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Al despertar de su sueño Gilgamesh, escuchó de la­bios de su bisabuelo Utnapishtim el relato del Diluvio Universal.

Sucedió que un día, viéndose los dioses incapaces de soportar a sus hijos, los hombres, decidieron que pe­recieran, inundando la Tierra. Pero la diosa Ea, me­diante sus suspiros, hizo partícipe de sus generosos sen­timientos a un seto de cañas. Y éste, a su vez, merced a sus movimientos al ser mecido por el viento, informó a Utnapishtim, hombre inteligentísimo que sabía desci­frar los murmullos de las plantas.

Utnapishtim contó a Gilgamesh cómo vivía antes en Shuruppak, la antigua ciudad situada a orillas del Eu­frates, y era tan fiel adorador de Ea, la diosa del Océano.

Cierto día, los dioses Bel Marduk, Anú y otros, deci­dieron destruir el mundo por medio de un diluvio, pero Ea previno a su adorador y le ordenó:

“Hombre de Shuruppak, hijo de Ubaratutu, / des­truye tu casa / y construye un navío de ciento veinte codos de alto (unos ochenta y seis metros y medio). / Abandona las riquezas, / ¡busca la vida! / Desprecia los bienes, / ¡salva la vida! / Mete toda simiente de vida dentro del navío. / El navío que debes construir… / las medidas estén (bien) proporcionadas”

Utnapishtim, de acuerdo con las órdenes recibidas de Ea, construyó el navío, lo que explica de la siguiente forma:

“El quinto día tracé su estructura. / Su superficie era de doce iku (unos tres mil metros cuadrados). / Las paredes eran de diez gar de altura (sesenta metros, aproxi­madamente). / Los recubrí con seis pisos; repartí su anchura siete veces. / Su interior lo repartí nueve ve­ces. Seis sar (medida desconocida) de brea eché en el horno”

Una vez que Utnapishtim hubo finalizado la construcción del navío celebro una gran fiesta. Sacrificó bueyes y ovejas para que comieran los que le ayudaron y les obsequió con “mosto, cerveza, aceite, vino y miel con la misma profusión que si se tratara de agua corriente”.

Luego prosiguió diciendo a Gilgamesh:

“Todo lo que tenía lo cargue con toda clase de si­miente de vida. / Metí en el navío a toda mi familia y parentela. / Ganados del campo, animales del campo, artesanos… a todos los metí. / Entre en el navío y cerré mi puerta. / Cuando brilló la luz matutina, de los fundamentos del cielo se alzó una nube negra: Adad rugía allí dentro. / El furor de Adad llegaba hasta el cielo; y toda claridad se trastoco en tinieblas.”

Hasta los mismos dioses, horrorizados ante aquella terrible inundación, se refugiaron en los cielos superio­res, en el cielo del dios Anú, y allí “se acurrucaron como perros” y, temblando de miedo por tan horrible catástrofe, protestaban cabizbajos y lloraban la destrucción de los hombres.

Entretanto, continuaba el Diluvio con vientos hura­canados, truenos espantosos y temblores de tierra.

«Seis días y seis noches corre el viento, el Diluvio; la tempestad devasta la región. / Cuando llego el séptimo día, la tempestad, el Diluvio, fue vencido en la batalla que, como ejército, había librado. / Se amansó el mar, calló el huracán, cesó el Diluvio. / Y todo el género humano se había convertido en fango. / La campiña se había convertido en algo semejante a una te­chumbrea>

Gilgamesh escuchaba muy impresionado la descripción que Utnapishtim le había de lo que sucedió al ce­sar la tempestad:

«Abrí la ventana y la luz resbalo por mis mejillas. / La nave seguía la dirección de Nisir (país situado al NE de Babilonia que corresponde al moderno Kur­distán). / El navío se posó en el monte Nisir. / El mon­te Nisir retuvo el barco y no lo dejó bogar más. / Pa­saron seis días. / El séptimo día solté una paloma: la paloma volvió. / Solté un cuervo: el cuervo no volvió. / Entonces salí de la nave y ofrecí un sacrificio en la cumbre de la montaña.”

Como se ve, son muy evidentes los puntos de contacto entre esta leyenda babilónica de Gilgamesh y la narración mosaica. Pero esta afinidad no resta nada de autenticidad histórica al texto bíblico.

Después de dar gracias al cielo por su salvación, Utnapishtim fue elevado por Bel Marduk a la categoría de dios inmortal en la tierra de los bienaventurados que él ocupaba.

Seguidamente, Utnapishtim hizo que su biznieto Gil­gamesh recobrara la salud y el vigor acostumbrado, y a este no le quedó más remedio que conformarse con su condición de mortal.

Sin embargo, antes de emprender el viaje de retor­no, Utnapishtim, a ruegos de su mujer, le reveló que en el fondo del océano había una planta espinosa que tenía la virtud de tornar joven al viejo.

—Cómela —le dijo— y, al menos, volverás a gozar de la juventud.

Dueño de este precioso secreto, Gilgamesh se em­barcó de nuevo con Urubel. Y cuando estuvo en alta mar, ató a sus piernas piedras muy pesadas y se arrojó al agua, se hundió en ella, llegó a donde crecía la plan­ta que buscaba, la cogió, pese a que le atravesaba la mano con sus espinas, se quitó las piedras y feliz vol­vió a la barca de Urubel.

Satisfecho con su tesoro, emprendió el regreso a Erech. Pero un día, cerca ya de la ciudad, mientras Gil­gamesh se bañaba en una fuente, llego una serpiente atraída por el fragante olor de la maravillosa planta espinosa, ¡y se la robó!

Y así fue como, profundamente triste, el héroe re­gresó a su ciudad perseguido siempre por el temor a la muerte y apenado por la falta de un buen amigo.

Al entrar en el templo de Bel Marduk para dar gra­cias a los dioses por su viaje, preguntó a estos por su amigo Ea-bani. La diosa Ea le oyó y seguidamente en­vió a su hijo Mirridug, para sacar de la región de las sombras el espíritu de Ea-bani, el cual fue trasladado a la tierra del paraíso.

Y allí vivirá eternamente, reclinado en blando lecho y bebiendo agua de puros manantiales.

Aquí terminan las aventuras de Gilgamesh, la epope­ya de Nemrod, el más grande y famoso de los héroes caldeo-asirios.

 

Bibliografía

Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.