Cuando algún visitante busca el museo de los espíritus, se dirige al padre Ernesto Ricasoli y pide ver «El Museo de los Espíritus» el sacerdote supone serio, juzga con una ojeada a su interlocutor, y si lo cree una persona movida por simple curiosidad contesta que lo lamenta, «pero el pequeño museo esta cerrado al publico». En efecto, los fieles no pueden entrar libremente. Esta prohibición disgusta a muchos creyentes que consideran que el museo es un poderosa invitación a la fe, a la meditación y a la oración.
El museo contiene una desconcertante documentación guardada en un armario colocado en una salita a pocos metros cuadrados, anexa a la Iglesia parroquial del Sagrado Corazón de Sufragio, en Lungontevere Prati, a unos centenares de metros del castillo de Sant’Angelo.
La primera vez que el padre Ricasoli, al asumir el cargo de guardián del museo, se vio obligado a ordenar la exposición de tan extraordinarios documentos tuvo que vencer, si no una sensanción de temor, por lo menos cierto nerviosismo. Actualmente, después de tanto años, esta acostumbrado a ocuparse de aquellos objetos en que se pueden advertir las huellas dejadas por almas que decían estar en el Purgatorio.
La idea de esta original colección, según explica el padre Ricasoli, la tuvo el padre Vistorio Jonet, que quería celebrar la misa en una capilla consagrada a la Virgen del Rosario, situada a pocos pasos de la Iglesia del sagrado Corazón del Sufragio. Un día, exactamente el 15 de Septiembre de 1897, en el altar de la capillita se originó un pequeño incendio y en la pared a la izquierda del altar apareció una imagen que muchos fieles identificaron como un rostro atormentado. Se gritó que había sido un milagro y una ingente multitud acudió a la iglesita del Sufragio.
La autoridad eclesiástica, naturalmente, no se pronunció sobre el particular, pero se afirmó en la convicción de que la imagen había aparecido realmente entre las llamas del incendio. Tal convicción se vio reforzada por el hecho de que la imagen continuó siendo visible durante largo tiempo, causando un efecto realmente desconcertante en quienes la observaban. Todavía hoy, junto a la puerta de la sacristía, se conservan huellas del incendio milagroso, que para protegerlas del tiempo e impedir que los fieles fácilmente sugestionables llegasen a conclusiones no autorizadas, se han recubierto con un tríptico que representa a la Virgen rodeada de ángeles.
El padre Jonet interpretó este hecho extraordinario como una señal de la Providencia y con la ayuda y apoyo de los pontífices Pio X y Benedicto XV, edificó el santuario del Sagrado Corazón de Sufragio. Luego pensó realizar una obra que recordase a los fieles la devoción a la animas benditas. Emprendió varios viajes por Italia, Francia y Alemania, de donde trajo objetos de interés verdaderamente excepcional que fueron ordenados en una sala anexa al santuario. Así fue construido el «Museo del Purgatorio» o Museo de los Espíritus.
Hasta 1920 estos objetos estuvieron expuestos ordinariamente al público como si se tratase de un museo. Luego, el padre Jonet, director de la Archicofradía, pensó en reorganizar la exposición de estos objetos de manera más discreta y más en consonancia con el espíritu de la Iglesia eliminando los que no estuviesen avalados por una documentación autorizada.
Este es, pues, el origen y la historia del Museo, que el padre Ernesto narra al visitante seriamente interesado. A los que preguntan como es posible que la Iglesia (que no suele pronunciarse acerca de hechos semejantes) autorice no menos que un museo de esta clase, aunque no este abierto al público, el sacerdote contesta: «La Iglesia condena el espiritismo, entendido como creencia en la posibilidad de evocar mediante la practica de los mediums el espíritu de los difuntos. Aquí se trata de otra cosa. Son espíritus que espontáneamente se han manifestado para pedir sufragios y han dejado huella de su paso.» Un hecho semejante, nos cuenta el sacerdote, le ocurrió a San Juan Bosco, al hacerse amigo de un colegial, el joven Comollo, que murió poco tiempo después. Entre los dos habían pactado que quien muriese primero iría a tranquilizar al otro con respecto a su salvación eterna. El recuerdo de aquel hecho turbaba el espíritu de Juan Bosco cuando su amigo murió. Una noche en que pensando en ello no podía dormir, oyó el ruido de un carro que se aproximaba; el rumor crecía paulatinamente hasta el punto de hacer temblar el dormitorio. Los clérigos, asustadísimos, huyeron de sus lechos. Entonces en medio de un ruido semejante al de un trueno, se oyó claramente la vos del difunto Comollo que decía tres veces: «Bosco, !me he salvado¡» Dom Bosco, según confesó mas tarde sintió un pánico tan grande que enfermó gravemente.
La diferencia entre este extraordinario acontecimiento ocurrido a San Juan Bosco en su juventud y los que aparecen documentados en el Museo de los Espíritus consite en que a Dom Bosco el espíritu de su amigo se le manifestó ruidosamente, pero sin dejar huella clara e inconfundible de su paso. La mayor parte de la documentación sobre los espíritus del Museo consiste, en cambio, en huellas dejadas, por ejemplo, sobre los libros de oraciones, como si las almas del purgatorio quisiesen solicitar sufragios a los vivos. Existen las huellas dejadas en un libro de Margarita Sommerlé, de Elirgen (Metz), en Francia, por su suegra, que se le apareció treinta años después de muerta (1915) vistiendo el traje del país, como peregrina. Esta extraña figura de mujer bajaba cada día de las escaleras que conducían al granero, gemía y contemplaba con insistencia a su nuera como si quisiera pedirle algo. Margarita Sommerlé, aconsejada por su confesor, le dirigió un día la palabra y obtuvo esta respuesta: «soy tu suegra, muerta de parto hace treinta años. Ve en peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Marienthal y hazme celebrar dos misas». Despues de la peregrinación, la suegra se le apareció de nuevo para anunciarle que había sido liberada del Purgatorio y sonriendo, puso su mano sobre el libro La imitación de Cristo, dejando en él la marca de una quemadura. Luego, resplandeciente de luz, desapareció para siempre.
A este grupo de documentos pertenecen las marcas de fuego dejadas por el difunto José Schiti al tocar con la extremidad de los cinco dedos de su mano derecha el libro de oraciones de su hermano jorge, el 21 de diciembre de 1838, en Sanalbe (Lorena); la marca de tres dedos dejada el domingo 5 de marzo de 1871 en el libro de oraciones de una tal Maria de Poggio Berni, de Rímini, por la difunta Palmira Ratelli, hermana del párroco, fallecida el 18 de diciembre de 1870, y otros episodios análogos.
También existe una serie de documentos impresionantes consistentes en a huellas dejadas por los espíritus sobre varias telas. Por ejemplo, la marca de fuego de un dedo de sor Maria Margarita la noche del 5 al 6 de junio de 1894. El relato conservado en el archivo del monasterio de Santa Clara, en Bastia (Córcega), cuenta como sor María, que sufría desde hacía cerca de dos años del pecho, con altas fiebres y tos asmática, fue presa del desaliento y del deseo de morir pronto para dejar de sufrir. Sin embargo, como era muy fervorosa, ante las exhortaciones de la superiora se sometió resignada a la voluntad de Dios. Pidió oraciones, y para atestiguar la autenticidad de su aparición, posó el índice sobre un cojín prometiendo volver. Se apareció de nuevo a la misma religiosa los días 20 y 25 de junio del mismo año para darle las gracias y algunos consejos espirituales para la comunidad.
El museo también muestra una huella de fuego dejada sobre el delantal de sor Maria Herendorps, religiosa conversa del monasterio benedictino de Vinnemberg (Westfalia), por la mano de la difunta sor Clara Scholers, de la misma Orden, muerta a causa de la peste en 1637.
Asimismo se puede ver una huella dejada por la difunta señora Leleux sobre una manga de la camisa de su hijo José cuando se le apareció en Wodeco-Mas (Bélgica). Según el relato del hijo, la madre, que había muerto diecisiete años antes, se le apareció la noche del 21 de junio de 1789 (después de haber oído durante once noches consecutivas ruidos que le atemorizaron hasta el punto de hacerle enfermar) reprochando le su vida disipada, exhortándole a cambiar conducta y a rezar por la Iglesia. entonces apoyó la mano sobre la manga de su camisa dejando una huella muy visible. Jose Leleux, después de aquella aparición, se convirtió y fundó una congregación de laicos y murió en olor de santidad el 19 de abril de 1825.
Por último, el museo contiene la documentación relativa a las huellas dejadas sobre una tablilla de madera, la manga del hábito y la camisa de sor Clara Isabel Gornari, abadesa de las clarisas, por las manos del difunto padre Panzini, abad olivetano de Mantua, el 1 ero de noviembre de 1831. Son cuatro marcas, una de la mano izquierda sobre una tablilla que utilizaba la religiosa para su trabajo, muy visible, con la señal de la cruz perfectamente impresa en la madera; la segunda, también de la mano izquierda, sobre una hoja de papel, viéndose la forma de la mano con gran nitidez; otra de la mano derecha sobre la manga del hábito, quemó de distinta manera la tela de la camisa religiosa, manchandola de sangre.
Esto es, en síntesis, el Museo de los Espíritus, cuyo valor se debe a la seriedad de las personas que han declarado como testigos y de las autoridades que se han encargado de examinar las piezas y controlarlas. «Sobre la delicada cuestión de la validez de los documentos y testimonios – escribió monseñor Pedro Beneditti, primer sucesor del padre Joneten la dirección de la Obra-, es preciso evitar a la gente que a priori se limita a encogerse de hombros y a sonreír incredulamente ante las manifestaciones sensibles del más allá, negando rotundamente el hecho. Estas personas obran con ligereza. En realidad, no es justo rechazar sin previo examen el testimonio de personas dignas de crédito cuya virtud ha sido reconocida por la Iglesia. Tampoco se puede negar la posibilidad de comunicación entre las almas de la Iglesia purgante y nosotros, que formamos parte de la Iglesia, con permisión divina. Por otra parte, hay almas ávidas de encontrar lo sobrenatural siempre y en todas partes, y por lo tanto, inclinadas a una devoción casi enfermiza e incluso demasiado cruel. Se empeñan en ver siempre y en todas partes manifestaciones sobrenaturales, visiones, revelaciones…Ni intrasigencia, ni fanatismo, ni indiferencia – concluye monseñor Beneditti – sino seriedad y respeto para la sinceridad de quien honestamente relata y afirma, y para la diligencia de los que estudian, investigan y examinan».
La Iglesia no se ha pronunciado oficialmente sobre los hecho expuestos en el Museo del Purgatorio, y los sacerdotes que están a su cuidado informan a los visitantes con las debidas reservas acerca de los episodios y documentos mas impresionantes.
De Maria, C. (1971). Enciclopedia de la magia y de la brujería. Barcelona: Editorial De Vecchi, S.A.