Primero como espíritu guardián y luego como entidad maligna, el nahual fue una de las figuras más importantes de la cosmovisión de los pueblos prehispánicos.
Existen una gran variedad de seres sobrenaturales que en las noches recorren los caminos rurales o las calles citadinas. Espectros del folclor popular como “La Llorona” o el “Charro Negro” deambulan asustando a quien haya actuado mal o a cualquier escéptico que los desafié. Pero entes destaca uno de raíces prehispánicas: el nahual o nagual – palabra de origen náhuatl que deriva de nahualli, “disfrazarse”, aunque también se traduce como “doble” o “proyectado” -. No se trata precisamente de un ser de otro mundo, sino de un hombre común capaz de adoptar la forma de algún animal fantástico, don que bien pudo adquirir o en su defecto, nacer con él para convertirse en un gran perro negro con voraces ojos de fuego, una serpiente que habla o un burro sin cola ni orejas.
Hay cientos de historias que relatan sus apariciones, e incluso en la actualidad son muy populares los encuentros con ellos. Sobre todo, en las zonas rurales no faltan los pobladores que afirman haber visto una extraña bestia (gato, mula, etc.) cuyo rostro de pronto se transformó en el de un humano, o ser victima de sus malignos poderes; otros aseguran haber matado a uno creyendo que se trataba de un animal, y llevarse el susto de sus vidas tras ver el cadáver de un hombre. Sobra aclarar que de estas historias jamás quedan registros materiales, sólo el juramento de aquel que supuestamente “lo vivió”.
De lo que si hay pruebas es del origen de la leyenda. Más que un cuento para asustar incautos, su presencia encubre un interesante aspecto de la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos. El antropólogo Francisco Rivas Castro, especialista en tradición oral del Instituto Nacional de Antropología e Historia, ha estudiado diversos códices en los que considera que estos seres aparecen – el códice Laud, el Fejervàry-Mayer y el códice Borbónico, junto con el Lienzo de Ihuitlàn del siglo XVI – y explica que el “nahual” esta presente en la tradición mexicana desde hace más de 3000 años; su figura, afirma, era para las culturas prehispánicas uno de los elementos de mayor relevancia espiritual. “A diferencia de los nahuales que hoy conocemos, en el pasado era un espíritu compañero, un guardián que todas y cada una de las personas poseía junto con la “tona”- “el calor de la vida, algo parecido al alma en la cultura cristiana –“, menciona este investigador interesado en rescatar y dignificar la imagen de los nahuales.
De esta manera ambos, “tona” y “nahual”, conviven en cada hombre, mujer y niño sin excepción, bajo la forma de un animal, que puede ser desde un pequeño ratón, hasta un enorme cocodrilo, o algún fenómeno o elemento natural, como la lluvia, el frio, el granizo, fuertes vientos e incluso los astros. Él era el encargado de cuidar y guiar a las personas a lo largo de su vida, por lo que entre hombres y nahuales existía un profundo vinculo que se rompía sólo con la muerte. Fue un historiador mexicano Alfredo López Austin (nacido en 1936) quien recuperaría esta faceta del nahual como ente protector y no como espectro diabólico.
Su connotación prehispánica es en general positiva, pero también se sabe de nahuales oscuros que causaban daño y hacían tomar decisiones equivocadas a sus compañeros humanos, así como de otros con la capacidad de transformarse en sus nahuales a voluntad. Según fray Toribio de Benavente – “Motolinea” (1482-1568)-, quienes poseían el don de la transmutación eran encargados de resguardar el conocimiento y protectores de la comunidad, por lo que ocupaban un lugar privilegiado. Estas personas por lo general eran hechiceros o sacerdotes, “pero a diferencia de lo que hoy comúnmente se cree, su función no era la de asustar o robar, sino proteger espacios sagrados y ser un vinculo con el mundo natural”, señala Rivas Castro. En la época antigua el nahual era “ojo” y “garra”. Ojo porque vigilaba que todo estuviera en orden, y garra porque tenia el poder de castigar aquellos que transgredían las reglas, menciona, citando un texto fray Juan Torquemada (1557 – 1624), “eran ellos quienes impartían las justicia”
Pero los nahuales tenían otras habilidades – también podían manejar la lluvia o el granizo según lo requirieran las cosechas (temperos), eran curanderos y dominaban el arte de la adivinación -, de las cuales dan cuenta algunos cronistas de la época como el sacerdote Hermano Ruiz de Alarcón, hermano del famoso dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón, y el misionero español Jacinto de la Serna (1600 – 1681). Este ultimo refiere en su Tratado de las idolatrías, supersticiones y costumbres la historia de Quilaztli, una nahuala que se enfrento a los conquistadores en forma de águila, y deja asentado al respecto que, dado que el nahual y el hombre están unidos, si alguno de los dos muere o es herido, tal condición se reflejara sin duda en el otro.
Con la llegada de los españoles la imagen de estos espíritus cambiaría de modo radical debido a la supresión de las idolatrías ejercida por el cristianismo. De la unión de las creencias indígenas y europeas se formaría un hibrido que derivó en la representación actual que tenemos de los nahuales, conservando su función de elementos de control de las conductas sociales: “ojo” y la “garra”, como expresa Rivas. Así, el nahual se aparece para castigar a los impuros de corazón, a los mentirosos o a los lujuriosos – es el caso de las nahualas que se convierten en hermosas mujeres con cara de caballo -; pero al tratarse de un ente que ha hecho un pacto con el demonio, según la tradición colonial, debe ser repudiado. Desde hace 500 años comenzó a perder su significado como guardián, guía y compañero hasta la muerte.
Bibliografía
Extractos sacados de Muy Interesante (2016). Mitos y Leyendas. Editorial GyJ Televisa S.A. DE C.V
En todos los trabajos donde he estado siempre existe una niña o niño fantasma, ese espíritu que todos juran haber visto, como repito, regularmente es la representación de una figura infantil…te relatan historias, te hacen bromas, te juran haberla visto…
Bueno, pues dentro de tanta historia, me sucede lo siguiente –
Entro a la oficina por la mañana, una casa antigua y pintoresca de una de las zonas residenciales de donde vivo, son las 5:00 am, teníamos una entrega que hacer, así que nos juntamos muy temprano para afinar unos últimos detalles…llego a mi oficina, sin necesidad de prender la luz, se sentía delicioso tener una luz tenue, hasta una pequeña oscuridad cálida, coloque un poco de música, y cuando estaba iniciando la computadora…escucho afuera de mi puerta unos pequeños pasos correr, que suben las gradas al segundo nivel y sentí haber escuchado una pequeña sonrisa…sin embargo no le puse atención, pensé en un momento que era algún animal y mi cabeza me estaba jugando una mala broma…
Comienzo a revisar el reporte final, dándole unos últimos ajustes, cuando escucho la risa de un bebe, a lo que pensé que me habían llegado a visitar, usualmente, me llevan de visita a mi hija de 6 meses al trabajo, pero cuando me di cuenta de la hora, 5:46 am, honestamente, a cualquiera le hubiera parecido un poco extraño que te visiten a esa hora…así que me levanté, y seguí las risas…
…estas venían del piso de arriba, lo que me intrigo aún más, subí poco a poco y todas las puertas de las oficinas de arriba estaban cerradas, probé cada una de ellas y permanecían con llave, cuando escuche de nuevo las risas de un bebe, dentro de la sala de reuniones…como puedo, bajo corriendo a buscar las llaves dentro de mi mochila, después de tanta lucha al final las encuentro…subo de nuevo…escucho de nuevo las risas, y un balbuceo repitiendo una y otra vez “pa, pa, pa, pa»…
…luego de buscar desesperadamente la llave y encontrarla, logro abrir la puerta…la sala de reuniones esta oscura, las cortinas cerradas…una mesa de vidrio en el centro y atreves de ella, veo la silueta de un bebe sentado en el piso, lo que sin duda causo mucha curiosidad y hasta cierto punto un malestar exagerado…”quien en su sano juicio deja un bebe aquí”….comienzo a caminar a él, pero mis movimientos son cada vez más lentos, cuanto llego a casi un metro del infante, este me voltea a ver, con un brillo inexplicable en sus ojos, podría jurar que a veces se le miraban como rojos, se le comienza a dibujar una pequeña sonrisa en su rostro, este sin ninguna ayuda se levanta…y me señala…el muy lindo “pa, pa, pa, pa…”…cambio por un “serás mío” …mi corazón se disparó de un temor incontrolable…trate de retroceder y buscar la puerta, no podía moverme…no sabía que hacer…no podía pensar con claridad…un olor muy extraño lleno el lugar…
Tome valor…corrí contra el bebe, cerré los ojos, y con lágrimas en ellos…lo abrace con todas mis fuerzas… sentí como me comenzaba a morder…a gritar…las únicas palabras que pude pronunciar fueron, “mi amor lindo, ¡te amo!!…
…abrí los ojos llenos de lágrimas y recostado sobre mi escritorio, voltee a ver el reloj…5:47 am…no fue precisamente una niña…fuiste tù, mi niño, mi angel…
Compartida y escrita por: Mr. J
Lo que me han contado se remonta a tiempos antañosos. El escenario, un sitio que todos conocemos y que siempre luce tan romántico como legendario, el Cerrito del Carmen. Juan Corz, el religioso ermitaño fue el que con su templo complementó la belleza sin par que ostenta y que a pesar de los años da la impresión que el tiempo allí se detuvo; nada ha cambiado, sólo la ciudad que principia en sus faldas y se extiende hacia los cuatro puntos cardinales. Varias leyendas me han narrado del Cerrito del Carmen, pero hay una que me ha puesto en que pensar; una que yo dejo a la estimable consideración de ustedes para que saquen conclusiones. Son estas leyendas que han pasado de abuelos a nietos; de padres a hijos y así sucesivamente, flotan en nuestro ambiente que a pesar del modernismo y de la poca creencia en algunos acontecimientos, hechos y demás consejas, persisten y aún se comentan con mucho interés. Nuestra leyenda se inicia en un año perdido en el almanaque, cuando las miserables rancherías circunvalaban la llamada Ermita del Carmen y en lo que con el tiempo fuera el Potrero de Corona el ganado pastaba silencioso y los pastorcillos con sus manadas de cabras se perdían en la lejanía verde del amplio valle.
El balar de algunas ovejas y el rebuzno del burro rompía la monotonía del apacible lugar. Había cierto malestar entre los indígenas y mestizos porque, según comentaban en voz baja, uno de los miembros de la cofradía, ya con sus tragos, había blasfemado contra la Virgen del Carmen en vísperas de su celebración. Aquel campesino lanzaba oprobios contra la imagen que inerte recibía las andadas de palabrotas, y todo porque no le había salvado a su hijo de una enfermedad que le consumió poco a poco.
Todos habían quedado pasmados ante la actitud de José María Aqzín Coyoc; sabían de su religiosidad y respeto y no creían en lo que decía.
-Algo grave va a pasar, causa del Chema Aqzín- decían los humildes artesanos. Unos sólo se persignaban y le encomendaban a Dios por sus desacatos. Aquello sí que era grave. Años antes las sequías y el cólera se había ensañado con los habitantes de otras pequeñas provincias por las mismas cosas y algo sucedería; quizá no tardaría mucho.
Las fiestas de la Virgen del Carmen se celebraron con la pompa que los pocos vecinos le daban; la campana sonaba y aquellos humildes hombres con sus mujeres, niños y perros concurrieron al templo a escuchar la misa; aquellas celebraciones fueron solemnes y al final todos guardaron sus mejores galas para el año entrante.
Siempre se seguía pensando en lo que el Chema había hecho y el castigo que sobrevendría de un momento a otro. Algunos de aquellos hombres cegados más por el fanatismo que por la realidad, habían pensado incluso linchar al pobre indígena. Uno de los religiosos hubo de intervenir a fin de que no se cometiera un crimen con aquel infeliz.
Una tarde cuando ya se había realizado la oración, ante la expectación de ladinos e indígenas vieron cómo una luz potente salía justamente del centro del templo de los ermitaños en la parte superior del Cerrito del Carmen. La deducción fue colectiva todos pensaron que el castigo ya estaba en marcha. Los gritos de “¡Santo Dios! ¡Santo Fuerte!”, se escucharon en la pequeña ranchería de las faldas del Cerrito del Carmen.
El acabóse fue cuando la bola de fuego sobrevoló los alrededores del cerro y con su flúido incendió algunos de los ranchos colindantes del sitio; aquello quemaba el pasto reseco. Religiosos y vecinos salieron corriendo buscando los montes cercanos para guarecerse del peligro, viendo desde esos escondites cómo la luz rojiza se alejaba y se perdía en el espacio obscuro y silencioso.
En la mentalidad de nuestras gentes sencillas todo se debió a un castigo de la Virgen por las blasfemias de José María Aqzín Coyoc.
Cuentan las leyendas que el pobre indígena arrepentido de las ofensas no cesó en su intento de desagraviar ala virgencita, hasta que según él obtuvo el perdón deseado. De generación en generación el caso de Chema fue comentado en una y otra forma. El año de 1620 no se olvidaría fácilmente, los padres seguirían contando a sus hijos lo acontecido después de las fiestas de la Virgen del Carmen.
29 años más tarde, nuevamente el fenómeno extraño regresa al mismo sitio y el pánico cunde otra vez en las rancherías; era el 14 de abril de 1649, aún se pensaba en las blasfemias de Chema, pero algunos se resistían a creer en el castigo ya que había muerto hacía algunos años. Pero aún no salían de su asombro a pesar de los años. El caso seguía comentando y el 25 de marzo de 1680 el fenómeno vuelve al mismo sitio y siembra el temor nuevamente entre el vecindario. Una vez más fue desapareciendo poco a poco sin dejar huella; sólo el fluido había quemado el pasto seco y algunos ranchos en los sitios aledaños al Cerro del Carmen.
Con el tiempo todo se fue olvidando y algunos menos ingenuos ya no creían en la leyenda de los abuelos; aquel viejo cuento de las blasfemias de Chema había quedado como eso, como un cuento que se narraba por las tardes o por las noches, cuando la abuela era el centro de atracción de los nietos.
Aquello tomó proporciones alarmantes cuando el fenómeno fue visto otra vez el 20 de enero de 1681. Siempre el mismo susto, las mismas formas de pensar en relación con un hecho que no se explicaban cómo llegaba y se iba flotando en el espacio. Todos vieron alarmados en la noche fría de enero cómo el fenómeno se alejaba en la obscuridad de la noche solitaria.
La noche el 18 de septiembre del año 1691 aparece otra vez más la luz en el infinito y se va acercando poco a poco, hasta posarse en la parte superior del Cerro del Carmen. Una vez más arrasa con todo, con las rancherías y con los pastizales húmedos. Por espacio de unas horas los asustados habitantes vieron todo sin poder hacer absolutamente nada por defenderse y sin comprender el porqué del fenómeno. Finalmente, y como siempre se fue perdiendo en el espacio hasta desaparecer completamente en las sombras de la noche. Mientras tanto los campesinos fueron saliendo de sus escondites dando infinitas gracias a Dios que ya todo había pasado.
Al otro día los sacerdotes de la Ermita del Cerro del Carmen hicieron construir una cruz de Caravaca, que los antiguos exorcistas usaban contra los demonios y demás espíritus malignos.
Fue la última vez que nuestros paisanos vieron aquel extraño cuerpo en el espacio; la fecha quedó grabada en los archivos de la Iglesia, y marcaba el día 18 de septiembre del año de 1691. A 297 años de distancia y leyendo estos valiosos documentos que se asocian con las leyendas que nuestro pueblo ha mantenido, creemos que en Guatemala el comentario de los objetos voladores no identificados es tan viejo como las leyendas que las abuelas han narrado. ¿Ahora bien, fueron éstos en realidad platillos voladores o alucinaciones de nuestros pacíficos paisanos? Como se dice comúnmente en nuestro medio, a ese respecto hay mucha tela que cortar, y consecuentemente dejamos a su criterio el comentario de lo escrito.
Bibliografía
Gaitán, Héctor. La calle donde tu vives. Guatemala: Librería Artemis y Edinter.
Cuando algún visitante busca el museo de los espíritus, se dirige al padre Ernesto Ricasoli y pide ver «El Museo de los Espíritus» el sacerdote supone serio, juzga con una ojeada a su interlocutor, y si lo cree una persona movida por simple curiosidad contesta que lo lamenta, «pero el pequeño museo esta cerrado al publico». En efecto, los fieles no pueden entrar libremente. Esta prohibición disgusta a muchos creyentes que consideran que el museo es un poderosa invitación a la fe, a la meditación y a la oración.
El museo contiene una desconcertante documentación guardada en un armario colocado en una salita a pocos metros cuadrados, anexa a la Iglesia parroquial del Sagrado Corazón de Sufragio, en Lungontevere Prati, a unos centenares de metros del castillo de Sant’Angelo.
La primera vez que el padre Ricasoli, al asumir el cargo de guardián del museo, se vio obligado a ordenar la exposición de tan extraordinarios documentos tuvo que vencer, si no una sensanción de temor, por lo menos cierto nerviosismo. Actualmente, después de tanto años, esta acostumbrado a ocuparse de aquellos objetos en que se pueden advertir las huellas dejadas por almas que decían estar en el Purgatorio.
La idea de esta original colección, según explica el padre Ricasoli, la tuvo el padre Vistorio Jonet, que quería celebrar la misa en una capilla consagrada a la Virgen del Rosario, situada a pocos pasos de la Iglesia del sagrado Corazón del Sufragio. Un día, exactamente el 15 de Septiembre de 1897, en el altar de la capillita se originó un pequeño incendio y en la pared a la izquierda del altar apareció una imagen que muchos fieles identificaron como un rostro atormentado. Se gritó que había sido un milagro y una ingente multitud acudió a la iglesita del Sufragio.
La autoridad eclesiástica, naturalmente, no se pronunció sobre el particular, pero se afirmó en la convicción de que la imagen había aparecido realmente entre las llamas del incendio. Tal convicción se vio reforzada por el hecho de que la imagen continuó siendo visible durante largo tiempo, causando un efecto realmente desconcertante en quienes la observaban. Todavía hoy, junto a la puerta de la sacristía, se conservan huellas del incendio milagroso, que para protegerlas del tiempo e impedir que los fieles fácilmente sugestionables llegasen a conclusiones no autorizadas, se han recubierto con un tríptico que representa a la Virgen rodeada de ángeles.
El padre Jonet interpretó este hecho extraordinario como una señal de la Providencia y con la ayuda y apoyo de los pontífices Pio X y Benedicto XV, edificó el santuario del Sagrado Corazón de Sufragio. Luego pensó realizar una obra que recordase a los fieles la devoción a la animas benditas. Emprendió varios viajes por Italia, Francia y Alemania, de donde trajo objetos de interés verdaderamente excepcional que fueron ordenados en una sala anexa al santuario. Así fue construido el «Museo del Purgatorio» o Museo de los Espíritus.
Hasta 1920 estos objetos estuvieron expuestos ordinariamente al público como si se tratase de un museo. Luego, el padre Jonet, director de la Archicofradía, pensó en reorganizar la exposición de estos objetos de manera más discreta y más en consonancia con el espíritu de la Iglesia eliminando los que no estuviesen avalados por una documentación autorizada.
Este es, pues, el origen y la historia del Museo, que el padre Ernesto narra al visitante seriamente interesado. A los que preguntan como es posible que la Iglesia (que no suele pronunciarse acerca de hechos semejantes) autorice no menos que un museo de esta clase, aunque no este abierto al público, el sacerdote contesta: «La Iglesia condena el espiritismo, entendido como creencia en la posibilidad de evocar mediante la practica de los mediums el espíritu de los difuntos. Aquí se trata de otra cosa. Son espíritus que espontáneamente se han manifestado para pedir sufragios y han dejado huella de su paso.» Un hecho semejante, nos cuenta el sacerdote, le ocurrió a San Juan Bosco, al hacerse amigo de un colegial, el joven Comollo, que murió poco tiempo después. Entre los dos habían pactado que quien muriese primero iría a tranquilizar al otro con respecto a su salvación eterna. El recuerdo de aquel hecho turbaba el espíritu de Juan Bosco cuando su amigo murió. Una noche en que pensando en ello no podía dormir, oyó el ruido de un carro que se aproximaba; el rumor crecía paulatinamente hasta el punto de hacer temblar el dormitorio. Los clérigos, asustadísimos, huyeron de sus lechos. Entonces en medio de un ruido semejante al de un trueno, se oyó claramente la vos del difunto Comollo que decía tres veces: «Bosco, !me he salvado¡» Dom Bosco, según confesó mas tarde sintió un pánico tan grande que enfermó gravemente.
La diferencia entre este extraordinario acontecimiento ocurrido a San Juan Bosco en su juventud y los que aparecen documentados en el Museo de los Espíritus consite en que a Dom Bosco el espíritu de su amigo se le manifestó ruidosamente, pero sin dejar huella clara e inconfundible de su paso. La mayor parte de la documentación sobre los espíritus del Museo consiste, en cambio, en huellas dejadas, por ejemplo, sobre los libros de oraciones, como si las almas del purgatorio quisiesen solicitar sufragios a los vivos. Existen las huellas dejadas en un libro de Margarita Sommerlé, de Elirgen (Metz), en Francia, por su suegra, que se le apareció treinta años después de muerta (1915) vistiendo el traje del país, como peregrina. Esta extraña figura de mujer bajaba cada día de las escaleras que conducían al granero, gemía y contemplaba con insistencia a su nuera como si quisiera pedirle algo. Margarita Sommerlé, aconsejada por su confesor, le dirigió un día la palabra y obtuvo esta respuesta: «soy tu suegra, muerta de parto hace treinta años. Ve en peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Marienthal y hazme celebrar dos misas». Despues de la peregrinación, la suegra se le apareció de nuevo para anunciarle que había sido liberada del Purgatorio y sonriendo, puso su mano sobre el libro La imitación de Cristo, dejando en él la marca de una quemadura. Luego, resplandeciente de luz, desapareció para siempre.
A este grupo de documentos pertenecen las marcas de fuego dejadas por el difunto José Schiti al tocar con la extremidad de los cinco dedos de su mano derecha el libro de oraciones de su hermano jorge, el 21 de diciembre de 1838, en Sanalbe (Lorena); la marca de tres dedos dejada el domingo 5 de marzo de 1871 en el libro de oraciones de una tal Maria de Poggio Berni, de Rímini, por la difunta Palmira Ratelli, hermana del párroco, fallecida el 18 de diciembre de 1870, y otros episodios análogos.
También existe una serie de documentos impresionantes consistentes en a huellas dejadas por los espíritus sobre varias telas. Por ejemplo, la marca de fuego de un dedo de sor Maria Margarita la noche del 5 al 6 de junio de 1894. El relato conservado en el archivo del monasterio de Santa Clara, en Bastia (Córcega), cuenta como sor María, que sufría desde hacía cerca de dos años del pecho, con altas fiebres y tos asmática, fue presa del desaliento y del deseo de morir pronto para dejar de sufrir. Sin embargo, como era muy fervorosa, ante las exhortaciones de la superiora se sometió resignada a la voluntad de Dios. Pidió oraciones, y para atestiguar la autenticidad de su aparición, posó el índice sobre un cojín prometiendo volver. Se apareció de nuevo a la misma religiosa los días 20 y 25 de junio del mismo año para darle las gracias y algunos consejos espirituales para la comunidad.
El museo también muestra una huella de fuego dejada sobre el delantal de sor Maria Herendorps, religiosa conversa del monasterio benedictino de Vinnemberg (Westfalia), por la mano de la difunta sor Clara Scholers, de la misma Orden, muerta a causa de la peste en 1637.
Asimismo se puede ver una huella dejada por la difunta señora Leleux sobre una manga de la camisa de su hijo José cuando se le apareció en Wodeco-Mas (Bélgica). Según el relato del hijo, la madre, que había muerto diecisiete años antes, se le apareció la noche del 21 de junio de 1789 (después de haber oído durante once noches consecutivas ruidos que le atemorizaron hasta el punto de hacerle enfermar) reprochando le su vida disipada, exhortándole a cambiar conducta y a rezar por la Iglesia. entonces apoyó la mano sobre la manga de su camisa dejando una huella muy visible. Jose Leleux, después de aquella aparición, se convirtió y fundó una congregación de laicos y murió en olor de santidad el 19 de abril de 1825.
Por último, el museo contiene la documentación relativa a las huellas dejadas sobre una tablilla de madera, la manga del hábito y la camisa de sor Clara Isabel Gornari, abadesa de las clarisas, por las manos del difunto padre Panzini, abad olivetano de Mantua, el 1 ero de noviembre de 1831. Son cuatro marcas, una de la mano izquierda sobre una tablilla que utilizaba la religiosa para su trabajo, muy visible, con la señal de la cruz perfectamente impresa en la madera; la segunda, también de la mano izquierda, sobre una hoja de papel, viéndose la forma de la mano con gran nitidez; otra de la mano derecha sobre la manga del hábito, quemó de distinta manera la tela de la camisa religiosa, manchandola de sangre.
Esto es, en síntesis, el Museo de los Espíritus, cuyo valor se debe a la seriedad de las personas que han declarado como testigos y de las autoridades que se han encargado de examinar las piezas y controlarlas. «Sobre la delicada cuestión de la validez de los documentos y testimonios – escribió monseñor Pedro Beneditti, primer sucesor del padre Joneten la dirección de la Obra-, es preciso evitar a la gente que a priori se limita a encogerse de hombros y a sonreír incredulamente ante las manifestaciones sensibles del más allá, negando rotundamente el hecho. Estas personas obran con ligereza. En realidad, no es justo rechazar sin previo examen el testimonio de personas dignas de crédito cuya virtud ha sido reconocida por la Iglesia. Tampoco se puede negar la posibilidad de comunicación entre las almas de la Iglesia purgante y nosotros, que formamos parte de la Iglesia, con permisión divina. Por otra parte, hay almas ávidas de encontrar lo sobrenatural siempre y en todas partes, y por lo tanto, inclinadas a una devoción casi enfermiza e incluso demasiado cruel. Se empeñan en ver siempre y en todas partes manifestaciones sobrenaturales, visiones, revelaciones…Ni intrasigencia, ni fanatismo, ni indiferencia – concluye monseñor Beneditti – sino seriedad y respeto para la sinceridad de quien honestamente relata y afirma, y para la diligencia de los que estudian, investigan y examinan».
La Iglesia no se ha pronunciado oficialmente sobre los hecho expuestos en el Museo del Purgatorio, y los sacerdotes que están a su cuidado informan a los visitantes con las debidas reservas acerca de los episodios y documentos mas impresionantes.
De Maria, C. (1971). Enciclopedia de la magia y de la brujería. Barcelona: Editorial De Vecchi, S.A.