El relato de “La Saurina del Zacatón” o mejor conocida como la niña vidente del triunfo, es una leyenda ampliamente conocida por todo el estado de Baja California Sur, la primera vez que se le dio forma escrita a todos estos testimonios fue en 1979 por el reconocido escritor Carlos Domínguez Tapia, con el cual gano el primer lugar en los juegos florales celebrados en Mulege el mismo año.
Primero empezaremos a definir que es una saurina, en el ámbito esotérico, Persona que lloró en el vientre de su madre. Saurino: Persona que tiene un don energético de sanación, Es una palabra que proviene de la palabra árabe Zuharí que significa adivino y persona que puede manipular la energía. En principio eran personas que podían detectar donde había reservorios de agua, mediante el uso de una varita de madera en forma de y invertida. Saurino es aquella persona que ve el presente pasado o futuro en cualquiera de las circunstancias, puede tomar cualquier objeto seña o gesto como mapa para saber con exactitud, que decir, donde tocar. Tienen don de ver, oir, tocar, saber, curar, en el norte de nuestra república mexicana se escucha todavía esta palabra… ellos la entienden como…. ADIVINO…o… clarividente.
La pequeña Irenea había nacido 2 meses antes de lo previsto, hija de un licenciado en armas y una mujer de avanzada edad, lo cual había sido causa para muchos comentarios negativos de la comunidad hacia ellos.
Incluso los comentarios negativos se dieron durante la misma boda en la iglesia del triunfo, donde se escuchaban los murmullos “Se casó con ella solo por su dinero y animales”, “Solo agarre confianza, le quitara el dinero y se ira”, entre muchos otros.
En cuestión de edades la diferencia era muy grande mientras Gregorio era un joven de unos 20 años, y doña ramona era una señora muy grande ya con hijos mayores, y tenía varios años que había perdido a su segundo esposo en batallas revolucionarias.
La señora Ramona dio a luz una niña muy blanca de ojos verdes y cabello rubio, lo cual altero mucho a la comadrona o partera ya que eran características físicas muy diferentes a sus padres.
Irenea era una niña muy avanzada e inteligente, a la edad de un año actuaba como si tuviera 5, los ojos verdes y cabellos rubios que tenía la blanca niña contrastaban mucho con el color de piel de sus padres y hermanos, ya que ellos eran de cabello negro y piel morena.
La superstición no se hizo esperar, incluso al médico de la localidad le daba curiosidad tal caso, y debido a la falta de información de la época, los habitantes del pueblo llegaron a pensar que hasta podría ser hija del mismo demonio.
En el mismo templo de la localidad del triunfo se dio el primer indicio de las habilidades de clarividencia de la pequeña niña, cuando un 12 de diciembre, cuando se celebraban las festividades del patrono de la localidad, Irenea toma de sus faldas a su madre y llena de terror le dice que todo se va a caer, gracias a esa advertencia doña ramona alcanza salir junto con su familia, pero desgraciadamente más de veinte personas murieron aplastadas por la caída de parte del techo de la iglesia.
Al ser Irenea y su familia los únicos salir con bien de esa desgracia, aumento el temor por la condición de la niña. Al día siguiente en el cementerio durante el entierro de las víctimas, al señora ramona con gusto revelo que ella y su familia se habían salvado por un milagro de la virgen, pero la muchedumbre furiosa y temerosa comenzó a culpar a la niña extraña del suceso, y afirmando que era el mismísimo diablo.
Tuvieron que huir ante los insultos y agresiones de la gente, y al ver el peligro la familia decidió llevar a la pequeña Irena con su abuela al rancho Arroyo Hondo donde estaría más segura.
A pesar que en pueblo el sacerdote llamo a la cordura y evitar especulaciones respecto a la desgracia, asegurando que él mismo había advertido del peligro del techo hace tiempo, y que fue una coincidencia que la niña se encontrara en el lugar del accidente ese día, el pueblo no dejaba de acusar a Irenea, y planearon ir al rancho el Zacatón donde asesinaron y quemaron a los padres y hermanastras de la niña, solo logrando sobrevivir dos hermanos que habían huido. La turba al quemar todo el rancho dio por hecho que la niña estaba dentro durmiendo, y las autoridades no pudieron culpar a nadie de tan horrible masacre.
Pasaron unos meses, y la población pareció olvidar todo lo sucedido, una mañana de abril, los hermanos de Irenea llevaron a la niña al Triunfo a comprarle ropa ( ellos ignoraban que la masacre había sido a causa de la linda niña) , frente al templo la niña soltó la mano de sus hermanos y corrió al templo, donde encontró al sacerdote, quien la reconoció pero no sintió temor, entonces Irenea le dijo: “Hace ocho años (en ese momento la niña solo tenía cuatro) unos soldados enterraron ahí cuatro tibores llenos de dinero, barritas de oro y mucha joyas que recogieron de las familias más ricas del pueblo, ¿Por qué no excava para que con eso arregle el techo de la iglesia?. Diciendo eso y señalando el lugar la niña fue llamada por sus hermanos y abandono el pueblo.
Siguiendo su instinto el sacerdote con ayuda de más personas busco tal tesoro, el cual encontró, tal suceso se dio a conocer rápido, incluso por los periódicos de la época.
El 12 de diciembre a un año de la tragedia, se celebró una misa donde el sacerdote emocionado dijo: “Hijos míos hace un año culparon a una inocente niña del desplome del templo y manos criminales acudieron al rancho a incendiar a sus familiares con la seguridad de que la pequeña moriría con ellos, la creyeron una encarnación de Satanás y la difamaron. Hace algunos meses la pequeña niña estuvo aquí y fue la que me señalo el lugar del tesoro del cual todos ustedes conocen fue extraído del subsuelo de este templo. Una niña demonio, hijos míos no entra a la casa de Dios ni descubre tesoros para ponerlos en manos de la iglesia. La he traído desde el Arroyo Hondo donde vive con sus abuelitos, para que juntos recemos por las infamias pasadas, por la sangre derramada injustamente, por sus padres y hermanos, y por los que murieron hace un año en esa terrible desgracia.
La vida de Irenea transcurrió con normalidad hasta que el mes de septiembre fue cuando la niña se volvió a hacer notar, cuando al ver como el suero de la leche para elaboración de queso de su abuela se tiraba y arrastraba unas hormigas le hizo una terrible advertencia: “Me quede viendo las hormigas que se ahogaban, y siento que dentro de algunos días va a correr tanta agua en San Antonio y el Triunfo, que mucha gente va a morir.
La abuela tomo a la pequeña y en su mula fue advertir al sacerdote del pueblo, a pesar de que el cielo se mostraba despejado y tranquilo.
Como está registrado históricamente el 17 comenzó a soplar el fuerte viento, y para la mañana del 18 volaban techos de las casas, caían árboles y una terrible lluvia, la cual no solo afecto al triunfo y san Antonio, sino arraso totalmente Cabo San Lucas y produjo graves consecuencias en La Paz.
Tiempo después la abuela visito al doctor en compañía de su nieta, al terminar la consulta la señora prometió volver al día siguiente para continuar el tratamiento, pero la niña dijo delante del médico “No vas a poder volver nunca”. La abuela no dio importancia al hecho, y le dio las gracias al doctor y volvió al Arroyo Hondo, donde la señora se puso muy mala por la noche y falleció.
Pasaron varios meses, y un ranchero en estado de ebriedad volvía a la comunidad del Salto, la norte del arroyo Hondo, quien dice que de un enorme árbol le salto a la cara un enorme gato montés al cual dio muerte con su machete para posteriormente huir.
A la mañana siguiente al no encontrar en su cama a la niña salieron a buscarla, y la encontraron totalmente descuartizada, junto a un charco de sangre y un machete de cacha negra.
La pequeña fue enterrada y se levantó una capilla, la cual a pesar de tener más de 100 años está bien cuidada, mucha gente asegura que todavía se puede ver el fantasma de la niña jugando por esos lugares.
Los ranchos del Zacatón y Arroyo Hondo ya no existen, y los pueblos del triunfo y san Antonio se han visto disminuidos por la salida de sus habitantes en busca de mejores oportunidades a La Paz o los Cabos.
Pero aun así siendo un pueblo característico de nuestro estado, recibe visitantes para disfrutar de algunas historias, y comida tradicional.
La leyenda de la Saurina del Zacatón o la Niña vidente del triunfo, sin duda es parte muy importante del folklor y cultura de Baja California Sur, con esa mezcla mágica de eventos reales y algunos increíbles que recorren la voz de los habitantes a veces tocando la fantasía.
Esta versión de la muchas veces contada leyenda fue consultada en la publicación llamada “Nosotras” numero 13 noviembre de 1979, resguardada en el Archivo Histórico Pablo L. Martinez.
Compartida por: Gilberto Manuel Ortega Aviles
Una de esas leyendas del México antiguo que bastante tiene de horripilante: El origen de la Luna. Se refiere “al primer crimen, a la primera sangre del hombre bueno derramada sobre la tierra”, y un prosista mexicano, contemporáneo nuestro, Francisco A. Loayaza, comienza a relatar así: “Es el caer de la tarde, en los primitivos tiempos de los que, a duras penas, recuerda la memoria de los hombres.
En un sitio descampado del bosque, lejos de las chozas del poblado, los hermanos de Baipira le degüellan a machetazos, siendo el más pacífico y el más bueno de la tribu kachinawa.
Su cuerpo cae de espaladas. La cabeza desprendida rueda por el suelo, enrojeciéndolo con pequeños charcos de sangre. Y mira, fijamente, con los ojos desorbitados, a los fratricidas. Y llora. Y el viento le agita los cabellos, que le enjugan las postreras lágrimas.
En el rostro lívido de la cabeza degollada, las líneas simbólicas del tatuaje bicolor se animan y ondulan como ofidios, o se contraen, semejando garras moribundas.
Y tiemblan de pavor y de asombro los asesinos.
La cabeza degollada sonríe, entonces una sonrisa negra. Esa sonrisa temible de las tribus amazónicas, que acostumbran a teñirse los dientes con negros barnices.
Los matadores, rompiendo las malezas, cavan apresuradamente un hoyo. Arrojan adentro primeramente el cuerpo y después la cabeza de Baipira. Y echan encima tierra, mucha tierra, y troncos de árboles. Y luego tornan a sus cabañas, siguiendo la ruta del Sol que ya declina.
Pero…al volver la cara atrás, ven que brota de su entierro la cabeza de Baipira, y que, rodando de un lado para otro, sigue tras ellos.
Y se internan en el bosque. Y se arrojan al río nadando presurosos. Y al llegar a la otra orilla ven, aterrorizados, que allí también está la cabeza perseguidora con su sonrisa negra”.
Para abreviar me limitaré a decir ahora que cuando los asesinos, huyendo siempre aterrorizados de aquella cabeza que anda y habla, se refugian en las chozas de su tribu, reclamando a gritos el auxilio de todos sus habitantes, la cabeza parlante les dice: “¡Oh, kachinawas! Me han muerto injustamente. Me han degollado, envidiosos y cobardes. Y por eso he adquirido el poder de transformarme según mi voluntad. ¿Y en qué te transformaras? – irrumpe el más viejo y tatuado de la tribu.
Y responde la cabeza: “Si me transformo en pez, me pescarían para alimentarse; si en agua, me beberían para calmar la sed; si en el Sol, me aprovecharían para calentarse en las estaciones frías. Pero no será así. ¡Los fratricidas no merecen beneficios, sino terribles castigos!
¡Voy a transformarme en Luna…! ¡Ay de los kachinawas fratricidas! Por sus culpas las serpientes se multiplicarán; los ríos saldrán de cauce, y arrasarán las sementeras; las maderas de las canoas se pudrirán; las semillas en los sembríos no germinarán. Y vendrá una plaga más fuerte y más terrible. La plaga de unos hombres blancos. ¡Ellos robarán vuestros hijos, violarán vuestras mujeres y os matarán sin misericordia!
Y diciendo esto, grita suplicante – Denme un rollo de hilo -. Y lo que ha pedido le alcanza una anciana. Luego la cabeza lanza un silbido. Y se oye como si una flecha emplumada atravesase el espacio. Aparece, batiendo las alas, el urubú, el ave divina. Y toma con el pico un extremo del hilo, del rollo que trajo la anciana, y vuela hacia el cielo desenrollándolo.
Después la cabeza de Baipira toma el otro extremo con los dientes y lo engulle poco a poco. La delgada cuerda sale por entre el cuello cercenado que aun gotea sangre.
Y así, entre el asombro de la tribu, la cabeza de Baipira va alzándose lentamente, engullendo la cuerda, rumbo hacia las nubes. Y más arriba, muy arriba, se transforma en la Luna. Sus ojos se desprenden y se convierten en dos estrellas. Y las gotas de sangre de su cuello se extienden y se esfuman en la inmensidad de los cielos hasta formar un arco iris”.
Perés, Ramón. (1973). La Leyenda y el Cuento Populares. Barcelona: Editorial Ramon Sopena, S.A
Leyenda sudcaliforniana
Hace muchos cientos de años, antes de que las naves españolas surcaran la quietud de la bahía de La Paz, vino al mundo una princesa llamada Huamai, hija de la reina Mayibel y del chamán guaycura. Desde su niñez, Huamai corría alborozada por los cerros que circundan el valle de La Paz. Se divertía cortando flores de pitahayas a la vera de los bosques. A la muerte de la reina Mayibel, la bella Huamai fue proclamada reina guaycura. Aun cuando contó con el enorme vasallaje de su tribu, fue odiada por los grupos rivales. La joven reina hubo de enfrentar sus ejércitos contra los aripas, comandados éstos por el gran caudillo Atupa, quien soñaba con reinar en la región.
Después de varios intentos fallidos, Atupa se declaró vencido y se refugió con sus tropas en la isla Espíritu Santo. Desde ahí planeó cómo conquistar el corazón de la reina Huamai. Decidido a lograrlo, en varias ocasiones envió emisarios portando cestos de ricas pedrerías y valiosos amuletos. Ella rechazó los regalos. Herido por el desprecio, Atupa juró vengarse, por lo que asentó su campamento sobre la costa, de donde salió una noche en que la reina contemplaba el paso de la luna desde lo alto del cerro, con la intención de ultrajarla por la fuerza y consumar así su venganza, al mismo tiempo que satisfacía sus deseos amorosos. Huamai, al ser acorralada y hecha prisionera por los soldados de Atupa, prefirió sacrificarse antes que entregarse al enamorado caudillo.
La reina sacó de sus vestimentas reales un pedernal de piedra roja que clavó en su corazón. Luego se lanzó al vacío. Una planta de pitahaya, a la que Huamai solía acudir en busca de bellas flores, alargó sus brazos y la atrapó evitando que cayera al precipicio. Así fue que ella quedó para siempre suspendida a la mitad del cerro, viendo hacia el paso majestuoso de la luna. Los vasallos guaycuras, al reconocer el valor desmedido de su reina, acudieron en romería a depositar toda suerte de 24 ofrendas en el lugar donde se dibujó la calavera de la heroína. A su llegada, los españoles encontraron en las cuevas del cerro de La Calavera un enorme número de restos de los cestos de palma que habían contenido las ricas pedrerías que los guaycuras ofrendaron a su reina, y que ahora estaban regadas por doquier.
Relatos posteriores a la venida de Cortés aseguran la existencia de un buen número de tesoros que los españoles, en su precipitada huida, enterraron con el fin de recuperarlos después. Aún son buscados dichos tesoros por aventureros que dan por cierto los fantásticos relatos. Quien transite desde La Paz hacia las playas que están al sureste de la ciudad verá la figura estática de la calavera de Huamai, que observa el paso de la luna mientras amorosa protege la existencia de los habitantes de la ciudad de La Paz.-
Bibliografía:
Reyes Silva, Leonardo. (2011). Mitos y Leyendas.
La Paz, Baja California Sur, México.
Enviada por: Sergio Avila
Los dioses que viven sobre las nubes tienen muchas cosas que hacer. Se ocupan de mandar lluvia a la tierra cuando concierne, para que crezcan las cosechas, administran los vientos y, cuando hacen algún descubrimiento, se lo enseñan a los hombres. Los dioses han enseñado al pueblo mexicano a tejer sus trajes, a construir carreteras y otras muchas cosas más.
Cuando no tienen nada que hacer, los dioses juegan a la pelota sobre las nubes, o se tumban para fumar su pipa.
Hace muchos años, un dios de los más jóvenes se aburrió de hacer lo de costumbre. Andaba triste y meditabundo. Al preguntarle uno de los dioses por, que estaba tan aburrido, contestó que era porque deseaba tener un hijito.
Un buen día bajo a la tierra y empezó a vagar por ella. Nadie sabía que era un dios, porque su aspecto era el corriente de un hombre vulgar. En sus correrías llego a un arroyo, y allí conoció a una muchacha muy bella que iba a llenar su cántaro de agua. Pronto se enamoraron uno de otro y tuvieron un hijo. El dios se sintió muy feliz con su pequeño, y su querida esposa; pero tuvo que abandonarlos porque tenía mucho que hacer en el cielo: debía ayudar a regular las lluvias y vientos, pues si no, se hubieran secado las cosechas y su familia hubiera muerto de hambre.
Se despidió con mucho cariño de ellos y desapareció inmediatamente. La joven vio que en el lugar donde se habían despedido, sobre el suelo, había una hermosísima piedra verde. Cogiéndola, la agujereó y se la colgó al niño del cuello,
Entonces, al hallarse sola, decidió volver a casa de sus padres. Estos la recibieron muy mal. Querían matar al niño, pues decían que un niño sin padre debe morir. Entonces la muchacha huyó de su casa; vago por el campo, y al anochecer decidió dejar al niño sobre una frondosa planta y volvió a su casa llorando.
Al día siguiente corrió a ver a su pequeño y lo encontró rodeado de carnosas hojas que la planta había curvado sobre él para que no le molestase el sol. Dormía profundamente y goteaba sobre su boquita un líquido lechoso, dulce y caliente, que manaba de las hojas.
La madre pasó el día con él muy feliz; pero al anochecer hubo de dejarlo de nuevo en el campo, pues sus padres deseaban perderlo. Aquella noche lo dejo sobre un hormiguero.
A la mañana siguiente lo encontró cubierto de pétalos de rosa, sonriente y tranquilo. Unas hormigas le llevaban los pétalos, mientras otras traían miel, que depositaban cuidadosamente en los labios del niño. La doncella tenía mucho miedo de que sus padres descubrieran el paradero del niño, y por esto decidió meterlo en una cajita y echarlo al río.
Así lo hizo, y pronto desapareció la caja, empujada por la corriente. Junto a la orilla del río vivían unos pescadores que deseaban tener un hijo. Cuando el pescador encontró la caja en el río y vio que tenía dentro un precioso niño, se lo llevó a su mujer. Ésta, loca de alegría, le hizo zapatos y trajes para abrigarlo.
-¿Cómo le llamaremos? -preguntó la mujer.
Tiene una piedra verde colgada de su cuello; como esta piedra solo se encuentra en las montañas, le llamaremos Tepozton (el Niño de la Montana) -dijo el pescador.
El niño crecío y fue muy feliz con sus padres adoptivos. Cuando tuvo siete años el pescador hizo un arco y unas flechas para que se entretuviera cazando.
Todos los días venía a casa cargado de animales. Unas veces eran codornices; otras, ardillas. Pero siempre traía algo para la cena.
-¿Qué haces todos los días por el bosque? -le pregunto la mujer del pescador.
Tengo muchas cosas que hacer -le contestaba el muchacho.
Pero ella sospechaba que el chico debía tener algún poder mágico y que no era un niño corriente. Tenía una puntería tan certera, que no le fallaba ninguna flecha que disparaba y esto era extraño en los niños de su edad. Cuando se le hablo del gigante devorador, nunca demostró miedo. En México existía un monstruo que todas las primaveras devoraba una vida humana. Cada año escogía una ciudad y en ella se echaba a suerte. El pueblo había hecho un trato con el gigante si se le daba todos los años una vida humana, y el no mataría a nadie en mil leguas a la redonda.
Cuando Tepozton tenía nueve años, le toco al pescador alimentar al gigante, y decidió ser el mismo la víctima. Se despidió de su mujer e hijo y se entregó a los soldados para que le llevasen al palacio del dragón.
Tepozton suplicó al pescador que le dejara ir en su lugar. A él no, le ocurriría nada y quizá conseguiría dar muerte al dragón. Al fin, el pescador consintió.
Tepozton hizo fuego en un rincón del patio y dijo a los pescadores:
-Vigilad el fuego. Si el humo es blanco, estaré sin peligro; si se vuelve gris, me hallare a punto de morir, y si sale negro, habré muerto.
Besó a sus padres adoptivos y se fue con los soldados. Mientras caminaban, Tepozton recogía piedrecillas de cristal y las iba poniendo en sus bolsillos. Estas piedras salían del volcán; eran negruzcas y tenían un brillo extraño. Las gentes solían hacer con ellas collares y pulseras.
Tepozton llenó de estas piedras todos sus bolsillos. Luego que llegaron al palacio del gigante, presentaron al niño. El monstruo se encolerizó porque le pareció un insignificante bocado. Como tenía mucha hambre, preparó una olla con agua hirviendo para guisarlo en seguida, y cogiendo a Tepozton por un brazo, lo metió en ella para que se cociera. Mientras tanto, se dispuso a poner la mesa.
Cuando lo hubo preparado todo, levantó la tapa de la olla para ver como iba su cena, y cual sería su asombro al ver que había, en vez de un niño, un gran tigre. Este abrió la boca y dio tal rugido, que el gigante, horrorizado, se apresuró a poner la tapadera de nuevo. Decidió esperar un poco más.
Como estaba muy hambriento, cuidadosamente volvió a levantar la tapadera de la olla; pero en seguida la volvió a cerrar, porque esta vez encontró, en vez de un tigre, una serpiente.
Como el hambre le acuciaba, decidió comerse la serpiente; pero al levantar la tapadera se encontró con que esta había desaparecido y en su lugar estaba el muchacho, completamente crudo y riéndose de él. Furioso, lo agarró por los pantalones y se lo metió en la boca. Entonces el humo del fuego de la casa de los pescadores se volvió gris oscuro. Estos, aterrorizados, se echaron a llorar.
Pero Tepozton se escurrió hacia la garganta del dragón antes de ser masticado. Una vez en ella, se dejó caer a su enorme estómago. Cuando hubo llegado a aquella gran caverna, sacó las piedras cristalinas de su bolsillo y comenzó a perforarla, logrando abrir un gran agujero en el estómago del gigante.
Mientras tanto, éste, destrozado por aquel extraordinario dolor, mandó llamar a un médico.
-¡Este muchacho me ha envenenado! -gritaba, martirizado por aquellos dolores.
Tepozton cortaba y cortaba, y el agujero era tan grande, que ya empezaba a filtrarse la luz del exterior. Logro hacer tan grande la cavidad, que el dragón murió. Entonces el saltó alegremente fuera por el agujero que había hecho.
El humo del fuego de la casa de los pescadores se volvió completamente blanco, el pescador y su esposa lloraron de alegría.
Después de esto, el pueblo agradecido por la muerte del gigante, a Tepozton lo nombró rey.
Vivió en el palacio del coloso y enseñó a su pueblo muchas cosas útiles. Cuando tenla tiempo, jugaba a la pelota con su padre, el más joven de los dioses, sobre las nubes. Otras veces marchaba por su reino, como un hombre cualquiera, para ayudar a las gentes.
Algunos dicen que ahora vive con su padre en el cielo; sin embargo, otros aseguran que sigue en la tierra ayudando a los hombres, pero que no se le reconoce, porque parece un hombre vulgar y corriente.
Mitos y Leyendas de México. México: Grupo Editorial Barco, S.A. de C.V.
Tlazolteotl era la diosa mexicana del amor, de la hermosura y de los placeres; su inmenso poder se extendía sobre todos los hombres, a los que podía incitar al pecado de la lujuria, aunque también tenía la facultad de perdonarlos mediante la confesión de ellos con sus sacerdotes.
Habitaba en unos maravillosos vergeles de espesas frondas y arrulladoras fuentes que, cubrían de verdor extensas praderas tapizadas de variadas y extrañas flores de mil colores y deliciosos aromas, que embriagaban todos los sentidos e inspiraban en los humanos devastadoras pasiones con su perfume. Estaba emplazado este misterioso jardín por encima de las nubes y de los vientos, en la región del noveno cielo. La entrada a este paraíso estaba terminantemente prohibida a todo varón, fuese dios u hombre, que no podía hollar con su planta la celestial mansión de la diosa. Ella se entretenía allí en recoger flores peregrinas, haciendo llegar su aroma hasta los hombres, o con sus pétalos y mariposas de oro tejer las más sutiles telas con que adornar su espléndida belleza. Estaba rodeada de seres que le servían y que, ligeros como el viento, iban a llevar sus mensajes a los hombres, encendiendo sus amorosas pasiones con la fragancia de sus flores.
En la tierra, haciendo vida de anacoreta, con una austeridad absoluta y rígida penitencia, existía un hombre llamado Lappan, que, separándose de su mujer y sus hijos, y huyendo de las pisadas humanas, vivía en la más completa soledad, mortificando su vida humana para conseguir la divina.
Muchas veces su mortal enemigo, llamado Laotl, había intentado desviarle de aquella senda del bien y hacerle pecar; pero todos sus esfuerzos resultaban vanos, porque se estrellaba con el temple admirable del ermitaño, que resistía, sin vacilar, todos los embates.
Enterada de ello la pérfida Tlazolteotl, decidió conquistarle, y, saboreando su triunfo, se presentó un día al virtuoso Lappan con la más extraordinaria hermosura que habían contemplado sus deslumbrados ojos. Le hizo creer que era enviada de los dioses para animarle a continuar su heroica vida de sacrificios, que había sido acogida favorablemente por la divinidad. Lappan nada sospecho, y ella le pidió que le tendiera la mano para llegar hasta donde él estaba, en lo alto de una roca. El hombre accedió; pero al sentir su tenue contacto, zozobró toda su virtud y un frenético anhelo de poseerla se apodero de él que no le abandonó un solo instante hasta haberla conseguido, cayendo por tierra todos los años de piedad.
El fuerte y enérgico Lappan, vencido ahora y derrotado por el pecado, fácilmente fue sojuzgado por su implacable enemigo Laotl, que, cayendo con saña sobre su víctima, le martirizó y terminó por estrangularle.
Los dioses, que presenciaban esta lucha, se compadecieron del infortunio de Lappan, y en atención a sus años de virtud, le devolvieron la vida, pero dejándole transformado para siempre en un escorpión.
Quisieron castigar al perverso Laotl y le convirtieron en langosta, en cuya forma siguió ejerciendo la maldad.
Mitos y Leyendas de México. México: Grupo Editorial Barco, S.A. de C.V.
Aguilar era un hombre extraordinario. Acometió las más difíciles empresas con éxito invariable. Todo Chumax pudo admirarle mil veces en las fiestas populares, en que se domeñaban toros y potros salvajes; una simple palmada bastábale para arnansar al más fiero ejemplar. No es, por lo tanto, de extrañar el que en toda la región se le tuviera por brujo; había no poco misterio en la vida de aquel hombre fuerte, bueno, cordial, sí, pero extraño. Y he aquí como tales sospechas no eran infundadas.
Desde muy joven, Aguilar tuvo que trabajar para vivir. Su oficio no era muy envidiable: pastor de ganado. La verdad es que, a pesar de su afanoso interés, no demostraba excesivas aptitudes, lo que le valió más de una y más de dos palizas del capataz. El pobre muchacho sofocaba su rabia y volvía a la tarea: luchaba con las indisciplinadas reses o «discutía» con un burro viejo, no muy diligente, que le ayudaba a sacar el agua de la noria para llenar los bebederos.
Y así «se le pasaban las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio» sumido en mil tristes meditaciones y azares. Una noche oyó una voz que le decía » ¿Xibechan? (¿Eres hombre?). Lucha, pues, con tu destino; si quiere triunfar, dirígete por esta senda que está a tu derecha».
Impulsado por una fuerza interior, Aguilar obedeció. Al poco tiempo dio vista a una hermosa finca que jamás hasta entonces había existido en aquel lugar. Se dirigió hacia las puertas del corral, que se abrieron misteriosamente ante él; penetró y contemplo con ojos maravillados la limpieza y el orden que allí reinaban; los bebederos, llenos de agua, esperaban al sediento ganado. Se encaramó al andén de la noria y allí se sentó con los pies colgando; sobre él se cernía, estremecida por un fuerte viento, la noche oscura; lo que los indios llaman el kab horn.
Hasta él llegó el rumor inconfundible de un rebaño que descendía confusamente del monte. Entre bramidos, que diríanse casi rugidos, entraron hasta treinta negros toros de amenazadora estampa, que se dirigieron hacia los bebederos. Bramó un enorme toro con tal fuerza, que todos callaron y se apartaron. Se adelantó, majestuoso, y avanzó hacia el bebedero. Durante largo rato bebió, y después de él bebieron los demás que al momento salieron. El quedo en medio del corral, majestuoso y terrible. Aguilar, desde su puesto de observación, contemplaba la extraña escena. El toro escarbo con furia la tierra y con sus cuernos trazó dos profundos surcos. Luego alzó su testuz retadoramente y bramó con espantable furor. Y Aguilar oyó de nuevo una voz que le invitaba: «Ea, Aguilar, ahora probarás si eres hombre». Y un brazo, cubierto de espeso vello, le tendió una saca. Con extraña serenidad, el desafortunado pastor se colocó frente a la fiera. Se inició un torneo de difícil y peligroso arte. Seis veces embistió furiosamente el toro, seis veces esquivo Aguilar el asalto con airosa valentía. Otra vez se dejó oír la voz: «Tu valor está probado». Y en su mano apareció un cigarro de holoch, mientras el toro saltaba sobre el muro del corral, sin rozarlo. Nuevamente se abrieron las puertas ante Aguilar cuando, vencedor, regresó a su finca. Volvió la vista a los pocos pasos; ya no había sino el monte y el bosque de siempre. Llegó a su casa, sumido en extraño ensueño. En la puerta tropezó con un hombre fornido y mal encarado, que le gritó » ¡maldito holgazán! ven, que te espera el vergajo».
No pudo resistir Aguilar tan desacordado choque con la realidad y contesto de mal modo.
Picase el otro; insolentase Aguilar, y acabo por darle un enérgico bofetón. Como pesadas mazas, cayeron una y otra vez sobre Aguilar dos puños vigorosos. Una y otra vez los esquivo, mientras se reía burlonamente de la pesadez bovina de su rival.
Al fin cesó la lucha y Aguilar escucho estas palabras: «¿Xibechan?, (eres hombre). Cuenta siempre con mi ayuda, pues has sabido vencer a Juan Tul. Una palmada te bastará para dominar a cualquier animal. Y en cualquier contingencia, si aspiras el humo de estos cigarros y llamas a Juan Tul, vencerás». Este era el misterio del prodigioso Aguilar.
Mitos y Leyendas de México. México: Grupo Editorial Barco, S.A. de C.V.
Al sur de Kaua, pueblo de la provincia de Valladolid, hay unas criptas profundas cuyas galerías subterráneas forman un verdadero laberinto.
Nadie las ha recorrido en su totalidad y se dice que una de ellas alcanza una extensión de veinticuatro kilómetros. Los turistas que las visitan pueden oír como el eco reproduce la voz bajo sus bóvedas hasta lo infinito; pero los viejos indígenas aseguran escuchar con claridad una voz que pregunta en la lengua aborigen: » ¿me quieres?, y estas palabras como respuesta: «como las plantas del rocío de los cielos, como las aves al primer rayo del sol matinal». He aquí la leyenda que relatan sobre estas criptas:
Vivía una vez en la corte de Chichen el sacerdote H’Kinxoc, padre de una doncella de maravillosa belleza. Se llamaba esta Oyomal, que quiere decir «Timidez». Eran muchos los que la pretendían; pero ella se mostraba amable con todos, sin dar a ninguno su preferencia. Entre sus adoradores se contaron pronto Ac y Cay, los dos príncipes hermanos. La pasión se encendió en sus pechos con tal fuerza que se desencadenaron entre ellos la rivalidad y el odio. El sacerdote H’Kinxoc temía que estallase la guerra civil si Oyomal se inclinaba por uno de los dos jóvenes, y suplicaba continuamente a los dioses que esto no llegase a suceder. Pero Yacunah, el amor, dispuso las cosas de otra manera, y Cay, gallardo, varonil y valiente, rindió con sus poemas el corazón de Oyomal.
Encolerizado Ac por la fortuna de su hermano, envió contra él a sus guerreros, los cuales le sorprendieron cuando juraba amor a la bella Oyomal.
El enamorado príncipe fue aprisionado en la hondonada de Kaua, mientras su dama era conducida al claustro de las vírgenes de Chichen Itza, y el sacerdote H’Kirococ fue encerrado en el santuario de Mutul. La cólera de Ac era enorme; pero su amor era aún mayor, y siguió cortejando solícitamente a la hermosa Oyomal.
Todas las mañanas acudía al claustro de las vírgenes y le hablaba de su pasión; pero ella permanecía silenciosa. Todavía sonaban en sus oídos las apasionadas palabras de Cay: » ¿rne quieres?». Y entretanto Cay, en la hondonada de Kaua, se repetía una y otra vez las palabras que ella le había contestado: «como las plantas al rocío de los cielos, como las aves al primer rayo del sol matinal».
Y un día, inspirado por el amor, Cay tuvo la idea de construir, valiéndose de una mina, un largo e intrincado subterráneo desde su prisión a la de su amada, y el amor, que nunca le abandonaba, le dio fuerzas para realizar su propósito. Oyomal pudo así un día escuchar realmente de los labios de Cay las palabras que incesanternente se repetía en su interior: » ¿me quieres?». Pero su dicha fue corta; se acababan de reunir los dos enamorados, cuando Ac penetró en la estancia y mandó a sus guerreros que prendiesen al fugitivo y diesen muerte a los guardianes que habían permitido su huída. Entonces habló Cay. Dijo que había venido por un camino desconocido, guiado solo por el amor y que al amparo de él marcharía con su prometida. Dicho esto, tomó en brazos a Oyomal y desapareció por el laberinto que lo había traído.
El encolerizado Ac salió en el acto en su persecución con sus guerreros a través de las criptas, y los fugitivos fueron alcanzados, recibiendo muerte y sepultura en el camino subterráneo que el amor había tendido entre ambos. Pero sus frases de amor se pueden escuchar todavía en las noches de enero, cuando la brisa murmura dulcemente.
Mitos y Leyendas de México. México: Grupo Editorial Barco, S.A. de C.V.
Según la leyenda mexicana, el mundo había existido desde tiempos tan remotos, que nadie se lo imagina. Lo que se llamó «la primera fundamentación de la Tierra», había comenzado hacía muchos siglos atrás. En conjunto ya habían existido «cuatro eras o soles», los cuales eran: el sol del agua, el sol del fuego, el sol de la tierra y el sol del aire y a muchos ha llamado la atención, pues parece una nueva simbología de los famosos cuatro elementos griegos.
Pero, todavía más sorprendente es el hecho de que, el quinto sol, también coincide con el desarrollo y evolución del pensamiento griego. Ésta es la época del sol del Movimiento. Todo comenzó así:
Para formar a los primeros hombres se recurrió a la ceniza, pero el agua casi los deshizo y terminaron convirtiéndose en peces. Los hombres del segundo sol eran demasiado inquietos; tenían una estatura enorme y constitución corpulenta. Era la raza de los gigantes, pero a pesar de sus impresionantes dimensiones eran muy débiles, y los textos antiguos de literatura indígena dicen que, una vez que caían, lo hacían para siempre. Durante el tercer sol, o Edad de Fuego, los hombres quedaron convertidos en guajalotes, y los del cuarto ciclo sobrevivieron, a pesar de haber vivido un gran cataclismo que azotó a toda la Tierra, y se fueron a vivir a las montañas donde se transformaron en «los hombres monos o tlacaozmatin».
Y, finalmente, la quinta edad o época del sol del Movimiento, que se originó en Teotihuacán. Allí surgió la grandeza tolteca, con el príncipe Quetzalcóatl. Los hombres cada una de las eras sufrieron diferentes tragedias. A un «se los llevó el agua», a otros los destruyó «el fuego». Se debía llevar a cabo la creación de un nuevo grupo hombres; se necesitaba un voluntario para realizar la restauración de los seres humanos…
Fue Quetzalcóatl, símbolo de la sabiduría del México antiguo, quien acepto la comisión, a la vez que les proveyó de comida. Según las leyendas, él tuvo que realizar un viaje a región de los muertos en busca de los huesos preciosos que servirían para la formación de los hombres. Y para eso tuvo que vencer miles de obstáculos, ganándose con su sacrificio, el derecho a existir.
Quetzalcóatl logró ir a Tonacatépetl, que significa «monte de nuestro sustento», es decir, del maíz. Allí tomó el maíz para dioses y hombres, en especial para Oxomocy y Cipactonal, antigua pareja de humanos, y se los dio para que al comerlo se fortalecieran. De acuerdo con estos textos, esos dos humanos proceden todos los demás.
Es increíble la similitud que existe con estos textos de mitología indígena y algunos de la literatura occidental. ¿Por qué tanta igualdad entre dos mundos tan lejanos y opuestos? Para ellos la humanidad se originó del mundo náhuatl, pero mientras sus documentos situaban la aparición del hombre en Teotihuacán, los manuscritos y hallazgos históricos hablan de grandes peregrinaciones procedentes de lugares muy remotos, pero nadie parece acordarse, ¿por qué?
Así, sin saber realmente de donde vinieron, existieron los toltecas, un pueblo indígena que se estableció en Tula y extendió su civilización hasta Yucatán. Lo que con certeza si podemos saber de ellos hoy día es que fueron laboriosos constructores, grandes artífices, edificadores de palacios lo mismo que de templos, industriosos agricultores, prodigiosos escultores y pintores, alfareros tan talentosos que «enseñaban a mentir al barro», artistas de tal calidad que «ponían su corazón endiosado en sus obras». Pero lo que más fama les ha traído a través de los años es el culto que rendían a su inolvidable dios Quetzalcóatl.
La cultura tolteca, que precedió a la azteca, dejó miles de legados culturales a las generaciones futuras. Por ejemplo, en Teotihuacán, se encontraron millares de figurillas de barro. Pero a pesar de su extraordinario esplendor, a mediados del siglo IX dJC, sobrevino su misteriosa y hasta ahora inexplicable ruina. Aquí nace el misterio más grande de esta civilización, ¿cómo siendo tan grande y poderosa pudo desaparecer tan súbitamente?
Quetzálcoatl, ¿el poder de una leyenda?
Muy ligados a su creencia en su divinidad suprema, Quetzalcóatl, se sabe que entre los toltecas hubo un sacerdote que también llevó ese nombre. Hay una gran cantidad de textos y escritos que describen los palacios de este gran sacerdote, sus creaciones y su vida sagrada, su gran inclinación a la meditación y al culto. Pero ninguno de ellos esclarece si, en realidad, este personaje llegó a existir.
La leyenda dice que su nombre original era Topiltzin, pero al estudiar para sacerdote, se convirtió en el sacerdote Quetzalcóatl y, con el tiempo, al ascender al trono tolteca tomó el nombre de su dios. Hacia el año 950 Quetzalcóatl, el hombre, cambió la capital de su imperio a Tula, y pobló parte de la ciudad con «sordomudos», que en realidad eran personas que no sabían hablar en tolteca. Algunos dicen que tal vez eran sobrevivientes del ataque chichimeca contra valle de México, otros sostienen que eran habitantes de otra parte… Lo cierto es que el sacerdote los puso a trabajar esculpiendo estatuas, haciendo finas vasijas de cerámica pintándolas, construyendo grandes templos, por lo que llegaron a alcanzar una calidad de trabajo superior incluso la de los propios nativos de la zona.
Topiltzin-Quetzalcóatl hizo de Tula una gran ciudad y enseñó a su pueblo las artes civilizadas. Su devoción y celibato eran muy admirados, pero cometió un error: quiso inculcar en el pueblo la devoción exclusiva a su dios, pero ellos ya tenían sus propios dioses. Esto motivó su destierro. Y en esta parte precisa de la fascinante historia, se han genera tantos diferentes relatos, que la realidad y el mito se confunden, dificultando la separación de ambos.
Según reza la historia, cuando Hernán Cortes y los 600 hombres que formaban su expedición, llegaron a las costas mexicanas, quedaron sorprendidos al no ser recibidos toscamente por los habitantes de aquellas tierras. Más adelante se enteraron de que, su arribo, «era el cumplimiento de la profecía». Se les explicó entonces que, muchos años atrás, un hombre blanco y de barba había llegado a México por la costa, con una embarcación igual a la de ellos. Aquel individuo era alto, bien proporcionado y tenía el pelo negro, y vestía un ropón blanco cubierto de cruces rojas y venia acompañado por otros hombres semejantes a él. Como habíamos explicado antes, al establecerse en Tula, el sacerdote transmitió a su pueblo todo lo que sabía sobre artes Industriales, agricultura, metalurgia y hasta un sistema sofisticado de dividir el tiempo en ciclos: un calendario.
Este nuevo líder religioso se ganó la simpatía de sus seguidores por abolir los sacrificios humanos y establecer, en su lugar, ofrendas de flores y frutas al único dios que veneraba; instituyó la adoración de la cruz y, gracias a él, su pueblo alcanzó una época de oro inimaginable. Pero este buen sacerdote también se ganó el odio y la rivalidad de otros hombres que no querían tener un solo dios, sino querían seguir su sistema de adoración antiguo, por lo que lo obligaron a salir del país. Según la leyenda, Quetzalcóatl huyó a su país: la isla sagrada de Hapallan. Pero, antes de su partida, prometió a sus amigos que un día regresaría.
Quizás esto explique por qué un imperio tan guerrero potente como el de los aztecas, se sometió de manera to dócil ante la conquista de los españoles. Desde el más humilde de los siervos hasta el propio Moctezuma: lo aztecas pensaron que Cortes y sus hombres eran definitivamente los enviados de Quetzalcóatl. Los indígenas lograron comprobar que los conquistadores eran hombres blancos, de barbas, como el legendario sacerdote. No había duda: la profecía se cumplía. Y, ayudados por esta leyenda, lo españoles sometieron a un pueblo, se apoderaron de sus tierras y establecieron una nueva cultura.
¿Es posible que haya llegado a México alguien de otro continente antes que los españoles? ¿Podría ser un invento de los mexicanos? Esta segunda teoría no parece factible debido a los detalles específicos que tenían sobre su líder; además es increíble la similitud que existe entre las creencias que él les habla inculcado, y algunos fundamentos de la iglesia católica que los españoles después les llevarían: adorar a un dios benévolo, amar a su prójimo y realizar en sí una religión monoteísta, ¿pura casualidad o coincidencia? ¿Por qué razón los primeros mexicanos se aferraron fielmente a esta creencia a pesar de años de invasiones, guerras, revoluciones devastadoras y la disgregación de algunas de sus razas?
¿Existió o no Quetzalcóatl? ¿Fue un misionero europeo que llegó antes que los conquistadores o un líder azteca? ¿De dónde salió la cruz de mármol que, a su llegada a México; los españoles encontraron? ¿Cuál era la verdadera identidad de Quetzalcóatl? ¿Qué significan realmente las pirámides levantadas en su honor? ¿Por qué construcciones tan gigantescas, a un dios al que, supuestamente, bastaba honrarle con los productos de la vegetación?
Detrás de las costas mexicanas, adentro de las ciudades modernas que se situaron muy cerca de las antiguas, todavía ha quedado un gran número de vestigios de aquel imperio. Estos dan testimonio del esplendor que alcanzaron los primeros mexicanos, constituyen todo un cúmulo de testigos de aquellas proezas ¡Qué lastima que estos testigos sean de piedra! ¡Qué pena que no puedan hablar!
Álvarez, M. (1991). Grandes misterios de todos los tiempos. Colombia: Editorial América, S.A.
El cerro Tepayac no tenía historia ni importancia en 1531. Exactamente hasta el 9 de diciembre de 1531. ¿Qué importancia iba a tener si era un lugar desolado y estéril, de escasa altitud y a una distancia de Ia ciudad de México que, en realidad, ni estaba a las afueras ni tan lejos que se pudiera hacer una excursión a sus alrededores? Si parece que hasta en esto carecía de interés. No subían las mozas a contemplar la ciudad, ni las carrozas de los señores se paraban en sus laderas antes de entrar o salir de México.
Pero un día precisamente ese 9 de diciembre de 1531, se le ocurre cruzarlo a un indio de cansino andar, moreno el cutis de su rostro y un habla meliflua y cadenciosa, que se le escapa de los labios. No hace mucho que se ha bautizado y le llaman Juan Diego; no hace mucho que ha aprendido un nuevo idioma, en el que ahora va hablando solo entre la maleza del Tepayec; hablando y soñando con esas nuevas cosas recién aprendidas llega a la cima. Lo ha notado por el aire fresco y acariciante que le roza el rostro, y eso es lo que le ha hecho abrir los ojos, esos ojos menudos, penetrantes que ahora se frota con las manos. Porque claro que iba pensando en la Virgen María y hasta hablaba con ella mientras subía el altozano, pero de ahí a que la misma Madre de Dios se encuentre ante él, hay un abismo.
El indio Juan Diego debió respirar profundamente por si aquello era consecuencia de su cansancio, de esa fatiga que le hacía respirar más precipitadamente. Debía ser la fatiga y sólo eso por lo que palpitaba fuerte y vehemente el corazón. Hasta que no tuvo duda porque también le hablaba.
Al indio Juan Diego se le ha acabado el cansancio, se le han abierto desmesuradamente los ojos, le han puesto alas a sus pies menudos y baja corriendo a contar a todo el mundo lo que ha visto. Y no le creen. No le cree la dama enjoyada que sale de la capilla, ni el sacerdote que reza su breviario en el atrio de la iglesia, ni los frailes, de paso precipitado que temen llegar tarde a la colación. Ni el obispo. Ni el obispo fray Juan de Zumárraga, que le ha recibido en su palacio, sentado en su alto sillón de baqueta.
¿Qué puerta se le ha cerrado en el alma con el golpe del portón del palacio episcopal que una lágrima le resbala por las mejillas? El indio Juan Diego está triste; está triste y solo. Pasea su tristeza por las calles de México, sin rumbo, sin compañía.
12 de diciembre. Le ahoga la ciudad. Sale al campo hacia Tepeyac, con el alma deshecha. Quiere contarle al viento, a las yerbecillas i o acaso a la Virgen María! la incredulidad de la gente, las risas de los chiquillos, los gestos malintencionados de…
Está ya al pie del Tepeyac. No habla solo, no anda ligero por llegar pronto a la cumbre, no le brilla la sonrisa en el rostro. Está al pie del Tepeyac. Y allí se le aparece de nuevo la Virgen María y le dice que suba a la cumbre, que coja rosas y llene su tilma y se las lleve al obispo. ¿Bastará para creerle?
Juan Diego alegró su faz trigueña, aligeró el paso y subió el teso, rojo de rosas, abiertas al sol y al viento de diciembre. Acaso ni se sorprendió de encontrar florecientes los rosales, pero comprendió que esto sí que era una prueba y que valdría más que su palabra, pero ¿bastaría para creerle?
Y llenó su tilma de rosas, y la cargó sobre su hombro y bajó camino de México a enseñárselas al señor obispo. No le importaba que los chiquillos le fueran tirando y llevándose una a una hasta parecer que se le iban a acabar las rosas, ni que la gente le mirara extrañada, ni que el sacerdote levantara los ojos de su breviario y le siguiera con la mirada.
…Y se fue al obispo. Ante su presencia deshizo el nudo de su tilma y a sus pies cayó como una lluvia el montón de rosas perfumando el ambiente. Asombrados quedaron todos y más el indio Juan Diego cuando con palabras entrecortadas y señalando con el dedo hizo fijar los ojos de los presentes en su tilma, pendiente de su mano, arrastrada por el suelo. En la pobre tela aparecía la efigie recién hecha de la Virgen que, de entonces acá, la conocerá el mundo entero por la Virgen de Guadalupe.
Con manto de oro y protegida de cristal la tilma de Juan Diego ocupa el centro del altar mayor de la Basílica de Guadalupe en la ciudad de México.
Perés, R. (1973). La Leyenda y el Cuento Populares. España: Editorial Ramon Sopena, S.A.