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Aquel día su majestad el León salió como todas las mañanas a recorrer la selva.

—Yo soy el rey de los animales decía. — ¡Soy el Pangui que de un boca­do me trago un guanaco! ¡Oh!

–Buenos días, señor Pangui  — dijo en ese instante un grillo.

El León miró despreciativo al insecto.

–¿No me ha oído usted, señor Pangui? —  dijo el Grillo. ¿No conoce al Grillo que hace Kunning-Kuning?

¡Calla que me lastimas los oídos con tu chillido! — respondió el León. — ¿Para qué sirves tu que andas a brincos y saltos  gritando Kuning-Kuning? ¡Ten cuidado que de un piso­tón te deshago!

— ¿Por qué me desprecias, Pangui? ¿Qué te he hecho yo?

— ¿Qué me puedes hacer tu, Kuning-Ku­ning? — rugió el León, comenzando a amosta­zarse.

—Si quieres pelearemos, señor Pangui. Juntaré mis mocetones — dijo el grillo.

¿Tus mocetones? — Dijo el León — ¡Qui­siera verlos al lado de los míos!

—Fija el día de la pelea y los veras — respondió el Grillo, muy altanero.

Convinieron la hora y el sitio del encuentro y cada cual se fue por su lado en busca de mo­cetones.

El León llamó al chingue, al quiqui, al huiña, al huemul, al guanaco, a la nutria y al zorro.

El Grillo llamó al zancudo, la mosca, al moscardón, al tábano y al moscón.

Juntó un ejército de mocetones el Grillo.

En el día señalado, el León mando sus men­sajeros al Grillo; eran el Zorro y el Chingue.

—Aquí venimos de parte del gran Pangui a decirte que ya está listo para la pelea.

—Entiéndete con mis mocetones respondió, el Grillo.

Nombró de parlamentarios al tábano y a la mosca.

  • ¿Cuándo quieres la pelea? — preguntó la mosca.

—Ahora mismo ha de ser — respondió el zorro. — Y prepárense porque los vamos a deshacer.

— ¡Hagamos la prueba! — replicó el tábano.

Y en seguida se abalanzó sobre el zorro lo picó. La mosca no se quedó quieta y persiguió al Chingue. A corcovos, dicen que salieron los parlamentarios del campamento del Grillo y llegaron de una sola carrera donde el León.

  • ¿Qué hay de nuevo? — pregunto el León a sus mensajeros. — ¿Tienen miedo de pelear con nosotros?
  • Dicen que están listos, señor León. El Gri­llo tiene muchos mocetones reunidos y nos,

— ¡En marcha! — ordenó el León.

Y salieron en parejas todos los animales que el León alcanzó a reunir. La cancha para la pelea estaba situada a orilla del rio. Así lo había que­rido el León por si sus mocetones tenían sed.

Llegado el momento del combate, el León dió un rugido que fué coreado por los bramidos

y gritos de sus mocetones. El Grillo respondió con un sonoro: — ¡Kuning-Kuning!

Los demás insectos zumbaron y comenza­ron a revolotear en orden de batalla: la mosca, el zancudo y el moscardón iban al frente; formaban la retaguardia sus mejores mocetones: el moscón y el tábano.

Los animales avanzaron sin temor. ¿Qué iban a poder contra ellos los despreciables mo­cetones del Grillo?

Pero un segundo después comenzó la lamentación:

  • ¡Me pico un ojo! ¡Ay que se me metió a la boca! ¡Que ya no sé dónde estoy!

Mosca, Zancudo y Moscardón no daban tre­gua a los mocetones del León. Cercados por to-dos lados iban retrocediendo hacia el río.

  • ¡Calla, Grillo, que me aturdes! — rugió el León.

–¡Quiero aturdirte! — dijo el Grillo y se acercó tanto al León que lo hizo retroceder.

Pero el Grillo no callaba y, después de dar vueltas y más vueltas, se metió dentro de la oreja del León. Este se agitaba, loco de rabia, daba brincos tan altos e, al caer, se golpeaba

con las piedras y se hacía heridas enormes. Acudía la mosca y el moscardón y lo picotearon, el

zancudo le chupaba la sangre, el tábano lo lan­zeteaba.

Los rugidos del Pangui repercutían la selva; todos los animales abandonaban sus gua­ridas y huían a la montaña en busca de refugio. No hablaremos de los mocetones del León que, uno a uno, habían ido cayendo al rio y solo escaparon con vida los buenos nadadores. Pero a estos los perseguían los mocetones del Grillo.

El Pangui continuaba dando brincos peñas y rocas y, por fin, todo lastimado y ciego cayó al rio y las aguas se lo llevaron lejos, lejos, hasta llegar al mar en donde los peces se dieron un banquete con el cuerpo del orgulloso rey de la selva.

— ¡Eso te pasó por fanfarrón! — dijo Grillo al León. De esta fábula dicen que nació el refrán tan conocido entre los Araucanos:

«Mallma nguelayaimi».

Lo cual significa: «Fanfarrón no serás”.

 

Bibliografía

Santa Cruz Ossa, B. (1938). Leyendas y Cuentos Araucanos. Chile: Universo – Valparaiso.