Recostado en una banca del lindo parque central de Antigua Guatemala, viendo al cielo, y adormitándome, era temprano, antes de mediodía, no recuerdo la hora exacta…sentí un brisa tocar mi rostro, una delicia de caricia alrededor de mis ojos, y dibujar mis cejas…me quede deseando más…sentí tu respiración cerca de mí, tus extraños y conocidos labios comenzaron a tocar mi cuello, tu aroma invadió mi espacio, mi olfato…mi paladar…no quería despertar, deseaba que el tiempo se detuviera…más lo que se detuvo fue mi respirar…una ansiedad perturbo mi paz…
…abro los ojos con lucha de no perder la vida, y allí estas…vestido de lino blanco, tus ojos negros como la noche o la muerte que me avecina, sonríes…no lo hago de vuelta…bajo la mirada y con un dolor profundo…me retiro…
…me atacan tus demonios, o serán los míos…más el frio de tus uñas desgarran mi piel al darte la espalda…mis cicatrices…todas las que me has dejado están frescas y cada vez que te veo, que te siento, que me buscas, sangran…
…he caído de rodillas mil veces por ti, en mil realidades…ese espíritu de bondad que aparentas ser, en los sueños de muchos, en la mirada de los que te siguen…sabemos que la verdad es distinta…sos una figura de maldad, de angustia, juegas con las almas y te satisface verlas sufrir…o por lo menos con la mía…que te mantiene con vida saber que me lastimas con tu actuar…
…todas mis heridas las sano con oro, para enseñarlas con orgullo…porque he sido derrotado, más nunca me he dado por vencido…eres la muerte…eres mi muerte…! No es mi momento¡…solo eso te digo…
Compartida por: Mr. J
He aquí la historia que me contó Chen Lin-cheng; Un viejo amigo suyo estaba echado a la hora de la siesta, un día de verano, cuando vio, medio dormido, la vaga figura de una mujer que, eludiendo la portera, se introducía en la casa, vestida de luto; cofia blanca, túnica y falda de cáñamo. Se dirigió a las habitaciones interiores y el viejo, al principio, creyó que era una vecina que iba a hacerles una visita; después reflexiono: ¿Cómo se atrevería a entrar en casa del prójimo con semejante indumentaria?
Mientras permanecía sumergido en la perplejidad, la mujer volvió sobre sus pasos y penetró en la habitación. El viejo la examinó atentamente: la mujer tendría unos treinta años; el matiz amarillento de su piel, su rostro hinchado y su mirada sombría le daban un aspecto terrible. Iba y venía por la habitación, sin intención ninguna, al parecer, de abandonarla; incluso se acercaba a la cama. El fingía dormir para mejor observar cuanto hacía. De pronto, ella se levantó un poco la falda y saltó a la cama, sentándose en el vientre del viejo; parecía pesar tres mil libras. El viejo conservaba por completo la lucidez, pero cuando quiso levantar la mano se encontró con que la tenía como encadenada; cuando quiso mover un pie, lo tenía paralizado. Sobrecogido de terror, trató de gritar, pero, desgraciadamente, no era dueño de su voz. La mujer, mientras tanto, le olfateaba la cara, las mejillas, la nariz, las cejas, la frente. En toda la cara sintió su aliento, cuyo soplo helado le penetraba hasta los huesos. Imaginó una estratagema para librarse de aquella angustia: cuando ella llegara al mentón, él trataría de morderla. Poco después ella, en efecto, se inclinó para olerle la barbilla y el viejo la mordió con todas sus fuerzas, tanto que los dientes penetraron en la carne.
Bajo la impresión del dolor la mujer se tiró al suelo, debatiéndose y lamentándose, mientras él apretaba las mandíbulas cada vez con más energía. La sangre resbalaba por su barbilla e inundaba la almohada. En medio de esta lucha encarnizada el viejo oyó, en el patio, la voz de su mujer.
Pero apenas abrió la boca, el monstruo desvaneció, como un suspiro.
La mujer acudió a la cabecera de su marido; no vio nada y se burlo de la ilusión, causada, pretendió ella, por una pesadilla. Pero el viejo insistió en su narración y, como prueba evidente, le enseño la mancha de sangre: parecía agua que hubiera penetrado por una fisura del techo y empapado la almohada y la estera. El viejo acerco la cara a la mancha y respiró una emanación pútrida; se sintió presa de un violento acceso de vómitos y, durante muchos días, tuvo la boca apestada, con un hálito nauseabundo.
Bibliografía
Narraciones Terroríficas, Antología de cuentos de misterio. Barcelona: Ediciones Acervo, 1968.
Autor: P´ou Song-Ling (1640-1715)