Tag: domuyo

Según refiere una antiquísima leyenda mapuche, en la cima de este volcán situado en la provincia de Neuquén, y unos 4700 metros de altura, existía y existe aún un encantamiento que algunos indios trataron de conocer más de una vez, fracasando con sus propósitos.

Sin embargo, uno de ellos, por revelación de la machi, pudo saber algo del mismo, y se propuso un día ascender hasta lo más alto de la montaña, en la que, según le dijo la hechicera, encontraría una hermosa joven encantada, a la que custodiaban un toro colorado y un caballo oscuro, quienes para impedir que algún osado violara esos dominios lanzaban piedras: el primero escarbando con sus patas y el segundo traía tormentas de viento y nieve. Por otra parte, existía en el lugar un enorme tronco de oro que reverberaba extraordinariamente a la luz del sol y aun de la luna y las estrellas.

Dispuesto el indio a subir, pidió la protección de Ta Dios y de Gualichu, la que le fue concedida.

Iniciada la ascensión, inmediatamente comenzaron a caer desde lo alto piedras de todo tamaño, las que pasaban rozando su cuerpo sin herirle. Pronto vio al caballo oscuro que, trepando ágilmente por las laderas, creaba con sus resoplidos vendavales furiosos, acompañados de truenos, relámpagos y nieve. Sin embargo no se detuvo, y al llegar a la cima pudo ver, pues el cielo se había despejado totalmente, una pequeña laguna de aguas muy transparentes en la que en medio de una roca se hallaba la mujer que la machí le había indicado. Esta se peinaba sus largos cabellos rubios con un peine de oro y muy dulcemente dijo: “Calla, pasa y no digas nada.”

Así lo hizo  y siguió avanzando en busca del codiciado tronco de oro, el que encontró inmediatamente. Apenas si podía mirarlo, tan intenso era el reflejo que de él emanaba. Partió algunos trozos, que guardó para llevárselos, y comenzó el camino de regreso, pasando nuevamente por la encantada laguna, que atraía irresistiblemente, pero, recordando lo que la joven le había dicho no se detuvo. E inicio el descenso. Una imponente lluvia de piedras le siguió y un viento ululante lo empujaba con violencia, como si quisieran deshacerse de su presencia atrevida. Temeroso de que estas furias desatadas se debieran al oro que había arrancado del tronco, arrojó la mayor parte, guardando solo una pequeña cantidad. Entonces se sintió transportado por los aires y medio adormecido fue abandonado lejos, muy lejos de su toldería.

Dificultosamente reencontró el camino, como los espíritus de la montaña temían que enseñaría a otros el itinerario que el había seguido hasta la cima del Domuyo, solo le dejaron vivir tres días, al cabo de los cuales murió, no sin antes aconsejar a sus hermanos que no intentaran subir hasta la laguna encantada de la cumbre, pues correrían la misma triste suerte.

 

Bibliografía

Honegger, S.A. Gran Manual de Folklore. Buenos Aires: Editorial Honegger.