La diosa Hera fue una de las tres hijas (Hestia, Demeter, Hera) que, además de tres hijos (Hades, Poseidón y Zeus) tuvieron Cronos y Rea.
Lo más probable es que fue criada y educada por Okéanos y Tethis en el palacio de éstos. También se afirma que fue educada por las Horas.
Según Hesíodo, Hera fue la tercera mujer “legítima” de Zeus (la primera fue Metis, la segunda, Temis). Sin embargo, la Ilíada cuenta que Zeus y Hera desde muy jóvenes ya se amaban y hasta folgaban a escondidas de sus padres.
Cuatro hijos nacieron del matrimonio Zeus-Hera: Hefaisto, Ares, Eileitiia y Hebe. Se dice, sin embargo, que Hefaisto o Vulcano, era sólo hijo de Hera pues como Zeus había tenido a Atena sin su concurso, ya que salió de su cabeza al recibir un hachazo, ella, despechada y por no ser menos, alumbró al herrero divino por su propia cuenta.
La leyenda presenta siempre a Hera poderosa, fuerte y respetada por los demás dioses como verdadera reina del Olimpo. Pero también como una mujer en toda la extensión de la palabra.
En efecto, como mujer se la ve en muchas ocasiones, orgullosa de su posición, insolente a causa de su rango, vanidosa de su belleza, embustera por conveniencia, coqueta y zalamera cuando quiere obtener algo, perjura por temor y celosa e implacable en todo momento.
Si bien es cierto que su esposo Zeus tuvo muchos devaneos extra-conyugales, Hera no dejo tampoco, por lo menos, de ser solicitada. Se cuenta que Eurimedón, rey de los Gigantes, violó a Hera, siendo niña, teniendo con ella a Prometeo.
Al parecer también intentaron violentarla otros gigantes como Efialtes y Porfirión, e incluso la pretendió un simple mortal llamado Ixión, hijo de Flehias, rey de los lápitas.
Otras leyendas atribuyen a Hera otro hijo, el monstruoso Tifón. Cuéntase que a causa de la derrota y prisión de sus hijos los Gigantes, la descontenta Gaia empleó contra Zeus su arma propia de mujer furiosa: la calumnia. Y precisamente se valió de la celosa Hera, tan dispuesta a creer lo que iba en contra de su augusto esposo y a inflamarse violentamente.
Así fue como, sumamente irritada, corrió a pedir a Cronos un medio de vengarse. Entonces Cronos, hijo de Gaia o Gea y Uranos, le dio dos huevos untados con su propia simiente: enterrados, debían dar origen a un demonio capaz de destronar a Zeus.
Este demonio fue Tifón, al que lo terribles rayos de Zeus lograron abatir.
En la antigua Roma, Juno era una de las más grandes diosas de la mitología romana, siendo más tarde asimilada a Hera.
No obstante, cabe advertir que la personalidad de Juno siguió siendo, en realidad, distinta de Hera, la diosa griega.
Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.
Apolo sigue a Zeus en orden de importancia en el Olimpo, y es uno de los dioses más complejos y brillantes del panteón griego.
Su origen es muy incierto. Unos dicen que fue hijo de Zeus y de Leto, otros de Vulcano, y no pocos aseguran que de Titán Coeo.
Al hallarse encinta su madre Leto o Latona, fue cruelmente perseguida por los celos implacables de Hera o Juno, de manera que no encontraba dónde guarecerse para dar a luz, pues en todas partes era temida la cólera de la gran diosa, esposa de Zeus.
Tan desesperada estaba la pobre Leto que, al fin, compadecido Neptuno o Poseidón de ella, hizo surgir del fondo del mar una isla flotante y estéril, a la que se llama Ortigia o Delos. Y allí, al pie del único árbol quo había en ella, una palmera, Leto tuvo dos mellizos, que fueron Artemisa o Diana, y luego y ayudada por ésta, a Apolo.
Sin embargo este parto fue muy laborioso, ya que durante nueve días y nueve noches Leto fue víctima de los crueles dolores del alumbramiento, sin conseguir dar a luz.
Todo ello fue debido a que la diosa Hera, siempre vengativa, retenía a su hija Eileitiia, la diosa de los partos. Pero habiendo decidido las apuradas y compadecidas diosas que rodeaban a Leto, especialmente Atena, ver de acabar a todo trance con sus dolores, enviaron al Olimpo a Iris, la mensajera celestial, con este encargo:
—Procura burlar como puedas la vigilancia de Hera, ponerte de acuerdo con Eileitiia y traértela contigo en seguida.
Y, en efecto, mediante el ofrecimiento de un collar de oro y ámbar de nueve codas de espesor, la diosa de los partos consintió en ir junto a la parturienta.
Apolo fue dios del Sol y de la Luz, por lo que también se llamó Febo. Apenas nacido, los cisnes de Lidia o Maionia dieron siete veces la vuelta a la isla celebrando y cantando el parto de Leto. El dios Zeus, por su parte, le entregó una mitra de otro, una lira y un carro tirado por blancos cisnes y le ordenó que fuese a Delfos.
A los tres días de nacer del seno de su madre, Apolo mató a Pitón, terrible serpiente que habitaba junto a Delfos, al pie de una fuente, y que era el terror de hombres y ganado.
Este monstruo perseguía a Leto por orden de Hera la que sabía, por habérselo predicho un oráculo, que Pitón moriría a manos de un hijo de Leto. En Delfos instaló luego Apolo un oráculo suyo, pero antes tuvo que luchar encanizadamente contra Herakles.
Apolo era muy hermoso, atractivo y viril. A pesar de ello no consiguió hacerse amar de Dafne, ninfa profética del Parnasos, hija e intérprete del oráculo de Gaia.
La casta y bella Dafne huyó al ser requerida amorosamente por Apolo. Pero al verse perseguida por el apuesto dios y al ir este a alcanzarla, lanzó un grito al tiempo que se encomendaba a su madre. Y entonces, en lugar de la desaparecida Dafne, brotó un verde laurel.
Más suerte tuvo Apolo con Coronis o Kirene, la ninfa tesalia que guardaba en el Pindo los rebaños de su padre Flegias, rey de los lápitas.
Cierto día la valerosa joven atacó, sin otras armas que sus manos, a un león, al que consiguió dominar. Al contemplar casualmente Apolo tal hazaña, se enamoró de ella. Y sin más, la cogió con fuerza para que no se le escapase como Dafne, la metió en su carro de oro y se la llevó, cruzando el mar, hasta Libia.
Coronis y Apolo tuvieron un hijo, llamado Asklepios o Esculapio, que fue tan gran médico, que mereció ser dios de la Medicina. No solo sanaba a los enfermos, sino que también resucitaba a los muertos, por lo cual Plutón, que era el dios del mundo subterráneo, se quejó a Zeus, diciéndole que ya nadie aparecía por allí. Entonces Zeus, para complacer a su hermano, mató a Esculapio con uno de sus rayos.
Apolo, lleno de ira y dolor por la muerte de su hijo, y no pudiendo vengarse de Júpiter, por ser dios y por ser su padre, mató a flechazos a todos los Ciclopes, formidables gigantes con un solo ojo en la frente, y que eran los herreros de la fragua de Vulcano.
Enojado Zeus con Apolo por haber matado a los Cíclopes, le desterró del Olimpo. A partir de este momento empieza una era muy difícil para el famoso y varonil dios del Sol, de las Artes y de la Poesía.
Empezó por guardar los ganados de Admeto, rey de Tesalia. Y aunque se preciaba de su belleza, ninguna ninfa quiso corresponder a su amor, como le pasó con Dafne. Por entonces también labró con Neptuno las murallas de Troya e inventó la lira. Pero habiendo preferido Pan, dios de los pastores, la flauta, que él había inventado, eligieron a Midas, rey de Frigia, juez de la contienda.
Incomprensiblemente el ridículo Midas se declaró en favor de Pan, e indignado Apolo por su mal gusto, hizo que le nacieran unas enormes orejas de burro.
Por último, Zeus se dio por satisfecho, le perdonó y Apolo se volvi6 a encargar de esparcir la luz, por lo cual se le representa, regularmente, como un hermoso joven coronado de laurel con la lira en la mano y conduciendo por el cielo el carro del Sol, tirado por cuatro hermosos caballos blancos y rodeado de las Horas, que eran hijas de Zeus y de Temis.
También con las Musas tuvo Apolo sus devaneos. Al principio solo hubo tres: Melete, que representa la Meditación o Reflexión, Mneme, la Memoria, y Aedé, el Canto o relación de los hechos. Más adelante fueron nueve, que representan las artes liberales y son: Caliopo, que preside la Poesía épica, Elocuencia y Retorica; Clío, la Historia; Erato, la Poesía Amorosa; Talía, la Comedia; Melpómene, la Tragedia; Terpsícore, el Baile; Euterpe la Música; Polimnia, la armonía, pantomima y elocuencia, y Urania, que preside a la Astronomía.
Las Musas habitaban, por lo regular, en la cumbre del Parnaso, que es la montaña de la Fócida.
Se dice que Apolo junto con Talía fue el padre de los Koribantes, y que con Ourania engendró a Linos y a Orfeo, músicos consumados ambos. La leyenda le atribuye al dios de la belleza gran número de hijos.
Pero Apolo no solamente gustaba de las mujeres, sino que, como buen griego, no desdeñaba tampoco a los bellos efebos. Jacinto y Kiparissos fueron los más célebres de sus amados.
Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.
La leyenda popular del nacimiento de Dionisos es muy interesante.
Semele era, según la tradición tebana, hija de Kadmos y de Harmonía. Amada por Zeus, tuvo de él a Dionisos o Baco.
Como los celos son capaces de todo, la diosa Hera, celosa una vez más, sugirió a la infeliz Semele una idea perversa y desdichada: que se empeñase en ver a su amado Zeus en toda su grandeza, en la plenitud de su gloria, tal como se mostraba en presencia de su esposa cuando le manifestaba su amor.
Y como quiera que Zeus, en un momento de pasión, le había prometido concederle cuanto le pidiese, no tuvo más remedio que mostrarse a la ninfa amante rodeado de su atmosfera de rayos y truenos.
Ni que decir tiene que la pobre Semele ardió viva, muriendo abrasada, pero el fruto quo llevaba en su seno fue salvado por Zeus, quien lo encerró en su propio muslo.
Transcurrido algún tiempo, Dionisos vino al mundo, saliendo del muslo de su padre, perfectamente vivo y formado.
Una vez en vida, fue confiado a Hermes, que posteriormente lo dejó en manos de Atamas, rey de Orchómenos, y de su segunda mujer, Ino, para que le criasen. Y les aconsejó que le vistiesen como si fuera una niña, para tratar de engañar a Hera y librarle así de su celosa cólera. Pero la diosa descubrió el ardid, y para vengarse de Ino y de Atamas los volvió locos.
Entonces Zeus llevó a su hijo Dionisos fuera de Grecia, al país llamado Nisa y alli se lo confió a las ninfas.
Además, para impedir que su mujer Hera le reconociese, le transformó en un cabritillo.
Las ninfas que le criaron se convirtieron posteriormente, como recompensa a sus esfuerzos, en las siete estrellas de la constelación Hiades.
Dionisos o Baco era el dios de la villa, del vino y del delirio místico o báquico, delicado eufemismo para expresar de una manera discreta los efectos de la embriaguez en la que incurrían sus adoradoras y sus sacerdotisas (menades o bacantes y tiiades) a fuerza de empinar el codo.
Pues bien, si creemos en una de sus leyendas, este dios, alegre y plural, encontró cierto día una delicada planta que le cayó en gracia. Era delicada y apenas había crecido, pues solo tenía unos pujantes brotes verdes. Allí no se adivinaban aun ni pámpanos ni racimos.
Dionisos, al ver que la planta era pequeña y frágil en aquel momento, no se le ocurrió para protegerla más que meterla en un hueso de pájaro. Y el débil tallo, abrigado y satisfecho, no tardó en crecer de tal modo quo el dios, viendo que el lecho que le había deparado era insuficiente, le metió en otro mayor, siendo esta vez otro hueso, pero de león.
Sin embargo, como Dionisos viese que su protegida seguía prosperando visiblemente, acabo por acondicionarla en un fémur de asno. Y allí fue donde la planta, ya adulta, dio fruto: la uva.
Entonces Dionisos, vivamente interesado por su inesperado hallazgo, no tardó en descubrir el modo de transformar aquellas uvas en vino. Lo asombroso era que aquel maravilloso licor nació con las cualidades de los seres a los que había correspondido criar la planta: alegría, fuerza y estupidez.
A partir de entonces todo el que bebe en exceso adquiere las dos primeras cualidades: disfruta, momentáneamente, de una alegría de pájaro y de una audacia y fuerza de león.
Y al que abusa constantemente, le aguardan inevitablemente la debilidad y el embrutecimiento. O sea, volverse una bestia, un asno de dos patas.
Narra otra leyenda que cierto día Dionisos fue raptado por unos piratas que navegaban a lo largo de la costa. El dios he hallaba descansando en un promontorio cuando fue apresado por los piratas y conducido al barco. Pero el piloto, reconociendo en el raptado a un dios, aconsejó a sus compañeros:
—Desembarcadle al punto si queréis evitar grandes males.
Pero los piratas se rieron de él, aunque no por mucho tiempo, pues Dionisos empezó inmediatamente a hacer de las suyas. Primero hizo correr por la cubierta de la nave olas de un vino exquisito que exhalaba un olor embriagador. A continuación vieron trepar por el mástil y enroscarse a la vela una viña que comenzó a invadirlo todo con sus ramas, junto a una hiedra fresca y pujante.
Los piratas, aterrados al contemplar tanto prodigio y comprendiendo al fin que el piloto tenia razón, le instaron a que hiciera regresar el barco a la costa.
Pero Baco se transformó en un león y creó incluso una osa, con la que sembró el espanto entre los piratas, que corrían aterrados a refugiarse junto al timonel. Entonces el león saltó sobre el jefe de los ladrones; los demás, al huir, enloquecidos, se tiraron de cabeza al mar, donde fueron transformados por el dios en delfines.
Dionisos salvó al piloto por haber reconocido su naturaleza divina.
En otra ocasión, Baco encontró en la isla de Naxos a la hermosa Ariadna, la hija de Ninos y Parsifae, abandonada allí por Teseo.
Ariadna se encontraba durmiendo en la playa, ignorando aún su desgracia, cuando fue vista por Baco, que, enamorado de ella al punto, al contemplar su magnífico cabello, la hizo su esposa y le ofreció como regalo de boda una hermosísima corona de oro, obra maestra do Vulcano o Hefaistos.
Baco obtuvo de su padre Zeus el don de la inmortalidad para Ariadna. Tuvieron un hijo, que se llamó Estófilo. Cuéntase que fue pastor, y habiendo notado que una de sus cabras llegaba al redil más tarde que las demás y siempre alegre y saltando, la siguió sin que lo notase, y la halló comiendo uvas, lo que le inspiró la idea de confeccionar el vino con el zumo de esa fruta.
Estófilo tuvo un hijo, llamado Anio, que fue rey de Delos y gran sacerdote de Apolo. Tuvo tres hijas, a las que Baco dio diversos dones. A la primera, llamada Ocno (“oinos”, vino), de transformar en vino cuanto tocase; a la segunda, Esper (“sperma”, simiente, grano), de trocarlos en trigo, y a la tercera, Elaia (“elaia”, olivo), de convertirlo en aceite.
Cuando Agamenón acudió al sitio de Troya, quiso obligar a las tres hermanas a que fuesen con él, considerando que llevándolas contigo no necesitaba de provisiones para el ejército. Estas, afligidas, acudieron a Baco, que para libertarlas las transformó en palomas.
Los romanos, al adoptar al Dionisos griego, modificaron su segundo nombre Bakchos (Bachus, en latín), y lo transformaron en “Bacchus” o Baco. Poco después, se introdujeron en Roma las «bacanales», pero pronto se hicieron tan escandalosas, que el Senado tuvo que prohibirlas el año 186 antes de J. C.
Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.
Este dios ha sido considerado como el soberano del Olimpo griego durante todo el período clásico, por lo que su leyenda es la primera que hay que analizar.
Según la leyenda, Zeus fue el sexto de los hijos que tuvieron Cronos, el titán, y su hermana Rea. Pero Cronos había sabido por el Cielo y la Tierra que sus hijos lo destruirían, y para intentar impedirlo los devoraba a medida que nacían.
Rea, desesperada, al sentirse madre por sexta vez, decidió salvar al que iba a nacer. Y aconsejada por Uranos y Gea, tras parir a Zeus de noche, substituyo al recién nacido a la mañana siguiente por una gran piedra y la ofreció a su marido envuelta en unos panales que Cronos, sin sospechar el engaño, se tragó inmediatamente.
Así fue como Zeus se salvó, educándose según los consejos de Gea. Las ninfas del monte donde había sido escondido el recién nacido le recibieron en sus brazos y le adormecieron en una cuna de oro. La ninfa Adrastea principalmente, vigilo y dirigió los primeros pasos del futuro dios.
Ni que decir tiene que todos los seres de la montaña velaban por Zeus y contribuían a su maravilloso desarrollo. Así, por ejemplo, las cabras le ofrecían su leche; las abejas destillaban para él su miel más dulce; y los Kouretes, en fin, ejecutaban en torno de su áurea cuna la danza pírrica, entrechocando escudos y lanzas para impedir, mediante el estrepito que hacían, que el llanto o los gritos del niño-dios llegasen hasta su padre Crono.
Tan pronto como Zeus fue adulto, pensó inmediatamente en destronar a su padre, para lo que pidió consejo a Metis, hija de Okeanos y de Tethis, que luego fue la primera amante o mujer de Zeus. Metis, que encarnaba la Prudencia, le dio una droga por obra de la cual Cronos vomito todos los hijos que había tragado.
Entonces, con ayuda de sus hermanos, de los Hekatogcheires y de los Cíclopes, y tras una lucha que duro diez años, Zeus consiguió vencer a Cronos y a los demás Titanes, sus auxiliares, a los que encerró en el profundo de Tártaros.
Para poder combatir mejor, los Cíclopes dieron a Zeus el rayo, a Hades un casco que hacia invisible a quien lo llevaba y a Poseidón un tridente cuyo choque trastornaba mar y tierra.
Después de vencidos y encadenados los Titanes, aun tuvieron los dioses olímpicos que luchar con los Gigantes. Aunque de origen divino, éstos eran mortales, o al menos podían ser muertos a condición de serlo a la vez por un dios y un mortal. Existía, sin embargo, una hierba mágica que podía sustraerlos a los golpes fatales; pero Zeus la cogió, haciendo que ni el Sol, ni la Luna, ni la Aurora brillasen hasta que la encontró.
Tras vencer a los Gigantes, seres enormes, de una fuerza invencible y de un aspecto espantoso, Zeus aun tuvo que luchar con Tifón, le peor de sus poderosos enemigos. Este ser monstruoso sobrepuja en talla y fuerza a todos los demás hijos gigantescos de la Tierra. Más grande que las montañas, su cabeza chocaba a veces con las estrellas. Cuando extendía los brazos, una mano alcanzaba el Oriente y la otra el Occidente. Por dedos tenia cien cabezas de dragones, y de cintura para abajo estaba rodeado de víboras. Su cuerpo era alado y sus ojos despedían llamas.
A pesar de ello, todos los enemigos fueron dominados y entonces empezó el verdadero triunfo de Zeus, su dominio indiscutible sobre cuanto había sido creado, su intervención en los asuntos de la Tierra y, finalmente, sus múltiples uniones y aventuras amorosas, tanto con diosas como con criaturas mortales.
Una vez obtenida la victoria total, vino el reparto del universo, que se hizo a suertes. A Zeus, por ser el favorecido, le correspondió el cielo y la preeminencia sobre todo lo existente; a Poseidón, el mar, y a Hades, el mundo subterráneo.
Tal reparto, en realidad, fue una simple formula de compromisos, pues Zeus era en tal modo superior a sus dos hermanos, que había más potestad que la suya.
Refiera la leyenda que los primeros siglos de la existencia de Zeus fueron una sucesión de aventuras amorosas. En primer lugar se unió a Metis, dando origen a Atenea. Luego amó a Temis, que le dio aún más numerosa descendencia.
Temis personificaba la ley y era la madre de Horas y de las Estaciones, de Eunomia (el orden), Diké (la justicia), Eirené (la paz) y las Moiras o Parcas, a quienes Zeus había encargado distribuir entre los hombres, durante su vida, los bienes y los males.
Después Zeus llevó su ardor amoroso hacia Mnemosine, personificación de la Memoria. El caprichoso dios se unió a ella en Pieria, comarca de Macedonia, situada cerca del Olimpos, durante nueve noches, consecutivas, haciéndola madre de las nueves musas.
Con Eurineme, hija de Okeanos y Tethis, Zeus tuvo las tres graciosas Charites. Y de los amores con Leto nacieron Apolo, los rayos del Sol, y Artemisa, los de la Luna.
De las aventuras con otra diosa, Demeter, hermana suya, nació Perséfone, aunque hay quien afirma que ésta era hija de Zeus, pero no de Demeter, sino de Stix, la ninfa del rio infernal del mismo nombre.
Afrodita, la diosa del amor, es también, según la leyenda, hija de Zeus y de Dione. Cuenta una tradición que Dione era hija de Uranos y de Gea. Pero otra afirma que era una de la Oceanidas, y por consiguiente, hija de Okeanos y de Tethis.
Con Hera, su esposa legitima y hermana, tuvo Zeus a Ares, el dios de la guerra, a Hebe (personificación de la juventud), que hasta el rapto de Ganimedes era la que servía el néctar de los dioses, y que con Musas y Horas bailaba el son de la lira de Apolo, y a Eileitua, genio femenino que precedía los partos.
Por si esto fuera poco, Zeus tuvo también incontables amores con simples mortales. No es de extrañar, pues, que Hera, a quien sedujo antes de desposarse, fuera celosa y con razón, ya que su mujeriego marido persiguió durante diecisiete generaciones a las mujeres de los mortales y entre ellas a su madre y sus hijas, utilizando para ello todos los recursos meteorológicos.
Efectivamente, a Semele la convirtió en cenizas; para Danae se transformó en lluvia de oro. Y a menudo el poderoso y prolífico dios, para poder satisfacer su pasión amorosa, tuvo que revestir las formas más peregrinas, tales como las de toro, cisne, palomo, águila, hormiga, moneda de oro, etc.
Pero a Zeus todo le estaba permitido, puesto que era padre todopoderoso, rey de reyes, jefe de todos los seres y supremo conductor de todas las cosas, que con incomparable majestad ocupaba su trono en el cielo donde las Charites “adoraban su forma eterna”.
Según Homero, Zeus era el más grande, el más poderoso, el más fuerte, el mejor y más majestuoso y glorioso de los dioses, y el que reinaba no solamente sobre los hombres, sino también sobre los inmortales.
Júpiter, divinidad romana asimilaba a Zeus, fue el dios principal de la mitología latina en la época clásica.
Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.