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Estoy seguro de que la vieja señora Sally creía en todo lo que contaba. Claro que nosotros lo tomábamos como cuentos que habían ido formándose con el paso del tiempo; pero siempre, bajo aquellas historias, había un algo de verdad inquietante.

La señorita Rebeca Chattesworth proporciona una relación curiosa sobre los hechos que sucedieron en 1753 en Tilded House.

Yo tenía la intención de hacer imprimir aquella carta íntegra, pero debo contentarme con los extractos más representativos de ella.

En aquel año, en el mes de octubre, había una guerra por el alquiler de Tilded House, entre el señor regidor Harper y Lord Castlemallard, que era el heredero por parentesco.

El señor Harper había acordado un contrato por renta de aquella mansión, para su hija y su esposo, de nombre Prosser. Había hecho gastos considerables en la remodelación general. La hija del regidor había llegado en junio y se había retirado a principios de octubre de la casa, por lo que el señor Harper fue a hablar con Castlemallard y le dijo que renunciaba a la renta por razones imposibles de explicar, que lo único que podía decir es que esa casa estaba encantada, y que por lo tanto debía ser demolida cuanto antes.

Lord Castlemallard presentó una queja en la cual pedía que el regidor cumpliera con el contrato anual de la renta. Pero el señor Harper mostro siete declaraciones juradas y el juez consintió en liberarlo de seguir alquilando aquella casa hechizada.

Los sucesos descritos ante el juez afirmaban que las molestias en la casa de Tilded House habían empezado a finales de agosto. Un atardecer en que la señora Prosser se encontraba sola, vio una mano firmemente apoyada en la parte exterior de la ventana de la cocina, como si alguien la hubiera alzado y escondido el resto del cuerpo. La mano era gorda, blanca y de edad avanzada. La señora Prosser creyó que era la de algún bandido dispuesto a entrar en la casa por la ventana. Lanzando un agudo grito de espanto, logró que la mano se fuera con rapidez.

Se registró el jardín, pero no había ningún indicio de que alguien hubiese estado parado ahí; además, una larga fila de macetas debería haber impedido que un hombre tomara la postura necesaria para alzar la mano como lo había hecho.

Esa misma noche se escuchó un intenso toqueteo en la ventana de la cocina. Un criado bajo mientras las mujeres esperaban asustadas. No vio nada ni a nadie, pero al cerrar la puerta observo como el picaporte se quería abrir solo. Los ruidos no cesaron en toda la noche.

A las seis de la tarde de un sábado, la cocinera estaba sola en la cocina y al alzar la mirada vio la palma de una mano apretada contra el cristal, moviéndose lentamente de arriba hacia abajo, buscando alguna irregularidad en su superficie. La mujer gritó y la mano se quedó todavía unos minutos más apoyada en la ventana.

Después de estas apariciones, comenzó a sonar en la puerta de la entrada, todas las noches, el toque de unos nudillos; primero tranquilo, luego colérico. El criado no abría la puerta y preguntaba insistentemente quien estaba ahí. Nadie le respondía, solo se escuchaban los golpes o un chirriar de uñas contra la puerta.

Siempre que el señor y la señora Prosser descansaban en la sala de estar, un golpeteo en la ventana los turbaba, a veces suave, otras veces con violencia, como queriendo romper el cristal.

Las cosas sobrenaturales siempre habían sucedido en la parte de atrás de la casa. Sin embargo, un martes por la noche sonó la misma llamada en la puerta del recibidor: golpes lentos, firmes y repetitivos. Con gran irritación y miedo escucharon durante dos horas seguidas, pues no se atrevían a asomarse.

Repentinamente las molestias cesaron y los habitantes de la casa creyeron que la mano se había cansado de molestarlos. ¡Que equivocados estaban!

La noche del trece de septiembre, una criada fue a la despensa y casualmente volteo hacia la ventana más pequeña de la cocina. Noto que en el orificio donde iba el cerrojo, un dedo blanco y arrugado metia la punta, luego entraban dos dedos moviéndose desesperados, ¡querían abrir la ventana! La sirvienta se desmayó.

El señor Prosser, que era muy necio, quiso acechar al fantasma, creía que todo era una mala broma y estaba dispuesto a atrapar en plena acción al bandido que había hecho nacer el pánico en la casa de Tilded House. Estaba seguro de que algún criado traidor quería volverlos locos.

Ya no solo eran los sirvientes, sino la misma señora Prosser, los que vivían aterrados, encerrándose rápidamente cuando comenzaba a anochecer.

Los golpes por la ventana habían parado nuevamente desde hacía ya una semana. Pero una noche, la señora Prosser se encontraba arriba escondida, mientras su marido reposaba en el salón de estar en la parte baja de la casa. Sus ojos se posaron en la puerta del vestíbulo, pues había sentido el llamado de la mano, pero esta vez de forma diferente los golpes habían sido muy quedos. Era la primera vez que se escuchaban en la parte superior de la casa.

El señor Prosser, que también había percibido los toquidos, dejó abierta la puerta del recibidor y se encaminó sin hacer ruido hacia aquél sonido infernal hecho con la palma de una mano por detrás de la puerta. Iba a abrirla con brusquedad, pero decidió ir por una pistola para dar una buena lección al fantoche que los estaba asustando.

Llamó a su criado y se presentó con él, los dos armados, caminando silenciosamente hacia el eco maldito que ya era insoportable para los nervios. El asediador de la casa no se asustó y continuó golpeando, cada vez con mayor intensidad, convirtiendo su lento toquido en golpes redoblados y estridentes.

El señor Posser abrió la puerta muy enojado. Nada. No obstante, su brazo fue sacudido de manera muy rara, como si lo hubiera agarrado una mano. El criado no vio ni sintió cosa alguna, y no comprendió por qué su amo miraba hacia atrás apresuradamente mientras la puerta se cerraba en sus narices.

A partir de ese momento la actitud del señor Prosser cambió, se volvió tan miedoso como el resto de los pobladores de la casa. Ni siquiera quería hablar del tema con nadie. Creía que había permitido la entrada de “eso” a la casa.

Prefirió no mencionarle a la señora Prosser lo que había ocurrido; subió más temprano que de costumbre para acostarse y estuvo leyendo la Biblia. No podía conciliar el sueño. Habian sonado las doce de la noche cuando sintió la palma de una mano dando pequeños golpes en la puerta del dormitorio y arañado para arriba y para abajo.

  • ¿Quién anda ahí?

No recibió más respuesta que los manotazos en la puerta.

Por la mañana, la criada estaba aterrorizada por la huella que había dejado una mano sobre el polvo de la mesa. Todos estaban nerviosos casi hasta la locura.

El señor Prosser hizo que entraran uno por uno al saloncito y comprobaran su medida de mano con la marca sobre el polvo. Pero esa huella era completamente distinta a la de todos los habitantes vivos de la casa y parecía corresponder con las descripciones que la señora Prosser había hecho de aquella mano sobre la ventana de la cocina. Sabían que el poseedor de esa mano y no estaba afuera, sino dentro de la casa.

Extraños y horribles sueños amargaban la vida de la señora Prosser, algunos de los cuales, detallados en la carta de la señorita Rebeca, eran pesadillas realmente aterradoras. Una noche, cuando el señor Prosser cerró la puerta del dormitorio, se extrañó de la rara quietud que lo invadía todo, no había sonido alguno, ni siquiera el de la respiración de la señora Prosser, lo cual era muy raro, pues él sabía que su esposa estaba acostada en la cama.

Una vela ardía al pie de la cama, sobre una mesita, y él llevaba otra en la mano. Apartó la cortina del lecho y pensó que la señora Prosser había fallecido, pues la palidez de su cara y la inmovilidad de su cuerpo cubierto por el sudor parecían indicar la muerte; a su lado, sobre la almohada, estaba la mano blanca y vieja extendiendo los dedos hacia la frente de la señora con movimiento lento y ondulante.

Prosser, lleno de pánico, arrojo un libro hacia la mano y esta se retiró inmediatamente; el señor dio una vuelta alrededor de la cama mientras la puerta de la alcoba se cerraba, según le pareció, por la misma mano blanca y estropeada.

Abrió la puerta con violencia y miro frenéticarnente a su alrededor, con los ojos desorbitados por el miedo; no había nada. Cerró bruscamente y puso varios cerrojos para protegerse. Por un instante se sintió «como si estuviera a punto de perder el juicio.» Luego, haciendo sonar la campana, llamó a la servidumbre y entre todos lograron que la señora Prosser saliera de aquel trance maldito en el que había caído. Parecía hacer pasado «por las angustias de la muerte.»

La señorita Rebeca añade en su carta «por lo que ella me ha podido contar de sus visiones; su marido habría agregado: y también del infierno».

Pero el acto que llevó la crisis a su culminación, fue la extraña enfermedad de la pequeña hija de seis meses. Sufría un insomnio que la hacía presa de la enajenación del terror; los médicos que la revisaron dijeron que su cerebro estaba llenándose lentamente de agua. La señora Prosser y la nodriza la cuidaban junto al fuego de la chimenea, preocupadas por su salud.

La cama de la niña estaba pegada a la pared y la cabecera de ésta chocaba contra la puerta del armario, que nunca estaba bien cerrada. Se daban cuenta de que la criatura se quedaba más tranquila cuando la sacaban de la cama y la cargaban. En una ocasión la habían dormido arrullándola, y cuando la colocaron en la cama, no pasó ni un minuto para que comenzara una de sus crisis de terror. Las dos mujeres descubrieron la causa del miedo de la niña.

Vieron claramente, saliendo de la abertura del armario y resguardada por la sombra, la espantosa mano blanca con la palma hacia abajo, justo encima de la cabeza de la niña. La madre y la nodriza salieron gritando del cuarto llevando a la niña en brazos y entraron a la habitación del señor Prosser; apenas llegaban cuando comenzaron a escuchar los enloquecedores golpecitos en la puerta.

Hay mucho más del horror, pero que baste con lo dicho. La singularidad de la narración parece describir una mano fantasma. Jamás apareció la persona a la cual pertenecía.

En una comida de alumnos en 1819, conocí a un anciano llamado Prosser, delgado, grave y parlanchín, que nos contó la historia de su primo Jacques Prosser, el cual, de niño, había dormido en una habitación que su madre decía que estaba hechizada, en una vieja casa cerca de Chapelizod; su primo, cada vez que estaba enfermo, sufría la visión de un caballero pálido, del que tenía fuertemente impresas en su mente la ropa y un rostro maligno y malsano, así como, la falta de la mano derecha.

El señor Prosser mencionó esto como un ejemplo de pesadilla monótona, individualizada y persistente, donde la angustia llegaba a extremos horribles…

 

Bibliografía

Balam, Alaric (2012). Cuentos Clásicos de Fantasmas. México: Editores Mexicanos Unidos.

Joseph Sheridan Le Fanu

Compartida por: Anónimo

Han pasado veinte años desde que vieran por última vez el talle alto y esbelto de la señora Jollife. Hoy
tiene más de setenta años pero su figura sigue erguida y su modo de andar continúa siendo ligero.

Dedicó estos últimos años a cuidar enfermos adultos, pero puso especial interés en una chica llamada Laura Mildmay, que ahora entra en la habitación con una enorme sonrisa y abraza a la anciana besándola.

  • ¡Qué suerte tienes, has llegado a tiempo para escuchar un cuento! — dijo la señora Jenner.
  • ¿De verdad? ¡Qué maravilla! — exclamó la niña.

—No es un cuento propiamente dicho, sino una historia de fantasmas, y no sé si deba contártela justo ahora que ya te vas a ir a dormir —agregó la señora Jollife.

–¿Fantasmas? Eso es lo que más me gustaría oír —repuso la niña, emocionada.

—Bien, siéntate aquí junto a nosotras y, si no tienes miedo, escucha con atención.

La señora Jenner y la muchacha miraban el rostro expectante de la anciana, que parecía hacer acopio de horrores con los recuerdos que invocaba.

Aquella vieja habitación era el marco perfecto para una historia de fantasmas: Tenía las paredes forradas de madera y un mobiliario raro y antiguo en el que destacaba la alta cama de cuatro pilares con cortinas negras.

La señora Jollife miró hacia todos lados, se aclaró la voz y comenzó la historia El fantasma de la señora Crowl.

— Hoy soy una anciana. Cumplía mis trece años cuando llegue a Applewale House, donde mi tía era el ama de llaves. En Lexhoe me esperaba un carruaje para transportarme. Estaba un poco asustada cuando al llegar vi la carroza con un caballo, conducida por el señor John Mulbery, quien me consoló comprándome frutas y prometiéndome una espléndida cena cuando llegáramos con mi tía.

«Me parece vergonzoso que personas mayores asusten a los niños. Recuerdo que en mi compartimiento del tren había dos personas y que una noche en que salió la luna, me preguntaron hacia dónde iba; les respondí que a Applewale House, cerca de Lexhoe, y uno de ellos me dijo burlonamente: ¡Ja!, note quedarás ahí mucho tiempo.

«Me quedé mirándolo fijamente como preguntándole por que, el pareció advertirlo y añadió a su comentario:

“— ¡Por tu vida no le cuentes a nadie lo que to voy a decir! Esa casa está poseída por el demonio; ahí vive un espantoso fantasma… ¿Tienes una Biblia?

  • Si señor, mi madre me puso una en la maleta.

«Cuando le respondí esto, me pareció que se miraba de forma extraña con su amigo, pero no estaba segura.

Bien -dijo él, asegúrate de ponerla bajo la almohada todas as noches, solo así podrás mantener alejadas las garras de esa maldita anciana.

«Me llene de esparto cuando escuche esa historia. Quería hacer muchas preguntas sobre aquella anciana, pero no dije nada. Pase el resto del camino pensando en cosas horribles, hasta que llegue a Lexhoe.

«El alma se me cayó del cuerpo cuando el carromato entró por aquella estrecha y oscura avenida del parque. Los arboles eran gruesos y altos, casi tan viejos como la mansión; ni cuatro hombres hubieran podido rodearlos tomándose de las manos.

«Nos detuvimos delante de la gran casa, pintada de blanco y negro, de madera, rodeada de árboles que tomaban un tono siniestro a la luz de la luna; se veía de estilo antiguo. Solo había tres o cuatro sirvientes, aparte de la anciana dama. La mayor parte de las habitaciones estaban cerradas.

«Cuando vi aquella residencia ante mí y comprendí que el viaje había terminado, se me subió el corazón a la garganta. Estaría muy cerca de mi tía, a la que ni siquiera conocía, y de la señora Crowl, de quien me habían dado espeluznantes referencias.

‘Mi tía me llevó a su habitación. Era una mujer delgada, encorvada, de cara pálida y manos afiladas. Tenía más de cincuenta años y hablaba de modo cortante. Una mujer dura.

«El hacendado Chevenix Crowl, nieto de la señora Crowl, iba a la casa dos o tres veces por año para visitar a su abuela y constatar que todo estuviese en orden. Solo lo vi dos veces mientras estuve en Applewale House.

«La señora Wyvem era una mujer gruesa y alegre; siempre estaba de buen humor y caminaba muy despacio. Acababa de cumplir cincuenta años y era muy avara. Usaba el mismo vestido todos los días a pesar de tener mucha ropa guardada, Dios sabe para qué. Nunca me regaló nada en todo el tiempo que estuve allí, pero siempre era grato estar con ella; hablaba sin parar contando historias risueñas, creo que me caía mejor que mi tía que, aunque siempre fue buena conmigo, era severa y silenciosa.

«Estaba descansando en el dormitorio de mi tía. Ella entró con un té preguntándome si sabía llevar a cabo los deberes del hogar. Antes de que le contestara me aseguro que yo era idéntica a mi padre y que esperaba que no me condenara al infierno como él lo había hecho. Fue cruel de su parte decirme eso.

«Cuando fui a la habitación de la señora Wyvem, ardía un buen fuego de carbón, había té, pastel y carne calientes; me quede con ella un buen rato mientras mi tía subía con la señora Crowl.

«—Ha subido a ver si la vieja Judith Squiles esta despierta, ella le hace compañía a la señora Crowl cuando yo y la señora Shutters (que era el nombre de mi tía) no estamos con ella. Hay que tener mucho cuidado con la señora, porque, si no, se caería al fuego o por la ventana. Es muy torpe –me explicó Wyvern en tono jovial.

— ¿Cuántos años tiene la señora? —pregunté.

«—Cumplió noventa y tres años hace ocho meses –dijo riéndose–. No hagas preguntas sobre ella delante de tu tía. Tómalo con calma.

— ¿Usted sabe cuál será mi trabajo en esta casa, señora Wyvern?

«—Tu tía te lo explicará, supongo que vigilarás a la vieja para que nada malo le pase, llevarle de comer y beber, dejar que se divierta con sus cosas de la mesa, vigilarla para que no se caiga, hacer sonar la campana si se pone pesada. Ya veremos.

«–¿La señora es sorda?

«–¡Claro que no! Y tampoco es ciega; es muy astuta, aunque no puede acordarse de nada, lo mismo le da la corte del rey que Blanca Nieves.

«—Mi tía le escribió a mi madre que la chica que la cuidaba antes se había marchado, ¿usted sabe por qué lo hizo?

—No lo sé, quizá le haya contestado mal a la señora Shutters, a ella no le gustan nada las chicas parlanchinas.

«De pronto entró mi tía en la habitación, las dos nos quedamos mudas. Comenzó a hablar con la señora Wyvern. Yo me puse a inspeccionar las cosas que había en la habitación, tomándolas con las manos y mirándolas con asombro.

— ¿Qué haces, niña? —dijo mi tía tajantemente          . —¿Qué tienes en la mano?

“— ¿Esto, señora? —le respondí mostrándole una chaqueta de cuero que había agarrado       . No sé lo que es.

«Sus ojos se encendieron de ira y creí que iba a golpearme, pero solo me sacudió bruscamente por los hombros al tiempo que me arrebataba la chaqueta.

–Mientras estés en esta casa, no agarres absolutamente nada que no sea tuyo –exclamó con rabia y cerrando la puerta con violencia.

«Yo tenía lágrimas en los ojos y la señora Wyvern se moría de la risa.

«La anciana señora Crowl tenía uno de sus berrinches de costumbre. Solía estar de pésimo humor todo el tiempo. No había nadie en Applewale que la recordara de joven. Poseía una cantidad de ropa impresionante, toda anticuada y extraña, pero de gran valor.

«Todos cuidaban con esmero a la anciana, pues cuando esta muriera nunca volverían a encontrar un trabajo donde no hicieran casi nada por el enorme sueldo que recibían.

«El médico venia dos veces por semana y siempre decía que no se le debía contradecir ni irritarla de ningún modo; había que seguirle la corriente.

«La primera vez que escuche hablar a la anciana, yo estaba sentada en mi cuarto, las velas de la habitación de la señora Crowl se hallaban encendidas, mi tía la acompañaba y la puerta estaba abierta. Recuerdo que dijo:

«—Fue un ruido extraño, hecho por un pájaro u otro animal, era muy tenue.

«—El Maligno no puede hacer daño a nadie, señora, a menos que Dios se lo permita —afirmo mi tía.

«—Entonces la extraña voz desde la cama dijo algo que no entendí

–agregó la anciana.

«-El señor está con nosotras, señora, no hay nada que temer.

«Escuche aquella conversación durante un buen tiempo, después ya no pude oír nada y me dedique a leer un libro; al rato percibí un ruido en la puerta, era mi tía con el dedo puesto sobre la boca.

«—Shhh —dijo en voz baja, acercándose de puntillas . Por fin se ha dormido, no vayas a hacer ruido.

«Seguí leyendo el libro, ni el más mínimo sonido se escuchó en aquella casa, comenzaba a sentir temor en aquella habitación tan grande. Así que me puse de pie y camine nerviosamente; mi curiosidad pudo más que el miedo y me asome a la habitación de la señora Crowl. Era un cuarto muy grande y muy elegante, fuertemente iluminado por varias velas. Miraba asombrada el lugar y decidí entrar, me observe en el enorme espejo y luego fui a asomarme a la cama de la señora para verla de cerca, quizá nunca volviera a tener una oportunidad tan esplendida.

«En medio de un silencio de muerte, deslice las cortinas de la cama despacio, muy despacio, y por fin vi a la señora Crowl, maquillada como la imagen de una mujer en la lápida mayor de la iglesia de Lexhoe. Ahí estaba, vestida con sus mejores ropas verdes y doradas, con los zapatos puestos. Con todo el rostro pellejudo pintado de blanco, ¡parecía una espantosa momia! Tenía las mejillas pintadas de rojo y las cejas de café. Orgullosa, tiesa; la nariz aguileña, muy larga y mostrando la mitad de los ojos en blanco. Las uñas muy largas y cortadas en pico.

«Creo que cualquiera se hubiera asustado. Me sentía incapaz de soltar la cortina o de moverme. Tenía los ojos clavados en su asquerosa figura; incluso mi corazón estaba inmóvil. Entonces, abrió los ojos, giro sobre sí misma en redondo y bajó de la cama haciendo sonar sus tacones y encarándose conmigo, me clavo su horrible mirada al tiempo que una sonrisa maligna se dibujaba en sus labios nauseabundos.

«Era la visión del mismísimo infierno. Me llene de un miedo terrible; parecía un cadáver con vida que me apuntaba con sus afilados dedos.

-¿Por qué has dicho que yo mate al niño? Te daré una golpiza que te matará —me dijo la monstruosa anciana.

“¡Quería salir corriendo! Pero algo más fuerte que mi voluntad me retenía donde estaba. Retrocedí y ella me siguió con su taconeo fantasmal apuntándome con las uñas a la garganta y haciendo un sonido sibilante con la lengua.

«Sus dedos casi me tocaban; me refugié en un rincón soltando un chillido como si el alma se me separase del cuerpo. Mi tía entró gritando, la anciana volteó hacia ella y yo salí corriendo lo más rápido que pude.

«Bañada en llanto, le contaba a la señora Wyvern lo que había sucedido. Ella se reía como siempre, pero se puso seria cuando le dije las palabras de la anciana.

«—Repite lo que dijiste —me ordenó con severidad.

«Así lo hice: — ¿Por qué has dicho que yo mate al niño? Te daré una golpiza que te matará.

«— ¿Tú dices que la señora mato a un niño? –pregunto.

«—Yo nunca dije tal cosa –le aseguré.

«Desde aquel incidente, Judith ya nunca se me despegaba. Al cabo de una semana, la señora Wyvern me conto algo que nadie sabía sobre la anciana Crowl.

«—Hace más de setenta años la señora se casó con el hacendado Crowl, de Applewale, viudo y con un hijo de nueve años. Una mañana el niño desapareció. Como tenía mucha libertad, nadie se preocupó mucho, solía ir al bosque o al lago a remar y pescar, pasaba largas horas afuera. Pero ya nunca apareció, encontraron su gorro junto al lago, al pie de un enorme espino y lo dieron por ahogado. Se hablaba mucho acerca de ese tema, decían que la madrastra lo había asesinado, pero la señora Crowl hacía lo que quería con su marido, pues era increíblemente bella. El tiempo borro la imagen de aquel niño de la memoria de la gente terminó de narrar la señora Wyvern.

«Cuando yo tenía menos de seis meses de haber llegado a la casa era invierno, la señora tenía su última enfermedad. El médico temía que fuera un ataque de locura como el anterior, en el que habían tenido que sujetarla con camisa de fuerza—que era aquella chaqueta de cuero que yo había agarrado; no se volvió loca pero se fue consumiendo con rapidez. Mostraba una extraña tranquilidad, hasta un día antes de su muerte, en que se puso a aullar en la cama y se cayó al suelo pidiendo misericordia. Yo no entraba en su habitación, me quedaba temblando de pánico mientras ella rugía y se revolvía en el piso. Mi tía, la señora Wyvern, Judith y una señora de Lexhoe estuvieron con la anciana hasta que murió.

«El sacerdote estuvo presente y rezaba por ella, mientras ponían a la vieja señora Crowl en un ataúd. Se escribió al viejo hacendado Chevenix para que viniera a ver por última vez a su abuela, pero estaba de viaje por Francia. El sacerdote y el médico dijeron que había que enterrarla y fue depositada en la cripta de la iglesia de Lexhoe. Nosotras nos quedamos viviendo en la gran casa esperando la vuelta del hacendado. Me cambiaron a una habitación más grande y una noche antes que llegara el señor Chevenix sucedió lo siguiente:

«Solo había una cama en mi nueva habitación y el espejo de la señora Crowl. Sabíamos que había regresado el hacendado Chevenix de su viaje. Yo estaba feliz, pues supuse que volvería a mi casa, lo cual me lleno de emoción. Dieron las doce de la noche y yo seguía despierta en mi habitación, que era negra como un pozo, pensando y soñando con mi regreso, cuando vi iluminarse la pared que estaba delante de mí, como si se le hubiera prendido fuego; las sombras de la cama comenzaron a bailar en las vigas del techo. Gire la cabeza rápidamente, pues creí que algo se había incendiado, pero lo que vi, ¡Virgen Santa!, fue la aterradora figura de la señora Crowl, cubriendo su horrible cadáver con finas ropas, los ojos muy grandes y brillantes, ¡parecía la cara del diablo! Una luz roja salía de ella envolviéndola y creando el efecto de que tuviera fuego en los pies. Se acercó directamente hacia mí, adelantando sus viejas manos contraídas como garras y como si fuera a estrangularme. Pero pasó de largo y fue a mover el armario, después abrió una puerta con una enorme llave dorada y llego a un gabinete para buscar algo mientras la alcoba se llenaba de un aire glacial. Luego se volvió nuevamente hacia mí girando con rapidez y la habitación volvió a quedar a oscuras. Lance un alarido terrible que hizo temblar toda la casa.

«Esa fue la peor noche de mi vida. Pase el tiempo que faltaba para el amanecer con una angustia atroz. Cuando salió el sol fui con mi tía para contarle lo que había sucedido. Al contrario de lo que yo esperaba, me tomo las manos diciéndome que no tuviera miedo y me preguntó si la anciana llevaba en las manos alguna llave.

«—Sí—dije haciendo memoria—, una llave grande y dorada.

«—¿Era como esta llave? —me dijo, mientras sacaba la pieza de un cajón.

«—Esa misma llave. –¿Estas segura? »               Claro que si, tía.

«—Bien, no to preocupes, el señor vendrá hoy al mediodía y debes contárselo todo, por la tarde podrás irte a tu casa.

«El hacendado Crowl llego y mi tía hablo con él en la habitación, después me llamaron y el me pregunto:

“— ¿Qué es lo que has visto, chiquilla? Creo que fue un sueño por lo menos yo no creo en fantasmas, pero cuéntamelo todo y formaré una opinión.

«Le conté lo que había sucedido y el hacendado, un poco nervioso, le dijo a mi tía:

«—Recuerdo ese gabinete. Oliver, el cojo, me contó de él cuando era niño.  Oliver tenía más de ochenta años y ya han pasado veinte desde que me comunicara el secreto. Ahí se guardaban las joyas de gran valor, cerradas con una chapa doble, que solo se podía abrir con una enorme llave de bronce. Vamos todos a buscar ese gabinete perdido, tú nos indicaras el lugar exacto en que lo viste — me dijo mientras me señalaba.

«Con el corazón en la garganta, los lleve a aquel sitio maldito donde estaba el armario que ocultaba la puerta que daba al gabinete. El hacendado quito la puerta con un martillo y un cincel y, al llegar al aposento, mi tía le dio la llave. Lo abrió y vimos una especie de cuarto de ladrillos completamente oscuro. Mi tía prendió una vela y su luz ilumino una especie de simio que estaba agazapado en un rincón.

“¡Santo Dios, cierre esa puerta, señor, ciérrela! –grito mi tía.

«Pero el hacendado entró cautelosamente al cuarto de ladrillos y le dio un empujón al simio, que se derrumbó. Era un costal de huesos y polvo. Se trataba de los huesos de un niño. Un silencio mortal invadió el ambiente. El señor paso del otro lado de la pequeña calavera.

«— ¡Un gato muerto! dijo el señor, pensando que yo era estúpida. Usted, muchachita, se ira a su casa, yo tengo que hablar con la señora Shutters.

«Una hora más tarde estaba tomando el tren rumbo a mi casa. Nunca he vuelto a ver a la señora Crowl, ni en aparición ni en sueños, pero cuando ya me había convertido en una mujer madura, mi vieja tía paso una noche conmigo y me confesó que aquellos huesos eran los del pobre niño perdido. La señora Crowl lo había encerrado dejándolo morir de hambre y sed, sepultado en la oscuridad. Lo habían reconocido por los objetos personales hallados entre el polvo de su cuerpo.

 

Bibliografía

Balam, Alaric (2012). Cuentos Clásicos de Fantasmas. México: Editores Mexicanos Unidos.

Joseph Sheridan Le Fanu

Compartida por: Anónimo

País: Guatemala