muerte, deslice las cortinas de la cama despacio, muy despacio, y por fin vi a la señora Crowl, maquillada como la imagen de una mujer en la lápida mayor de la iglesia de Lexhoe. Ahí estaba, vestida con sus mejores ropas verdes y doradas, con los zapatos puestos. Con todo el rostro pellejudo pintado de blanco, ¡parecía una espantosa momia! Tenía las mejillas pintadas de rojo y las cejas de café. Orgullosa, tiesa; la nariz aguileña, muy larga y mostrando la mitad de los ojos en blanco. Las uñas muy largas y cortadas en pico.

«Creo que cualquiera se hubiera asustado. Me sentía incapaz de soltar la cortina o de moverme. Tenía los ojos clavados en su asquerosa figura; incluso mi corazón estaba inmóvil. Entonces, abrió los ojos, giro sobre sí misma en redondo y bajó de la cama haciendo sonar sus tacones y encarándose conmigo, me clavo su horrible mirada al tiempo que una sonrisa maligna se dibujaba en sus labios nauseabundos.

«Era la visión del mismísimo infierno. Me llene de un miedo terrible; parecía un cadáver con vida que me apuntaba con sus afilados dedos.

-¿Por qué has dicho que yo mate al niño? Te daré una golpiza que te matará —me dijo la monstruosa anciana.

“¡Quería salir corriendo! Pero algo más fuerte que mi voluntad me retenía donde estaba. Retrocedí y ella me siguió con su taconeo fantasmal apuntándome con las uñas a la garganta y haciendo un sonido sibilante con la lengua.

«Sus dedos casi me tocaban; me refugié en un rincón soltando un chillido como si el alma se me separase del cuerpo. Mi tía entró gritando, la anciana volteó hacia ella y yo salí corriendo lo más rápido que pude.

«Bañada en llanto, le contaba a la señora Wyvern lo que había sucedido. Ella se reía como siempre, pero se puso seria cuando le dije las palabras de la anciana.

«—Repite lo que dijiste —me ordenó con severidad.

«Así lo hice: — ¿Por qué has dicho que yo mate al niño? Te daré una golpiza que te matará.

«— ¿Tú dices que la señora mato a un niño? –pregunto.

«—Yo nunca dije tal cosa –le aseguré.

«Desde aquel incidente, Judith ya nunca se me despegaba. Al cabo de una semana, la señora Wyvern me conto algo que nadie sabía sobre la anciana Crowl.

«—Hace más de setenta años la señora se casó con el hacendado Crowl, de Applewale, viudo y con un hijo de nueve años. Una mañana el niño desapareció. Como tenía mucha libertad, nadie se preocupó mucho, solía ir al bosque o al lago a remar y pescar, pasaba largas horas afuera. Pero ya nunca apareció, encontraron su gorro junto al lago, al pie de un enorme espino y lo dieron por ahogado. Se hablaba mucho acerca de ese tema, decían que la madrastra lo había asesinado, pero la señora Crowl hacía lo que quería con su marido, pues era increíblemente bella. El tiempo borro la imagen de aquel niño de la memoria de la gente terminó de narrar la señora Wyvern.

«Cuando yo tenía menos de seis meses de haber llegado a la casa era invierno, la señora tenía su última enfermedad. El médico temía que fuera un ataque de locura como el anterior, en el que habían tenido que sujetarla con camisa de fuerza—que era aquella chaqueta de cuero que yo había agarrado; no se volvió loca pero se fue consumiendo con rapidez. Mostraba una extraña tranquilidad, hasta un día antes de su muerte, en que se puso a aullar en la cama y se cayó al suelo pidiendo misericordia. Yo no entraba en su habitación, me quedaba temblando de pánico mientras ella rugía y se revolvía en el piso. Mi tía, la señora Wyvern, Judith y una señora de Lexhoe estuvieron con la anciana hasta que murió.

«El sacerdote estuvo presente y rezaba por ella, mientras ponían a la vieja señora Crowl en un ataúd. Se escribió al viejo hacendado Chevenix para que viniera a ver por última vez a su abuela, pero estaba de viaje por Francia. El sacerdote y el médico dijeron que había que enterrarla y fue depositada en la cripta de la iglesia de Lexhoe. Nosotras nos quedamos viviendo en la gran casa esperando la vuelta del hacendado. Me cambiaron a una habitación más grande y una noche antes que llegara el señor Chevenix sucedió lo siguiente:

«Solo había una cama en mi nueva habitación y el espejo de la señora Crowl. Sabíamos que había regresado el hacendado Chevenix de su viaje. Yo estaba feliz, pues supuse que volvería a mi casa, lo cual me lleno de emoción. Dieron las doce de la noche y yo seguía despierta en mi habitación, que era negra como un pozo, pensando y soñando con mi regreso, cuando vi iluminarse la pared que estaba delante de mí, como si se le hubiera prendido fuego; las sombras de la cama comenzaron a bailar en las vigas del techo. Gire la cabeza rápidamente, pues creí que algo se había incendiado, pero lo que vi, ¡Virgen Santa!, fue la aterradora figura de la señora Crowl, cubriendo su horrible cadáver con finas ropas, los ojos muy grandes y brillantes, ¡parecía la cara del diablo! Una luz roja salía de ella envolviéndola y creando el efecto de que tuviera fuego en los pies. Se acercó directamente hacia mí, adelantando sus viejas manos contraídas como garras y como si fuera a estrangularme. Pero pasó de largo y fue a mover el armario, después abrió una puerta con una enorme llave dorada y llego a un gabinete para buscar algo mientras la alcoba se llenaba de un aire glacial. Luego se volvió nuevamente hacia mí girando con rapidez y la habitación volvió a quedar a oscuras. Lance un alarido terrible que hizo temblar toda la casa.

«Esa fue la peor noche de mi vida. Pase el tiempo que faltaba para el amanecer con una angustia atroz. Cuando salió el sol fui con mi tía para contarle lo que había sucedido. Al contrario de lo que yo esperaba, me tomo las manos diciéndome que no tuviera miedo y me preguntó si la anciana llevaba en las manos alguna llave.

«—Sí—dije haciendo memoria—, una llave grande y dorada.

«—¿Era como esta llave? —me dijo, mientras sacaba la pieza de un cajón.

«—Esa misma llave. –¿Estas segura? »               Claro que si, tía.

«—Bien, no to preocupes, el señor vendrá hoy al mediodía y debes contárselo todo, por la tarde podrás irte a tu casa.

«El hacendado Crowl llego y mi tía hablo con él en la habitación, después me llamaron y el me pregunto:

“— ¿Qué es lo que has visto, chiquilla? Creo que fue un sueño por lo menos yo no creo en fantasmas, pero cuéntamelo todo y formaré una opinión.

«Le conté lo que había sucedido y el hacendado, un poco nervioso, le dijo a mi tía:

«—Recuerdo ese gabinete. Oliver, el cojo, me contó de él cuando era niño.  Oliver tenía más de ochenta años y ya han pasado veinte desde que me comunicara el secreto. Ahí se guardaban las joyas de gran valor, cerradas con una chapa doble, que solo se podía abrir con una enorme llave de bronce. Vamos todos a buscar ese gabinete perdido, tú nos indicaras el lugar exacto en que lo viste — me dijo mientras me señalaba.

«Con el corazón en la garganta, los lleve a aquel sitio maldito donde estaba el armario que ocultaba la puerta que daba al gabinete. El hacendado quito la puerta con un martillo y un cincel y, al llegar al aposento, mi tía le dio la llave. Lo abrió y vimos una especie de cuarto de ladrillos completamente oscuro. Mi tía prendió una vela y su luz ilumino una especie de simio que estaba agazapado en un rincón.

“¡Santo Dios, cierre esa puerta, señor, ciérrela! –grito mi tía.

«Pero el hacendado entró cautelosamente al cuarto de ladrillos y le dio un empujón al simio, que se derrumbó. Era un costal de huesos y polvo. Se trataba de los huesos de un niño. Un silencio mortal invadió el ambiente. El señor paso del otro lado de la pequeña calavera.

«— ¡Un gato muerto! dijo el señor, pensando que yo era estúpida. Usted, muchachita, se ira a su casa, yo tengo que hablar con la señora Shutters.

«Una hora más tarde estaba tomando el tren rumbo a mi casa. Nunca he vuelto a ver a la señora Crowl, ni en aparición ni en sueños, pero cuando ya me había convertido en una mujer madura, mi vieja tía paso una noche conmigo y me confesó que aquellos huesos eran los del pobre niño perdido. La señora Crowl lo había encerrado dejándolo morir de hambre y sed, sepultado en la oscuridad. Lo habían reconocido por los objetos personales hallados entre el polvo de su cuerpo.

 

Bibliografía

Balam, Alaric (2012). Cuentos Clásicos de Fantasmas. México: Editores Mexicanos Unidos.

Joseph Sheridan Le Fanu

Compartida por: Anónimo

País: Guatemala