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En la empresa donde estoy trabajando uno de los socios me dio la oportunidad de poder visitar un lugar bellísimo y escondido de mi hermoso país, después de 6 horas de viaje en carretera y 45 minutos en lancha, llegamos a una finca “El Paraíso Perdido” en medio de la nada, rodeados de océano y pantanos, pude divisar 6 ranchos de visitas, la casa patronal, una sección de hamacas, y un rancho adaptado a ser la cocina y comedor, al momento de mi llegada, nos esperaban los ayudantes de la finca (ósea el guardián y su familia), personas que al verlas sonreír no despiertan ningún tipo de malicia, más seguridad y un alma pura, ayudaron con mi equipaje; y evitar que casi me ahogara al bajarme de la lancha, tropezarme con la orilla de la misma y caer directo al mar, en ese momento una intrépida mano me agarro de la camisa y saco de un tirón a flote…(no puedo dejar de sonreír al recordarme de ese momento)

Me dieron el mejor hospedaje del lugar, algo sencillo, mas no faltaba ninguna comodidad en la misma, simplemente la vista era una maravilla, todo alrededor era tal y como dice el nombre un “Paraíso”; No había nadie más hospedado en la finca, que hermoso tener este lugar solo para mí, mi pensamiento, mi…un merecido descanso…forzosamente me desconecte del mundo, sin tecnología, casi no se lograba señal de celular, mucho menos Internet, tras lograr de alguna forma encontrar un lugar especial y cabe mencionar único lugar donde raras veces entraba señal, aprovechaba para ver que estaba sucediendo leyendo alguna red social, sin embargo era una paz, estar lejos de todo…olvidarse de todo…de todo…

Caí rendido la primera noche, y no precisamente por cargar mi equipaje, más por cargar una vida tan desordenada y mierda que he tenido, en ese lugar haber encontrado paz de una forma casi automática, fue genial; esa noche no recuerdo haber tenido las fuerzas de ni si quiera haber soñado…lo único que me movió fue haber escuchado que alguien murmuraba mi nombre varias veces, pero al despertar sentí que eran las olas del mar que lo repetían sin parar…

Cuando tuve la fuerza de abrir los ojos, sentí que había dormido una eternidad, eran las 6 de la mañana, a lo cual no existía más remedio que levantarme, sí, me sentía renovado…después de una ducha, donde no necesitas agua caliente, porque de por si sale caliente…me puse mi short, y salí a apreciar el lugar…era magnifico, no podía creer que estaba en medio de un reino pantanal, era indescriptible, aves que no había visto nunca, no digamos las plantas, esto no había tenido la oportunidad de apreciar como se debe el día que llegue, pudo haber sido por la hora, o porque simplemente venia maldiciendo que no tenía señal de celular; a través de unas palmeras y un ancla gigante puedes ver un camino que te lleva directo a ver la orilla del mar, el cual estaba como a 200 metros de la casa…¡fantástico!…que suerte la que tuve, fue lo único que paso por mi mente…

Llegue al comedor/cocina donde ya me estaban esperando unas damas muy simpáticas, una siendo la esposa del guardián y la otra la hija, Doña Dulce y Delmi, cuando me vieron sonrieron y muy amablemente me ofrecieron jugo de naranja, y una taza de café hervido,  preguntaron que quería desayunar, a lo que respondí que no importaba…lo que fuera más sencillo, al preguntar por el guardián, me comentaron que había salido a pescar…que no tardaba en regresar, que ellas estaban para ayudarme en lo que necesitara…el desayuno fue esplendido, me senté a la mesa y sirvieron una diversidad de platos, todos con un toque especial de la región, fue tanta comida que pregunte si había llegado alguien más, o esperábamos a otras personas…lo que respondieron con una negativa…no preste mucha atención, y seguí desayunando…

Ese fue un día de ocio completo, y por lo visto así serian el resto de días…caminar por la playa, horas de horas…ver a lo lejos las fincas de los vecinos…y kilómetros de arena, no podía imaginar el final…después de una mañana de descanso, llego el guardia (le dicen Chon, nunca supe su nombre) y se sentó a la par mía, preguntándome si necesitaba algo, que si todo estaba bien, a lo que solo pude decirle que todo era magnifico…él simplemente sonrió…

Le pregunte de la pesca que había visto que salía muy temprano, y me dijo que salen en la primera hora del día, para no perturbar el espíritu de ella, y ademas que los cuide en su lucha con el mar…

… ¿de ella? cuéntame más, le dije –

Pues mire, hace mucho tiempo aquí vivía un extranjero, un gringo así alto y canche, que tuvo una cría hembra con una de por aquí, este cuando supo que la había dejado preñada, se fue huyendo a la capital y no se supo de él…mientras que ella salió linda la muchacha, era distinta a muchas patojas de aquí, todos la pretendían, hacían cola para verla, le llegaban, pero ella no se dejaba de nadie, así paso el tiempo…hasta se llegó a pensar que estaba como embrujada, porque le caían todos los machos, de aquí, los mejores pescadores, los más fuertes, y así hasta los de más billete…y ella no les ponía atención…pero ella se miraba feliz…siempre se miraba feliz…aprendió a pescar, era así bien pilas, ayudaba en casa…cazaba en el pantano…era muy diferente a todas las mujeres de por aquí…pero a todos nos llega ese momento de enamoramiento, como dicen un roto para un descocido…y vino el hijo del dueño de la finca junto al faro…se conocieron en la playa, y ese mismo día él la hizo suya, allí en la arena…fue algo así como de magia, ambos se querían mucho…así muchísimo, ella pasaba todo el tiempo con él, y él no podía dejar de pensar en ella…se deseaban todo el tiempo…era un amor muy raro por aquí…al final de un tiempo, él quería llevarse a la niña a vivir con él en la capital…y salió a hacer todos los arreglos necesarios, para pedir su compromiso y al parecer quería desposar a la muchacha…ella no supo nada de él por un tiempo, y se miraba su desesperación y tristeza en su rostro…no dormía, no comía…lo esperaba sentada debajo del faro, día y noche…ya usted se dio cuenta que aquí no estamos muy comunicados, dice…después de tanto esperar…llego el chisme que lo habían visto en puerto…y venia en camino por la muchacha…al ella escuchar eso regreso a esa felicidad que la distinguía, la verdad todos nos alegramos por ella…imagínese…su gran amor venia por ella…el día que tomo la lancha para venir, hubo mal clima…pésimo clima…parecía que algo no quería que este enamorado llegara a su destino, muchos le dijeron que saliera otro día del puerto, pero él desesperado por ver a su amor…salió con dos lancheros expertos, de esos que todo lo pueden en el mar…y adivine ¿què paso?, esa lancha, esa única lancha que salió ese día, no llego a destino…los vientos arreciaron, las olas y marea era fuertísima…nunca habíamos pasado por una tempestad así, el mar entro hasta el canal del pantano…nos inundamos, fue algo nunca vivido aquí…lo más misterioso que así, como comenzó así termino, de inmediato salimos todos en lanchas, porque sabíamos que ellos venían en camino, a buscar…no le miento que buscamos, y buscamos, y buscamos por horas…y fue como si el mar se los hubiera tragado, fueron horas de horas, y nada…al regresar ella estaba en la orilla, tenía una mirada de esperanza, la cual cambio así inmediato, al ver nuestro regreso no triunfal…fue como si le hubiera sacado la vida en ese momento…y lloro…las comadres las trataron de consolar, y nada quería la niña…solo lloraba…no decía nada…muchos dicen que el rey del mar, celoso de ese amor le quito la oportunidad de ser feliz, porque el también amaba a la muchacha…

¿qué paso con la muchacha? – le pregunte

ah…si la muchacha…perdió el brillo, se hundió en tristeza y caminaba entre sollozos y lágrimas en la playa por mucho tiempo, tenía la mirada perdida en horizonte como queriendo encontrar a su amor…dicen que un día, se levantó en los primero rayos del sol, a “pescar”, ella sola tomo su lancha y partió, nunca se supo nada mas de ella…dicen por allí, que cuando paso la reventazón se tiro al mar y nado hasta lo más profundo buscando a su amado…después de que se perdió, pasaron cosas raras…dicen muchos escuchar su voz, llamando su nombre…pero solo aquellos que han perdido un amor, solo aquellos que aun lloran un amor, que tienen el corazón roto…muchos dicen que los llamados los hipnotizan, que llegan al mar y se tiran en busca de ese amor que los lastimo, o que no han olvidado…algunos que quedan vivos, juran haberla visto, en la orilla y que ella los salva de ahogarse, pero amanecen con grandes moretes en el cuerpo, medio ahogados en la orilla del faro, cabal donde ella se sentaba a esperar…pues, no sé, eso cuentan los que han quedado vivos…por eso tomamos la tradición de pedirle su ayuda en la pesca, su protección, y salir después de la hora que se estima que ella salió al mar, nunca antes…es de mala suerte…

…quede fascinado con la historia, no lograba sacarme de la mente como alguien podría llegar a amar tanto a alguien que dio su vida por estar con él, y seguramente estarán en el fondo del mar, riendo y amándose como se merecen…después sentí un escalofrió, ya que recordé de las voces que llamaron mi nombre una noche antes; la cabeza me comenzó a jugar de una manera no justa…ya que me acababan de romper el corazón, y no la he podido olvidar…

…esa noche sucedió, la historia se volvió realidad, me fui a recostar cuando sentí un manto suave acariciar mi espalda, no bien despierto escuche como me llamaban de nuevo, y eras tú, si tú la que me rompió el corazón, por la que pase noches en vela, y en algún momento llore otras más…te seguí, te busque…y efectivamente, sentía esa presión de irte a buscar, salí corriendo y llegue a la orilla del mar…me sentía completamente despierto, cuál fue mi sorpresa que cuando me tire a buscarte, no fue tu rostro el que vi, más el de una muchacha, con rasgos similares a los lugareños…era la muchacha de la historia, que me llevaba al mar…y no podía decir que no…trate, luche, ni mi mente, ni mi cuerpo me hacían caso…trate de gritar y no pude emitir un sonido; ya que era demasiado tarde, estaba tragando agua…me estaba ahogando, y fue cuando paso lo que al final me salvo, subí la mirada para decir adiós, cuando vi una silueta…y sentí como de alguna forma me tomaron del brazo, me jalaron de tal fuerza, que no pudieron contenerme bajo el agua…lo otro que recuerdo, es que sentí tu aroma, y tu dulce voz diciéndome: – “no es tu momento aun”…entre abrí los ojos…a lo lejos observe tu silueta…

Amanecí tirado en la orilla del mar, frente a mi estaba el imponente faro…en las piernas me aparecieron unos moretes, como si alguien me hubiera jalado con una fuerza descomunal…el hombro derecho lo tenía zafado, y los dedos marcados en el antebrazo como si dos personas me hubieran querido partir en dos…esa es mi historia…ese fue el final, y el inicio de un año más…

Compartida y escrita por: Mr. J

Lo que me han contado se remonta a tiempos antañosos. El escenario, un sitio que todos conocemos y que siempre luce tan romántico como legendario, el Cerrito del Carmen. Juan Corz, el religioso ermitaño fue el que con su templo complementó la belleza sin par que ostenta y que a pesar de los años da la impresión que el tiempo allí se detuvo; nada ha cambiado, sólo la ciudad que principia en sus faldas y se extiende hacia los cuatro puntos cardinales. Varias leyendas me han narrado del Cerrito del Carmen, pero hay una que me ha puesto en que pensar; una que yo dejo a la estimable consideración de ustedes para que saquen conclusiones. Son estas leyendas que han pasado de abuelos a nietos; de padres a hijos y así sucesivamente, flotan en nuestro ambiente que a pesar del modernismo y de la poca creencia en algunos acontecimientos, hechos y demás consejas, persisten y aún se comentan con mucho interés. Nuestra leyenda se inicia en un año perdido en el almanaque, cuando las miserables rancherías circunvalaban la llamada Ermita del Carmen y en lo que con el tiempo fuera el Potrero de Corona el ganado pastaba silencioso y los pastorcillos con sus manadas de cabras se perdían en la lejanía verde del amplio valle.

El balar de algunas ovejas y el rebuzno del burro rompía la monotonía del apacible lugar. Había cierto malestar entre los indígenas y mestizos porque, según comentaban en voz baja, uno de los miembros de la cofradía, ya con sus tragos, había blasfemado contra la Virgen del Carmen en vísperas de su celebración. Aquel campesino lanzaba oprobios contra la imagen que inerte recibía las andadas de palabrotas, y todo porque no le había salvado a su hijo de una enfermedad que le consumió poco a poco.

Todos habían quedado pasmados ante la actitud de José María Aqzín Coyoc; sabían de su religiosidad y respeto y no creían en lo que decía.

-Algo grave va a pasar, causa del Chema Aqzín- decían los humildes artesanos. Unos sólo se persignaban y le encomendaban a Dios por sus desacatos. Aquello sí que era grave. Años antes las sequías y el cólera se había ensañado con los habitantes de otras pequeñas provincias por las mismas cosas y algo sucedería; quizá no tardaría mucho.

Las fiestas de la Virgen del Carmen se celebraron con la pompa que los pocos vecinos le daban; la campana sonaba y aquellos humildes hombres con sus mujeres, niños y perros concurrieron al templo a escuchar la misa; aquellas celebraciones fueron solemnes y al final todos guardaron sus mejores galas para el año entrante.

Siempre se seguía pensando en lo que el Chema había hecho y el castigo que sobrevendría de un momento a otro. Algunos de aquellos hombres cegados más por el fanatismo que por la realidad, habían pensado incluso linchar al pobre indígena. Uno de los religiosos hubo de intervenir a fin de que no se cometiera un crimen con aquel infeliz.

Una tarde cuando ya se había realizado la oración, ante la expectación de ladinos e indígenas vieron cómo una luz potente salía justamente del centro del templo de los ermitaños en la parte superior del Cerrito del Carmen. La deducción fue colectiva todos pensaron que el castigo ya estaba en marcha. Los gritos de “¡Santo Dios! ¡Santo Fuerte!”, se escucharon en la pequeña ranchería de las faldas del Cerrito del Carmen.

El acabóse fue cuando la bola de fuego sobrevoló los alrededores del cerro y con su flúido incendió algunos de los ranchos colindantes del sitio; aquello quemaba el pasto reseco. Religiosos y vecinos salieron corriendo buscando los montes cercanos para guarecerse del peligro, viendo desde esos escondites cómo la luz rojiza se alejaba y se perdía en el espacio obscuro y silencioso.

En la mentalidad de nuestras gentes sencillas todo se debió a un castigo de la Virgen por las blasfemias de José María Aqzín Coyoc.

Cuentan las leyendas que el pobre indígena arrepentido de las ofensas no cesó en su intento de desagraviar ala virgencita, hasta que según él obtuvo el perdón deseado. De generación en generación el caso de Chema fue comentado en una y otra forma. El año de 1620 no se olvidaría fácilmente, los padres seguirían contando a sus hijos lo acontecido después de las fiestas de la Virgen del Carmen.

29 años más tarde, nuevamente el fenómeno extraño regresa al mismo sitio y el pánico cunde otra vez en las rancherías; era el 14 de abril de 1649, aún se pensaba en las blasfemias de Chema, pero algunos se resistían a creer en el castigo ya que había muerto hacía algunos años. Pero aún no salían de su asombro a pesar de los años. El caso seguía comentando y el 25 de marzo de 1680 el fenómeno vuelve al mismo sitio y siembra el temor nuevamente entre el vecindario. Una vez más fue desapareciendo poco a poco sin dejar huella; sólo el fluido había quemado el pasto seco y algunos ranchos en los sitios aledaños al Cerro del Carmen.

Con el tiempo todo se fue olvidando y algunos menos ingenuos ya no creían en la leyenda de los abuelos; aquel viejo cuento de las blasfemias de Chema había quedado como eso, como un cuento que se narraba por las tardes o por las noches, cuando la abuela era el centro de atracción de los nietos.

Aquello tomó proporciones alarmantes cuando el fenómeno fue visto otra vez el 20 de enero de 1681. Siempre el mismo susto, las mismas formas de pensar en relación con un hecho que no se explicaban cómo llegaba y se iba flotando en el espacio. Todos vieron alarmados en la noche fría de enero cómo el fenómeno se alejaba en la obscuridad de la noche solitaria.

La noche el 18 de septiembre del año 1691 aparece otra vez más la luz en el infinito y se va acercando poco a poco, hasta posarse en la parte superior del Cerro del Carmen. Una vez más arrasa con todo, con las rancherías y con los pastizales húmedos. Por espacio de unas horas los asustados habitantes vieron todo sin poder hacer absolutamente nada por defenderse y sin comprender el porqué del fenómeno. Finalmente, y como siempre se fue perdiendo en el espacio hasta desaparecer completamente en las sombras de la noche. Mientras tanto los campesinos fueron saliendo de sus escondites dando infinitas gracias a Dios que ya todo había pasado.

Al otro día los sacerdotes de la Ermita del Cerro del Carmen hicieron construir una cruz de Caravaca, que los antiguos exorcistas usaban contra los demonios y demás espíritus malignos.

Fue la última vez que nuestros paisanos vieron aquel extraño cuerpo en el espacio; la fecha quedó grabada en los archivos de la Iglesia, y marcaba el día 18 de septiembre del año de 1691. A 297 años de distancia y leyendo estos valiosos documentos que se asocian con las leyendas que nuestro pueblo ha mantenido, creemos que en Guatemala el comentario de los objetos voladores no identificados es tan viejo como las leyendas que las abuelas han narrado. ¿Ahora bien, fueron éstos en realidad platillos voladores o alucinaciones de nuestros pacíficos paisanos? Como se dice comúnmente en nuestro medio, a ese respecto hay mucha tela que cortar, y consecuentemente dejamos a su criterio el comentario de lo escrito.

Bibliografía

Gaitán, Héctor. La calle donde tu vives. Guatemala: Librería Artemis y Edinter.

Estoy seguro de que la vieja señora Sally creía en todo lo que contaba. Claro que nosotros lo tomábamos como cuentos que habían ido formándose con el paso del tiempo; pero siempre, bajo aquellas historias, había un algo de verdad inquietante.

La señorita Rebeca Chattesworth proporciona una relación curiosa sobre los hechos que sucedieron en 1753 en Tilded House.

Yo tenía la intención de hacer imprimir aquella carta íntegra, pero debo contentarme con los extractos más representativos de ella.

En aquel año, en el mes de octubre, había una guerra por el alquiler de Tilded House, entre el señor regidor Harper y Lord Castlemallard, que era el heredero por parentesco.

El señor Harper había acordado un contrato por renta de aquella mansión, para su hija y su esposo, de nombre Prosser. Había hecho gastos considerables en la remodelación general. La hija del regidor había llegado en junio y se había retirado a principios de octubre de la casa, por lo que el señor Harper fue a hablar con Castlemallard y le dijo que renunciaba a la renta por razones imposibles de explicar, que lo único que podía decir es que esa casa estaba encantada, y que por lo tanto debía ser demolida cuanto antes.

Lord Castlemallard presentó una queja en la cual pedía que el regidor cumpliera con el contrato anual de la renta. Pero el señor Harper mostro siete declaraciones juradas y el juez consintió en liberarlo de seguir alquilando aquella casa hechizada.

Los sucesos descritos ante el juez afirmaban que las molestias en la casa de Tilded House habían empezado a finales de agosto. Un atardecer en que la señora Prosser se encontraba sola, vio una mano firmemente apoyada en la parte exterior de la ventana de la cocina, como si alguien la hubiera alzado y escondido el resto del cuerpo. La mano era gorda, blanca y de edad avanzada. La señora Prosser creyó que era la de algún bandido dispuesto a entrar en la casa por la ventana. Lanzando un agudo grito de espanto, logró que la mano se fuera con rapidez.

Se registró el jardín, pero no había ningún indicio de que alguien hubiese estado parado ahí; además, una larga fila de macetas debería haber impedido que un hombre tomara la postura necesaria para alzar la mano como lo había hecho.

Esa misma noche se escuchó un intenso toqueteo en la ventana de la cocina. Un criado bajo mientras las mujeres esperaban asustadas. No vio nada ni a nadie, pero al cerrar la puerta observo como el picaporte se quería abrir solo. Los ruidos no cesaron en toda la noche.

A las seis de la tarde de un sábado, la cocinera estaba sola en la cocina y al alzar la mirada vio la palma de una mano apretada contra el cristal, moviéndose lentamente de arriba hacia abajo, buscando alguna irregularidad en su superficie. La mujer gritó y la mano se quedó todavía unos minutos más apoyada en la ventana.

Después de estas apariciones, comenzó a sonar en la puerta de la entrada, todas las noches, el toque de unos nudillos; primero tranquilo, luego colérico. El criado no abría la puerta y preguntaba insistentemente quien estaba ahí. Nadie le respondía, solo se escuchaban los golpes o un chirriar de uñas contra la puerta.

Siempre que el señor y la señora Prosser descansaban en la sala de estar, un golpeteo en la ventana los turbaba, a veces suave, otras veces con violencia, como queriendo romper el cristal.

Las cosas sobrenaturales siempre habían sucedido en la parte de atrás de la casa. Sin embargo, un martes por la noche sonó la misma llamada en la puerta del recibidor: golpes lentos, firmes y repetitivos. Con gran irritación y miedo escucharon durante dos horas seguidas, pues no se atrevían a asomarse.

Repentinamente las molestias cesaron y los habitantes de la casa creyeron que la mano se había cansado de molestarlos. ¡Que equivocados estaban!

La noche del trece de septiembre, una criada fue a la despensa y casualmente volteo hacia la ventana más pequeña de la cocina. Noto que en el orificio donde iba el cerrojo, un dedo blanco y arrugado metia la punta, luego entraban dos dedos moviéndose desesperados, ¡querían abrir la ventana! La sirvienta se desmayó.

El señor Prosser, que era muy necio, quiso acechar al fantasma, creía que todo era una mala broma y estaba dispuesto a atrapar en plena acción al bandido que había hecho nacer el pánico en la casa de Tilded House. Estaba seguro de que algún criado traidor quería volverlos locos.

Ya no solo eran los sirvientes, sino la misma señora Prosser, los que vivían aterrados, encerrándose rápidamente cuando comenzaba a anochecer.

Los golpes por la ventana habían parado nuevamente desde hacía ya una semana. Pero una noche, la señora Prosser se encontraba arriba escondida, mientras su marido reposaba en el salón de estar en la parte baja de la casa. Sus ojos se posaron en la puerta del vestíbulo, pues había sentido el llamado de la mano, pero esta vez de forma diferente los golpes habían sido muy quedos. Era la primera vez que se escuchaban en la parte superior de la casa.

El señor Prosser, que también había percibido los toquidos, dejó abierta la puerta del recibidor y se encaminó sin hacer ruido hacia aquél sonido infernal hecho con la palma de una mano por detrás de la puerta. Iba a abrirla con brusquedad, pero decidió ir por una pistola para dar una buena lección al fantoche que los estaba asustando.

Llamó a su criado y se presentó con él, los dos armados, caminando silenciosamente hacia el eco maldito que ya era insoportable para los nervios. El asediador de la casa no se asustó y continuó golpeando, cada vez con mayor intensidad, convirtiendo su lento toquido en golpes redoblados y estridentes.

El señor Posser abrió la puerta muy enojado. Nada. No obstante, su brazo fue sacudido de manera muy rara, como si lo hubiera agarrado una mano. El criado no vio ni sintió cosa alguna, y no comprendió por qué su amo miraba hacia atrás apresuradamente mientras la puerta se cerraba en sus narices.

A partir de ese momento la actitud del señor Prosser cambió, se volvió tan miedoso como el resto de los pobladores de la casa. Ni siquiera quería hablar del tema con nadie. Creía que había permitido la entrada de “eso” a la casa.

Prefirió no mencionarle a la señora Prosser lo que había ocurrido; subió más temprano que de costumbre para acostarse y estuvo leyendo la Biblia. No podía conciliar el sueño. Habian sonado las doce de la noche cuando sintió la palma de una mano dando pequeños golpes en la puerta del dormitorio y arañado para arriba y para abajo.

  • ¿Quién anda ahí?

No recibió más respuesta que los manotazos en la puerta.

Por la mañana, la criada estaba aterrorizada por la huella que había dejado una mano sobre el polvo de la mesa. Todos estaban nerviosos casi hasta la locura.

El señor Prosser hizo que entraran uno por uno al saloncito y comprobaran su medida de mano con la marca sobre el polvo. Pero esa huella era completamente distinta a la de todos los habitantes vivos de la casa y parecía corresponder con las descripciones que la señora Prosser había hecho de aquella mano sobre la ventana de la cocina. Sabían que el poseedor de esa mano y no estaba afuera, sino dentro de la casa.

Extraños y horribles sueños amargaban la vida de la señora Prosser, algunos de los cuales, detallados en la carta de la señorita Rebeca, eran pesadillas realmente aterradoras. Una noche, cuando el señor Prosser cerró la puerta del dormitorio, se extrañó de la rara quietud que lo invadía todo, no había sonido alguno, ni siquiera el de la respiración de la señora Prosser, lo cual era muy raro, pues él sabía que su esposa estaba acostada en la cama.

Una vela ardía al pie de la cama, sobre una mesita, y él llevaba otra en la mano. Apartó la cortina del lecho y pensó que la señora Prosser había fallecido, pues la palidez de su cara y la inmovilidad de su cuerpo cubierto por el sudor parecían indicar la muerte; a su lado, sobre la almohada, estaba la mano blanca y vieja extendiendo los dedos hacia la frente de la señora con movimiento lento y ondulante.

Prosser, lleno de pánico, arrojo un libro hacia la mano y esta se retiró inmediatamente; el señor dio una vuelta alrededor de la cama mientras la puerta de la alcoba se cerraba, según le pareció, por la misma mano blanca y estropeada.

Abrió la puerta con violencia y miro frenéticarnente a su alrededor, con los ojos desorbitados por el miedo; no había nada. Cerró bruscamente y puso varios cerrojos para protegerse. Por un instante se sintió «como si estuviera a punto de perder el juicio.» Luego, haciendo sonar la campana, llamó a la servidumbre y entre todos lograron que la señora Prosser saliera de aquel trance maldito en el que había caído. Parecía hacer pasado «por las angustias de la muerte.»

La señorita Rebeca añade en su carta «por lo que ella me ha podido contar de sus visiones; su marido habría agregado: y también del infierno».

Pero el acto que llevó la crisis a su culminación, fue la extraña enfermedad de la pequeña hija de seis meses. Sufría un insomnio que la hacía presa de la enajenación del terror; los médicos que la revisaron dijeron que su cerebro estaba llenándose lentamente de agua. La señora Prosser y la nodriza la cuidaban junto al fuego de la chimenea, preocupadas por su salud.

La cama de la niña estaba pegada a la pared y la cabecera de ésta chocaba contra la puerta del armario, que nunca estaba bien cerrada. Se daban cuenta de que la criatura se quedaba más tranquila cuando la sacaban de la cama y la cargaban. En una ocasión la habían dormido arrullándola, y cuando la colocaron en la cama, no pasó ni un minuto para que comenzara una de sus crisis de terror. Las dos mujeres descubrieron la causa del miedo de la niña.

Vieron claramente, saliendo de la abertura del armario y resguardada por la sombra, la espantosa mano blanca con la palma hacia abajo, justo encima de la cabeza de la niña. La madre y la nodriza salieron gritando del cuarto llevando a la niña en brazos y entraron a la habitación del señor Prosser; apenas llegaban cuando comenzaron a escuchar los enloquecedores golpecitos en la puerta.

Hay mucho más del horror, pero que baste con lo dicho. La singularidad de la narración parece describir una mano fantasma. Jamás apareció la persona a la cual pertenecía.

En una comida de alumnos en 1819, conocí a un anciano llamado Prosser, delgado, grave y parlanchín, que nos contó la historia de su primo Jacques Prosser, el cual, de niño, había dormido en una habitación que su madre decía que estaba hechizada, en una vieja casa cerca de Chapelizod; su primo, cada vez que estaba enfermo, sufría la visión de un caballero pálido, del que tenía fuertemente impresas en su mente la ropa y un rostro maligno y malsano, así como, la falta de la mano derecha.

El señor Prosser mencionó esto como un ejemplo de pesadilla monótona, individualizada y persistente, donde la angustia llegaba a extremos horribles…

 

Bibliografía

Balam, Alaric (2012). Cuentos Clásicos de Fantasmas. México: Editores Mexicanos Unidos.

Joseph Sheridan Le Fanu

Compartida por: Anónimo

Han pasado veinte años desde que vieran por última vez el talle alto y esbelto de la señora Jollife. Hoy
tiene más de setenta años pero su figura sigue erguida y su modo de andar continúa siendo ligero.

Dedicó estos últimos años a cuidar enfermos adultos, pero puso especial interés en una chica llamada Laura Mildmay, que ahora entra en la habitación con una enorme sonrisa y abraza a la anciana besándola.

  • ¡Qué suerte tienes, has llegado a tiempo para escuchar un cuento! — dijo la señora Jenner.
  • ¿De verdad? ¡Qué maravilla! — exclamó la niña.

—No es un cuento propiamente dicho, sino una historia de fantasmas, y no sé si deba contártela justo ahora que ya te vas a ir a dormir —agregó la señora Jollife.

–¿Fantasmas? Eso es lo que más me gustaría oír —repuso la niña, emocionada.

—Bien, siéntate aquí junto a nosotras y, si no tienes miedo, escucha con atención.

La señora Jenner y la muchacha miraban el rostro expectante de la anciana, que parecía hacer acopio de horrores con los recuerdos que invocaba.

Aquella vieja habitación era el marco perfecto para una historia de fantasmas: Tenía las paredes forradas de madera y un mobiliario raro y antiguo en el que destacaba la alta cama de cuatro pilares con cortinas negras.

La señora Jollife miró hacia todos lados, se aclaró la voz y comenzó la historia El fantasma de la señora Crowl.

— Hoy soy una anciana. Cumplía mis trece años cuando llegue a Applewale House, donde mi tía era el ama de llaves. En Lexhoe me esperaba un carruaje para transportarme. Estaba un poco asustada cuando al llegar vi la carroza con un caballo, conducida por el señor John Mulbery, quien me consoló comprándome frutas y prometiéndome una espléndida cena cuando llegáramos con mi tía.

«Me parece vergonzoso que personas mayores asusten a los niños. Recuerdo que en mi compartimiento del tren había dos personas y que una noche en que salió la luna, me preguntaron hacia dónde iba; les respondí que a Applewale House, cerca de Lexhoe, y uno de ellos me dijo burlonamente: ¡Ja!, note quedarás ahí mucho tiempo.

«Me quedé mirándolo fijamente como preguntándole por que, el pareció advertirlo y añadió a su comentario:

“— ¡Por tu vida no le cuentes a nadie lo que to voy a decir! Esa casa está poseída por el demonio; ahí vive un espantoso fantasma… ¿Tienes una Biblia?

  • Si señor, mi madre me puso una en la maleta.

«Cuando le respondí esto, me pareció que se miraba de forma extraña con su amigo, pero no estaba segura.

Bien -dijo él, asegúrate de ponerla bajo la almohada todas as noches, solo así podrás mantener alejadas las garras de esa maldita anciana.

«Me llene de esparto cuando escuche esa historia. Quería hacer muchas preguntas sobre aquella anciana, pero no dije nada. Pase el resto del camino pensando en cosas horribles, hasta que llegue a Lexhoe.

«El alma se me cayó del cuerpo cuando el carromato entró por aquella estrecha y oscura avenida del parque. Los arboles eran gruesos y altos, casi tan viejos como la mansión; ni cuatro hombres hubieran podido rodearlos tomándose de las manos.

«Nos detuvimos delante de la gran casa, pintada de blanco y negro, de madera, rodeada de árboles que tomaban un tono siniestro a la luz de la luna; se veía de estilo antiguo. Solo había tres o cuatro sirvientes, aparte de la anciana dama. La mayor parte de las habitaciones estaban cerradas.

«Cuando vi aquella residencia ante mí y comprendí que el viaje había terminado, se me subió el corazón a la garganta. Estaría muy cerca de mi tía, a la que ni siquiera conocía, y de la señora Crowl, de quien me habían dado espeluznantes referencias.

‘Mi tía me llevó a su habitación. Era una mujer delgada, encorvada, de cara pálida y manos afiladas. Tenía más de cincuenta años y hablaba de modo cortante. Una mujer dura.

«El hacendado Chevenix Crowl, nieto de la señora Crowl, iba a la casa dos o tres veces por año para visitar a su abuela y constatar que todo estuviese en orden. Solo lo vi dos veces mientras estuve en Applewale House.

«La señora Wyvem era una mujer gruesa y alegre; siempre estaba de buen humor y caminaba muy despacio. Acababa de cumplir cincuenta años y era muy avara. Usaba el mismo vestido todos los días a pesar de tener mucha ropa guardada, Dios sabe para qué. Nunca me regaló nada en todo el tiempo que estuve allí, pero siempre era grato estar con ella; hablaba sin parar contando historias risueñas, creo que me caía mejor que mi tía que, aunque siempre fue buena conmigo, era severa y silenciosa.

«Estaba descansando en el dormitorio de mi tía. Ella entró con un té preguntándome si sabía llevar a cabo los deberes del hogar. Antes de que le contestara me aseguro que yo era idéntica a mi padre y que esperaba que no me condenara al infierno como él lo había hecho. Fue cruel de su parte decirme eso.

«Cuando fui a la habitación de la señora Wyvem, ardía un buen fuego de carbón, había té, pastel y carne calientes; me quede con ella un buen rato mientras mi tía subía con la señora Crowl.

«—Ha subido a ver si la vieja Judith Squiles esta despierta, ella le hace compañía a la señora Crowl cuando yo y la señora Shutters (que era el nombre de mi tía) no estamos con ella. Hay que tener mucho cuidado con la señora, porque, si no, se caería al fuego o por la ventana. Es muy torpe –me explicó Wyvern en tono jovial.

— ¿Cuántos años tiene la señora? —pregunté.

«—Cumplió noventa y tres años hace ocho meses –dijo riéndose–. No hagas preguntas sobre ella delante de tu tía. Tómalo con calma.

— ¿Usted sabe cuál será mi trabajo en esta casa, señora Wyvern?

«—Tu tía te lo explicará, supongo que vigilarás a la vieja para que nada malo le pase, llevarle de comer y beber, dejar que se divierta con sus cosas de la mesa, vigilarla para que no se caiga, hacer sonar la campana si se pone pesada. Ya veremos.

«–¿La señora es sorda?

«–¡Claro que no! Y tampoco es ciega; es muy astuta, aunque no puede acordarse de nada, lo mismo le da la corte del rey que Blanca Nieves.

«—Mi tía le escribió a mi madre que la chica que la cuidaba antes se había marchado, ¿usted sabe por qué lo hizo?

—No lo sé, quizá le haya contestado mal a la señora Shutters, a ella no le gustan nada las chicas parlanchinas.

«De pronto entró mi tía en la habitación, las dos nos quedamos mudas. Comenzó a hablar con la señora Wyvern. Yo me puse a inspeccionar las cosas que había en la habitación, tomándolas con las manos y mirándolas con asombro.

— ¿Qué haces, niña? —dijo mi tía tajantemente          . —¿Qué tienes en la mano?

“— ¿Esto, señora? —le respondí mostrándole una chaqueta de cuero que había agarrado       . No sé lo que es.

«Sus ojos se encendieron de ira y creí que iba a golpearme, pero solo me sacudió bruscamente por los hombros al tiempo que me arrebataba la chaqueta.

–Mientras estés en esta casa, no agarres absolutamente nada que no sea tuyo –exclamó con rabia y cerrando la puerta con violencia.

«Yo tenía lágrimas en los ojos y la señora Wyvern se moría de la risa.

«La anciana señora Crowl tenía uno de sus berrinches de costumbre. Solía estar de pésimo humor todo el tiempo. No había nadie en Applewale que la recordara de joven. Poseía una cantidad de ropa impresionante, toda anticuada y extraña, pero de gran valor.

«Todos cuidaban con esmero a la anciana, pues cuando esta muriera nunca volverían a encontrar un trabajo donde no hicieran casi nada por el enorme sueldo que recibían.

«El médico venia dos veces por semana y siempre decía que no se le debía contradecir ni irritarla de ningún modo; había que seguirle la corriente.

«La primera vez que escuche hablar a la anciana, yo estaba sentada en mi cuarto, las velas de la habitación de la señora Crowl se hallaban encendidas, mi tía la acompañaba y la puerta estaba abierta. Recuerdo que dijo:

«—Fue un ruido extraño, hecho por un pájaro u otro animal, era muy tenue.

«—El Maligno no puede hacer daño a nadie, señora, a menos que Dios se lo permita —afirmo mi tía.

«—Entonces la extraña voz desde la cama dijo algo que no entendí

–agregó la anciana.

«-El señor está con nosotras, señora, no hay nada que temer.

«Escuche aquella conversación durante un buen tiempo, después ya no pude oír nada y me dedique a leer un libro; al rato percibí un ruido en la puerta, era mi tía con el dedo puesto sobre la boca.

«—Shhh —dijo en voz baja, acercándose de puntillas . Por fin se ha dormido, no vayas a hacer ruido.

«Seguí leyendo el libro, ni el más mínimo sonido se escuchó en aquella casa, comenzaba a sentir temor en aquella habitación tan grande. Así que me puse de pie y camine nerviosamente; mi curiosidad pudo más que el miedo y me asome a la habitación de la señora Crowl. Era un cuarto muy grande y muy elegante, fuertemente iluminado por varias velas. Miraba asombrada el lugar y decidí entrar, me observe en el enorme espejo y luego fui a asomarme a la cama de la señora para verla de cerca, quizá nunca volviera a tener una oportunidad tan esplendida.

«En medio de un silencio de muerte, deslice las cortinas de la cama despacio, muy despacio, y por fin vi a la señora Crowl, maquillada como la imagen de una mujer en la lápida mayor de la iglesia de Lexhoe. Ahí estaba, vestida con sus mejores ropas verdes y doradas, con los zapatos puestos. Con todo el rostro pellejudo pintado de blanco, ¡parecía una espantosa momia! Tenía las mejillas pintadas de rojo y las cejas de café. Orgullosa, tiesa; la nariz aguileña, muy larga y mostrando la mitad de los ojos en blanco. Las uñas muy largas y cortadas en pico.

«Creo que cualquiera se hubiera asustado. Me sentía incapaz de soltar la cortina o de moverme. Tenía los ojos clavados en su asquerosa figura; incluso mi corazón estaba inmóvil. Entonces, abrió los ojos, giro sobre sí misma en redondo y bajó de la cama haciendo sonar sus tacones y encarándose conmigo, me clavo su horrible mirada al tiempo que una sonrisa maligna se dibujaba en sus labios nauseabundos.

«Era la visión del mismísimo infierno. Me llene de un miedo terrible; parecía un cadáver con vida que me apuntaba con sus afilados dedos.

-¿Por qué has dicho que yo mate al niño? Te daré una golpiza que te matará —me dijo la monstruosa anciana.

“¡Quería salir corriendo! Pero algo más fuerte que mi voluntad me retenía donde estaba. Retrocedí y ella me siguió con su taconeo fantasmal apuntándome con las uñas a la garganta y haciendo un sonido sibilante con la lengua.

«Sus dedos casi me tocaban; me refugié en un rincón soltando un chillido como si el alma se me separase del cuerpo. Mi tía entró gritando, la anciana volteó hacia ella y yo salí corriendo lo más rápido que pude.

«Bañada en llanto, le contaba a la señora Wyvern lo que había sucedido. Ella se reía como siempre, pero se puso seria cuando le dije las palabras de la anciana.

«—Repite lo que dijiste —me ordenó con severidad.

«Así lo hice: — ¿Por qué has dicho que yo mate al niño? Te daré una golpiza que te matará.

«— ¿Tú dices que la señora mato a un niño? –pregunto.

«—Yo nunca dije tal cosa –le aseguré.

«Desde aquel incidente, Judith ya nunca se me despegaba. Al cabo de una semana, la señora Wyvern me conto algo que nadie sabía sobre la anciana Crowl.

«—Hace más de setenta años la señora se casó con el hacendado Crowl, de Applewale, viudo y con un hijo de nueve años. Una mañana el niño desapareció. Como tenía mucha libertad, nadie se preocupó mucho, solía ir al bosque o al lago a remar y pescar, pasaba largas horas afuera. Pero ya nunca apareció, encontraron su gorro junto al lago, al pie de un enorme espino y lo dieron por ahogado. Se hablaba mucho acerca de ese tema, decían que la madrastra lo había asesinado, pero la señora Crowl hacía lo que quería con su marido, pues era increíblemente bella. El tiempo borro la imagen de aquel niño de la memoria de la gente terminó de narrar la señora Wyvern.

«Cuando yo tenía menos de seis meses de haber llegado a la casa era invierno, la señora tenía su última enfermedad. El médico temía que fuera un ataque de locura como el anterior, en el que habían tenido que sujetarla con camisa de fuerza—que era aquella chaqueta de cuero que yo había agarrado; no se volvió loca pero se fue consumiendo con rapidez. Mostraba una extraña tranquilidad, hasta un día antes de su muerte, en que se puso a aullar en la cama y se cayó al suelo pidiendo misericordia. Yo no entraba en su habitación, me quedaba temblando de pánico mientras ella rugía y se revolvía en el piso. Mi tía, la señora Wyvern, Judith y una señora de Lexhoe estuvieron con la anciana hasta que murió.

«El sacerdote estuvo presente y rezaba por ella, mientras ponían a la vieja señora Crowl en un ataúd. Se escribió al viejo hacendado Chevenix para que viniera a ver por última vez a su abuela, pero estaba de viaje por Francia. El sacerdote y el médico dijeron que había que enterrarla y fue depositada en la cripta de la iglesia de Lexhoe. Nosotras nos quedamos viviendo en la gran casa esperando la vuelta del hacendado. Me cambiaron a una habitación más grande y una noche antes que llegara el señor Chevenix sucedió lo siguiente:

«Solo había una cama en mi nueva habitación y el espejo de la señora Crowl. Sabíamos que había regresado el hacendado Chevenix de su viaje. Yo estaba feliz, pues supuse que volvería a mi casa, lo cual me lleno de emoción. Dieron las doce de la noche y yo seguía despierta en mi habitación, que era negra como un pozo, pensando y soñando con mi regreso, cuando vi iluminarse la pared que estaba delante de mí, como si se le hubiera prendido fuego; las sombras de la cama comenzaron a bailar en las vigas del techo. Gire la cabeza rápidamente, pues creí que algo se había incendiado, pero lo que vi, ¡Virgen Santa!, fue la aterradora figura de la señora Crowl, cubriendo su horrible cadáver con finas ropas, los ojos muy grandes y brillantes, ¡parecía la cara del diablo! Una luz roja salía de ella envolviéndola y creando el efecto de que tuviera fuego en los pies. Se acercó directamente hacia mí, adelantando sus viejas manos contraídas como garras y como si fuera a estrangularme. Pero pasó de largo y fue a mover el armario, después abrió una puerta con una enorme llave dorada y llego a un gabinete para buscar algo mientras la alcoba se llenaba de un aire glacial. Luego se volvió nuevamente hacia mí girando con rapidez y la habitación volvió a quedar a oscuras. Lance un alarido terrible que hizo temblar toda la casa.

«Esa fue la peor noche de mi vida. Pase el tiempo que faltaba para el amanecer con una angustia atroz. Cuando salió el sol fui con mi tía para contarle lo que había sucedido. Al contrario de lo que yo esperaba, me tomo las manos diciéndome que no tuviera miedo y me preguntó si la anciana llevaba en las manos alguna llave.

«—Sí—dije haciendo memoria—, una llave grande y dorada.

«—¿Era como esta llave? —me dijo, mientras sacaba la pieza de un cajón.

«—Esa misma llave. –¿Estas segura? »               Claro que si, tía.

«—Bien, no to preocupes, el señor vendrá hoy al mediodía y debes contárselo todo, por la tarde podrás irte a tu casa.

«El hacendado Crowl llego y mi tía hablo con él en la habitación, después me llamaron y el me pregunto:

“— ¿Qué es lo que has visto, chiquilla? Creo que fue un sueño por lo menos yo no creo en fantasmas, pero cuéntamelo todo y formaré una opinión.

«Le conté lo que había sucedido y el hacendado, un poco nervioso, le dijo a mi tía:

«—Recuerdo ese gabinete. Oliver, el cojo, me contó de él cuando era niño.  Oliver tenía más de ochenta años y ya han pasado veinte desde que me comunicara el secreto. Ahí se guardaban las joyas de gran valor, cerradas con una chapa doble, que solo se podía abrir con una enorme llave de bronce. Vamos todos a buscar ese gabinete perdido, tú nos indicaras el lugar exacto en que lo viste — me dijo mientras me señalaba.

«Con el corazón en la garganta, los lleve a aquel sitio maldito donde estaba el armario que ocultaba la puerta que daba al gabinete. El hacendado quito la puerta con un martillo y un cincel y, al llegar al aposento, mi tía le dio la llave. Lo abrió y vimos una especie de cuarto de ladrillos completamente oscuro. Mi tía prendió una vela y su luz ilumino una especie de simio que estaba agazapado en un rincón.

“¡Santo Dios, cierre esa puerta, señor, ciérrela! –grito mi tía.

«Pero el hacendado entró cautelosamente al cuarto de ladrillos y le dio un empujón al simio, que se derrumbó. Era un costal de huesos y polvo. Se trataba de los huesos de un niño. Un silencio mortal invadió el ambiente. El señor paso del otro lado de la pequeña calavera.

«— ¡Un gato muerto! dijo el señor, pensando que yo era estúpida. Usted, muchachita, se ira a su casa, yo tengo que hablar con la señora Shutters.

«Una hora más tarde estaba tomando el tren rumbo a mi casa. Nunca he vuelto a ver a la señora Crowl, ni en aparición ni en sueños, pero cuando ya me había convertido en una mujer madura, mi vieja tía paso una noche conmigo y me confesó que aquellos huesos eran los del pobre niño perdido. La señora Crowl lo había encerrado dejándolo morir de hambre y sed, sepultado en la oscuridad. Lo habían reconocido por los objetos personales hallados entre el polvo de su cuerpo.

 

Bibliografía

Balam, Alaric (2012). Cuentos Clásicos de Fantasmas. México: Editores Mexicanos Unidos.

Joseph Sheridan Le Fanu

Compartida por: Anónimo

País: Guatemala

Esta aparición materializada en la figura de una mujer delgada, alta, de uñas largas y muy elegante, es considerada como una señal castigadora y reprobatoria de la mala conducta e infidelidades cometidas por los hombres.

Esta leyenda originaria de Los Llanos, data de la época colonial; sin embargo, hoy en día, todavía se escuchan “cuentos” de personas asegurando que han sido interceptados en algún camino por esta gélida y espantosa mujer.

Un habitante de El Regalo, haciendo referencia a su encuentro con La Sayona, nos contó que una noche cuando su esposa dormía, se escapó para visitar a su amante. En medio de su caminata, se sorprendió al ver que dicha mujer venía a su encuentro, pero caminaba tambaleante y su cabello era muy largo.

El hombre empezó a correr detrás de ella, pero al llegar a la puerta de la casa en donde vivía la mujer, ésta siguió de largo. El hombre extrañado:

“¡Pero bueno!, ¿qué pasa?”

Cuando volteó, se encontró con una mujer blanca y con los dientes como una hacha. El hombre salió corriendo y cuando llegó a la puerta de su casa, se encontró con la aparición nuevamente. Esta le extendió los brazos para estrecharlo, y así lo hizo.

Cuando el hombre logró soltarse, entró a su casa y oyó la voz de su comadre que le preguntaba:

“¿Compadre, y qué le pasó?, y éste le contestó:

– ¡Qué buen susto comadre!, dígame, salí un momentico a orinar afuera y me salió esa mujer…

– “Mire compadre, esa es La Sayona

– ¿No será que usted tiene cosas con otra mujer? Cuídese, yo que le digo…”

El hombre asegura que después de esta experiencia -aunque fue hace mucho tiempo-, nunca más le quedaron ganas de volverle a ser infiel a su mujer…

Otras versiones dicen que la intención de La Sayona es atraer a los hombres hasta el cementerio, sin que estos puedan verle el rostro, con la intención de aterrorizarlos al descubrir que han estado caminando en compañía de una calavera.

La Sayona tiene la particularidad de “desdoblarse”, esto quiere decir que puede presentarse como un perro, un lobo o como la mujer antes descrita.

Así que si eres uno de esos hombres, que disfrutas pensando que puedes tener varias mujeres, no te descuides, porque puede que un día de estos La Sayonadecida hacerte una visita…

 

Bibliografía

Franco, M (2007). Diccionario de Fantasmas, Misterios y Leyendas de Venezuela. Publicado por Los Libros de El Nacional.

El grupo de patojos se quedó con la boca abierta cuando del automóvil negro bajaba el popular «Tarzán Segura», con su maletín en una mano y con la otra saludando a algunos aficiona­dos.

Los fanáticos ya colmaban parte de la general del Estadio «Autonomía» de la 7a. Avenida y no era para menos, el encuentro revestía una aureola de emoción, interés y deseo de que ganara el de casa, el del barrio; el equipo donde el amigo juega y se consagra con la bola.

Unos pobres muchachos, apenas si habían desayunado, y únicamente se conformarían con escuchar los gritos o ver las posibilidades de «colarse», pero aquello estaba tan difícil porque la policía se había apostado en los alrededores del estadio desde temprana hora.

El deseo por entrar era enorme, la propaganda había sido buena y desde que se vieron los grandes cartelones en los sitos claves, el boletaje se había agotado por completo, aún se podían apreciar en las paredes los desplegados publicitarios.

Domingo 7 de Agosto, 10 Hrs.
MUNICIPAL Vrs. TIP NAC
Estadio Autonomía de Guatemala

Cuando Venancio entró al estadio, ya habían corrido 15 minutos del primer tiempo, y los rojos ganaban 2-0; ama­rrando en su bolsillo un triunfo que posteriormente fue rotundo y que con jugadas de filigrana, goles de antología y pepinazos de Carlos Toledo, fue formando «el clásico de antaño».

Venancio, era un muchacho que buscaba cualquier pretex­to para hacerse amigo de los grandes del fútbol de la época, y no desperdiciaba toda oportunidad que se le presentara, para entrar en acción. Desde aquel día de entrenamiento, que Rubén Aqueche, involuntariamente dejó en la gramilla su bille­tera, y Venancio rápidamente se la entregó, nació una amistad que le facilitó muchos privilegios.

Presumía en el barrio de ser amigo de Aqueche, Durán y Camposeco. Las grandes figuras tomaban en cuenta a Venancio y lo llevaban a cualquier reunión de confianza donde aquellos eran invitados. . . Y fue, precisamente, en una feria de Agosto, donde conoció a otro fanático y gran compañero de andanzas deportivas; este muchacho jugaba en uno de los pequeños equipos que medían sus fuerzas en los viejos y legendarios campos del desaparecido «Llano de Palomo».

Durante los partidos de campeonato no faltaban al «Autonomía». El mayor deseo del amigo de Venancio, era jugar algún día en el estadio con un lleno impresionante ante la mirada de las patojas de barrio y que sus fotografías se mostraran en todos los periódicos, viajar por Centro América, demostrando la belleza del Fútbol chapín. Juan Vicente, soñaba mucho, y aunque no tenía la “pinta» de un jugador de fútbol, por lo raquítico de su cuerpo, él pensaba lo contrario.

– Ve vos Venancio, ¿verdad que sí tengo cuerpo de profesional?

Venancio lo miraba de pies a cabeza, aconsejándole que se subiera un poco más la pantaloneta, y le tocaba la espalda en señal de aceptación. La charla se desarrollaba antes del inicio del partido contra el «Halcones del barrio de «El Gallito»; Juan Vicente, jugaba como alero y aquella tarde le iban a dar otra oportunidad a Venancio, a pesar de su fanatismo desmedido por el viril deporte, únicamente hablaba del mismo como un perico, pero no lo practicaba.

Cuando terminó el partido, ya se habían encendido las micas luces de los contornos del campo, y el equipo «Halcones» había humillado al equipo de Juan Vicente el «Deportivo Centro América», por la cuenta de 7-0, en un encuentro que dejo lágrimas, tristeza y decepción en el amigo de Venancio.

—Mañana entrenan los del Municipal en el Autonomía —dijo Venancio a Juan Vicente en un arranque de desesperación y recalcó – » iTe prometo que soy capaz hasta de hablarle a don Meme Carrera para que, por lo menos, entrenes con los mucha­chos y algo «les pesques…»

Venancio, era un muchacho de sentimientos nobles, y un
amigo a carta cabal; cumplió lo prometido, y por amistad, dejaron
que el amigo siguiera la sesión de ejercicios, que el entrenador ordenaba. Cuando daban vueltas al estadio, y Juan Vicente corría la par del «Maestro» Durán, se sonrojaba de pena y pensaba que quizá algún día alternarían juntos en un estadio lleno de fanáticos.

  • ¿Qué pensarían los muchachos si me vieran entrena con el gran Municipal? —Pensaba Juan Vicente—, y en su peque• no cerebro se organizaban los más grandes proyectos, que algún día llegarian a cristalizarse en la más pura realidad.

Juan Vicente, siguió asistiendo a las sesiones de entrenamiento, y por espacio de tres días, no vio a su amigo y protector, lamentablemente y apesar de la amistad que les unía, ignoraba la dirección de su casa aunque sabía que más o menos vivía por la Avenida Bolívar y 24 Calle en una casa antigua de altillo.

Los muchachos del Municipal ayudaron dentro de sus posibilidades a Juan Vicente, y por recomendación directa del «Maestro» Durán, fue aceptado en un equipo que jugaría un preliminar en el estadio Autonomía.

Aquella noche, Juan Vicente no durmió de los nervios y de saber que los ojos de muchos fanáticos estarían puestos en sus jugadas; no era lo mismo jugar en «El Llano de Palomo’ que en un estadio formal, con arbitro y guarda líneas mal enca­rados.

El estadio Autonomía estaba casi lleno, porque el partido de fondo era de «campanillas’ ‘, nada menos que el MUNICIPAL contra el IRCA. Aquella mañana inolvidable, Juan Vicente, de­butaba con el HURACAN, que mediría sus conocimientos con­tra EL HOSPICIO F. C., que tenía un plantel de estrellas envi­diables, mientras «los pishacos» hacían ejercicios de calenta­miento, Juan Vicente miraba nerviosamente hacia los tendidos de la general, donde los gritos se confundían con el colorido especial y clásico de una mañana deportiva. Pensaba en su amigo Venan­cio. A él, le debía lo que ya había escalado y el sitio que ocupaba; era materialmente imposible ver a Venancio en la tribuna, ya que no había donde poner una aguja.

Cuando sonó el pitazo del árbitro, Juan Vicente sintió que mil hormigas se le subían por todo el cuerpo y que su sangre hervía de emoción ante el compromiso presente.

¡Por fin, Dios mío! ¡Por fin, estoy jugando en el estadio Anotomía!; ¡ayúdame Señor de San Felipe, ayúdame!

Al finalizar el primer tiempo del partido, el cronista Miguel Angel Cospín, comentó en rueda de amigos que el muchacho prometía y que los dos goles que había metido en la cabaña del HOSPICIO, F.C., eran de antología, de inspiración y que solo un predestinado los hubiera logrado…

Juan Vicente, se había asentado en la etapa complementaria, y en sus oídos solo escucha las mil voces que gritaban ¡G0000llll!

Y que se oían a muchas cuadras a la redonda. Al recibir el pase como los grandes sin parar la bola, hizo el disparo que se in­crustó directamente en el ángulo superior del arco de los «Pi­shacos» Juan Vicente quedó como idiotizado, sin saber que hacer despertándolo de su inspiración, los muchachos de HURA­CAN, que lo abrazaban efusivamente.

¡Otro Gol! ¡Otro Gol! ¡Otro Gol! . . ., Era el grito únanime en los graderíos, Juan Vicente, buscaba como un deses­perado con la vista hacia los graderíos de tribuna, y Venancio no aparecía por ningún lado, la bola salió fuera del campo, y hubo que ir a recogerla cerca de Ia malla. Juan Vicente corrió, y cuando se disponía a recogerla, vio allí, al otro lado de la malla, la sonrisa de Venancio, que quizá, estaba feliz por el resultado de aquel esfuerzo en el cual él participó.

Espérame en los vestidores, le dijo Juan Vicente a Venan­cio, al verlo. Regresó con la bola y realizó el saque de banda como lo ordenan las reglas, faltaban solamente para que finalizara el partido, tres minutos, y el triunfo estaba asegurado. El equipo HURACAN escribía una de sus páginas más gloriosas con los botines de once héroes en el césped del estadio Autonomía… Por fin sonó el silbatazo del árbitro dando por con­cluido el encuentro, y la ovación de los fanáticos en los tendidos no se dejó esperar.

Un comentarista con libreta en mano, le pidió su nombre, y Juan Vicente tartamudeo al dárselo; todos lo abrazaban, lo felicitaban y ante la emoción del público, el «Maestro Durán» le estrecho la mano, de los ojos y de Juan Vicente salieron dos lágrimas, lágrimas de triunfo, y de un deportista puro.

Como queriendo retener con la memoria, y para que nunca se le olvidara, miró fijamente la pizarra donde claramente decía: HURACAN 3 HOSPICIO NAC. 0. Muy poco tiempo disfruto de aquella vista que jamás la imaginó, porque inmediatamente los empleados colocaban: MUNICIPAL 0 IRCA 0.

Salió corriendo de las regaderas, como un desesperado, con la idea de escuchar los comentarios de su amigo Venancio, a quien había visto hacía unos momentos en la malla que dividía la tribuna del campo.

A pesar de que el partido de fondo, ya se había iniciado, los aficionados lo reconocían y le aplaudieron cuando paso cerca de la tribuna. Juan Vicente seguía buscando a Venancio, quien con todo y el maletín, llego hasta la puerta que daba a la 7a. Avenida; no había ni señas del tal Venancio, uno de los por­teros lo felicito y emocionadamente le abrazo diciéndole:

Juan Vicente, nunca hay dos glorias juntas, pero hay que tener paciencia y resignación.

Inmediatamente recapacitó Juan Vicente, y le preguntó: — ¿Qué me quiere decir con eso?

Bueno, yo pensé que no lo sabias, pero ayer enterramos a Venancio; su enfermedad fue rápida, y la pulmonía no respe­ta a jóvenes ni a viejos

Juan Vicente ya no quiso seguir escuchando más, y con paso lento, meditando en la experiencia que había vivido, tomó por la 7a. Avenida con su maletín al hombro, pensando en Ve­nancio, su entrañable amigo, con quien ya no pudo comentar el mejor partido que había jugado en toda su vida…

 

Bibliografía

Gaitán, H. (1981). La Calle donde tú vives. Guatemala: Editorial Artemis y Edinter, S.A.

Compartida por: Anónimo

País: Guatemala

Doña Josefa Barrientos, era una de las tantas lavanderas de antaño que dejaban los cuellos, puños y camisas tan blancos que no se podía pedir más.

Aquella humilde sirvienta era como de la familia, había visto crecer al señor de la casa, y ahora, le tocaba apreciar las travesuras de los retoños.

Don Francisco Salazar, se la había llevado a trabajar a la casona de la 8a. Avenida, desde que Josefa había cumplido 14 años, y tan acostumbrada estaba a los ruidos que los ratones hacían, que ya no les hacía caso. Siempre recordaba con cariño a don Francisco, padre de don Paquito, quien había quedado al mando de la casona desde el día de su fallecimiento; los niños se iban al colegio y llegaban hasta las cuatro de la tarde. La casa era grande y aunque ella sabía que allí espantaban, no daba crédito a las habladurías.

—Tenga cuidado porque en esa casa espantan —le decían las otras sirvientas en voz baja, cuando se miraban en la carnicería, ella no sabía si lo hacían por envidia o por aconsejarla, y alertarla de cualquier espíritu maligno.

Cuando Josefa cumplió 45 años, los señores le dieron una pequeña recepción y le regalaron un corte barato, fue un día sábado. Por la tarde le dieron permiso para salir a dar una vuelta por la plaza de armas. Al otro día muy temprano, con el canto de los canarios se levantó, preparó la comida de los señores en unas canastas, ya que ellos salían de viaje.

Casi nunca se había quedado solitaria en la casona de la 8a. Avenida, y ahora llegaban a su mente los comentarios que había escuchado en labios de sus compañeras de trabajo.

El enorme reloj marco las 9 de la mañana, que asusto a la pobre Josefa que en el corredor remendaba unos delantales…

—Condenado reloj, dijo maldiciendo el aparato entre dien­tes por el susto que le había dado. A los pocos momentos at aldabón colonial de la puerta de calle, sonó tres veces en forma insistente…

—Gracias a Dios, por lo menos hay quien me haga compañía porque ya me estaba dando miedo —dijo la Josefa casi en voz alta.

Cuando llegó a la puerta, esta para colmo de males no se abría ni con la fuerza de un hombre. Daba la impresión que se había atorado el gancho de la enorme llave antigua. Entró nuevamente al cuarto contiguo y al espiar por la ventana no había nadie; la calle estaba desierta a pesar de ser domingo por la mañana. Llegó una vez más al portón con el intento de abrirlo, pero fracazó en su intento. La Josefa solicitó auxilio hacia la vecin­dad pero nadie escuchó su voz. Posteriormente guardó paciente­mente en la ventana y a lo lejos diviso la figura de un caballero circunspecto que daba la impresión de dar un paseo matinal por la legendaria 8a. avenida. El hombre impecablemente vestido caminaba por el lado opuesto de la acera.

—Ahora sí, en cuanto pase le hablo para que me ayude con el portón, —dijo Josefa. El hombre se fue acercando con paso firme y seguro. Cuando llegó frente a la puerta de la casona, el caballero clavó sus ojos firmes y profundos. Allí quedó parado como apreciando la vieja casona de aquel barrio que sin duda le traería algún recuerdo. Josefa aprovechó el momento y le llamó casi en forma desesperada: —Señor. . Señor! El caballero atravezó la calle colocándose frente al viejo y romántico balcón.

  • ¿En qué puedo servirle? fue la frase que sailó de sus labios delgados y poblados en la parte superior por un recortado mostacho en «U», que le daba un aire de gran señor.
  • Que me he quedado atrapada porque el portón se atoró, -dijo la Josefa suplicante ante el caballero. El hombre esbozó una sonrisa amable y encaminando sus pasos hacia el cercano portón, sacó una llave de su bolsillo y abrió sin ningún proble­ma de fuerza. El sol quemaba en aquella mañana, como agrade­cimiento Josefa le ofreció al señor un fresco batidor de limonada. Los pasos del desconocido retumbaron en el zaguán de la casa. Cuando pasaba por el corredor el hombre daba la impresión que reconocía aquella casona, lo hacía como alguien que tiene mucho tiempo de no llegar a un sitio donde ya ha estado anteriormente.
  • ¿Ya conocía la casa?— preguntó tímidamente Josefa.
  • No, contestó el hombre burlonamente, pero después agregó:

Para que voy a mentirte ya conocía la casa y es poco lo que ha cambiado, me trae tantos recuerdos y hoy que miro as pilares del corredor y la vieja cochera, me remonto a otra época.

Fue una época, la más florida para quien te habla, pero lamentablemente todo tiene un fin y todo terminó…

La Josefa se le quedaba viendo con la boca abierta, y con el batidor de limonada en la mano.

—Entonces, ¿Ud. vivió aquí?

—Sí, yo viví aquí por mucho tiempo, con mi hijo y mi esposa. Ella falleció en esta casa, pero como te repito, todo tiene un final y el nuestro llegó inevitablemente.

Josefa suplicó al señor que tomara asiento en una mece­dera que estaba en el corredor, el hombre miro fijamente el piso del corredor y le dijo:

—Gozaba mucho cuando regaban con agua fresca estos ladrillos, y su aroma penetraba en mis pulmones, ¡qué olor más agradable!

La Josefa sonrió y le sirvió la limonada, el hombre apuró el vaso can sed notoria, y al final, la felicitó por lo delicioso del refresco. Aquella mujer sencilla le colmó de atenciones en agra­decimiento a que le ayudó con el problema de la puerta, le llevó por todos los rincones de la casona, por la cochera y el segundo patio para que recordara con más lentitud lo que él había poseído un día.

Cuando llegaron al patio, el extraño personaje dijo a Josefa:

-Aquí murió mi esposa, víctima de una rara enfermedad; lamentablemente yo no pude hacer absolutamente nada por sal­varla. Siguieron caminando y al pasar cerca de la antigua cochera donde guardaban enseres servibles, la vio fijamente a los ojos y con seriedad absoluta le dijo: » ¿Ves aquel rincón?, bien, cuando algún día tengas una necesidad o dispongas abandonar esta casa, un día que te quedes sola como hoy, a media vara de profun­didad hay algo que solo tú lo podrás disfrutar».

Cuando aquel hombre terminó de pronunciar la última pa­labra, Josefa escuchó que tocaban la puerta y le suplico lo dispen­sara, pero que pronto volvería. Corrió velozmente por el corredor después de haber atravezado el enorme patio, llegando a puerta donde alguien tocaba insistentemente…

— ¡Ya voy, ya voy!, dijo la Josefa, al momento que abría con suma facilidad la puerta grande del zaguán. La que llegaba en aquellos momentos era nada menos que la tía de don Paquito, anciana muy querida en la casa y que siempre los domingos lle­gaba a almorzar con ellos.

La Josefa le narró en pocas palabras lo que había aconte­cido hacia unos momentos, cuando la puerta se le trabó y no la pudo abrir, y tuvo que acudir a la ayuda de un señor que anteriormente había sido propietario de la casa y que justamente estaba adentro…

—Pero Josefa, qué diablos estas diciendo, si el último dueño de esta casona murió hace más de 100 años, no hablés tonterías, vamos enséñame dónde esta ese señor.

La Josefa principio a sentir miedo y recordó lo del espanto, al llegar al segundo patio donde ella había dejado al des­conocido, este no estaba, lo buscaron por todos lados, y nada …

—Vos estas soñando o estás bola, lo muy menos repitió la encopetada anciana, acusando de mentirosa a la sirvienta.

—Le juro por Dios doña Julia, que yo misma lo vi con estos ojos que algún día se comerán los gusanos. Además lo atendí.

Josefa, inmediatamente recordó la limonada, y como el hombre se la había tomado, regresaron a donde estaba el bati­dor, siendo la decepción más grande aún. Allí estaba el recipiente con todo y el líquido, nadie había tomado nada. La mujer sintió volverse loca por un momento, y recordando lo que le dijo en la cochera, invitó a doña Julia para que fueran a escarbar.

A los quince minutos, ya habían dado con algo duro, que poco a poco fueron sacando. Efectivamente, eran dos recipien­tes grandes de barro que pesaban mucho, el sol caía verticalmente sobre la casona de la 8a. Avenida y en ese momento comprobaba doña Julia, que la Josefa, no le mentía, ataron un lazo a uno de los recipientes y con la ayuda de un mozo que llamaron, lo fueron subiendo poco a poco, cuando lo quebraron, solo carbones habían adentro, y tierra con olor a humedad. Las dos mujeres y el hombre humilde se miraron como preguntándose ¿qué significa todo esto?

Doña Julia hizo memoria, y recordó que su abuela, le había contado que en esa casa había vivido por muchos años el legendario bandolero PIE DE LANA…

—Ve mija, le dijo a la Josefa, fuiste muy babosa, la suerte era para vos, y como nos contaste ésto, la suerte se to fue…

A pesar de tener más de veinte años de laborar en aquella casona, la Josefa, se fue de allí para nunca más volver…

 

Bibliografía

Gaitán, H. (1981). La Calle donde tú vives. Guatemala: Editorial Artemis y Edinter, S.A.

Compartida por: Anónimo

País: Guatemala