Heneitekakara era una mujer muy hermosa. Ni en Australia ni en ninguna de las islas de los alrededores había otra que se le pudiera comparar siquiera. Su marido era Waihuka.
El hermano mayor de este, llamado Tuteamoamo, tuvo envidia y pensó darle muerte.
Un día, Tuteamoamo invitó a su hermano a ir con él a pescar. Pero al ver que la piedra que servía de ancla no volvía a subir, el hermano mayor dijo al menor:
—Anda, zambúllete y mira a ver que es lo que ocurre Cuando Waihuka ya se había perdido de vista bajo el agua, Tuteamoamo cortó la cuerda y se alejó en la barca de vela.
Los gritos y las suplicas de su hermano, al salir a la superficie, no lograron conmoverle, y riendo burlonamente le arrojó las cosas que había en la barca y le pertenecían, diciendo:
—Toma, utiliza esto como embarcación.
Waihuka iba nadando y nadie oía sus llamadas ni sus gritos pidiendo socorro. Por último, la ballena, su antepasada, le cogió, lo puso sobre su espalda y lo llevó a la orilla.
Cuando el hermano mayor llegó a tierra, le preguntó la hermosa Heneitekakara:
—¿Dónde está mi marido?
—En otra barca —respondió Tuteamoamo.
Pero la mujer, ante la tardanza, empezó a inquietarse y entristecerse. Pensó que su esposo había muerto. Al atardecer vino el cuñado a su puerta y gritó:
Mientras tanto, cavó un hoyo para escapar por debajo de la pared de la cabaña. Luego llegó felizmente a la playa, donde pensaba encontrar el cadáver de su marido. Preguntó a las aves, a los peces del mar, pero nadie supo darle noticias de Waihuka, hasta que llegó al lugar donde estaba la ballena, la cual le indicó donde estaba su esposo.
—Volvamos a casa —dijo el hombre después de abrazar a su mujer.
Fueron a ella sigilosamente para que el perdido hermano no pudiera oírles. Waihuka se peinó el cabello y lo adornó con plumas, como si fuera a partir para el combate. Luego cogió la mejor lanza que tenía, su maza, su cuchillo y le preguntó a su mujer:
— ¿Tengo así buen aspecto?
—Sí, mucho —respondió ella—. Y si sabes blandir la lanza, tu hermano caerá muerto.
Al anochecer, cuando el aire empezaba a refrescar, acercóse Tuteamoamo a la puerta de la cabaña y dijo: — ¡Heneitekakara, abre! ¡Soy yo!
—Entra, Tuteamoamo —dijo la mujer.
Tuteamoamo entró en la casa, pero su hermano Waihuka saltó entonces hacia adelante y lo atravesó con la lanza.
Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.