Tag: leyendas de Oceanía

Erase un hombre que, al principio, sólo poseía una mujer, que sus padres habían escogido para él. Y cuan­do él quiso casarse con otra, que era bella e inteligente, le dijo su madre:

—No to cases con dos mujeres. ¡Eso to acarreara preocupaciones!

Entonces le respondió el hijo:

—No sois vosotros quienes tenéis que elegirla. Si luego no me va bien, la despido y en paz.

A partir de aquel momento, hizo que ambas esposas vivieran juntas en una misma casa. Una de ellas era mayor que la otra. Entonces la más joven pensó:

  • Hare que mi compañera le resulte antipática a mi

Para ello cogió un puñado de sal y lo echo a la co­mida que había preparado su compañera. Al probarla preguntó el esposo:

  • ¿Por qué esta la comida tan salada? ¿Quién de vosotras la ha preparado?

La mujer que había hecho la comida respondió: —Yo no le puse tanta sal.

A lo que el marido repuso:

  • Vosotras, malditas mujeres, siempre encontráis ex­cusas para todo.

A la mañana siguiente, cuando la esposa joven pre­paraba la comida, pensó la de más edad:

  • ¡Ahora verás lo que te hago yo a ti!

Cogía dos puñados de pimienta y la añadió a la co­mida que su coesposa había preparado. Entonces preguntó el marido:

— ¿Por qué esta tan picante la comida? ¿Quién de vosotras dos la ha preparado?

— ¿Quién va a ser sino yo? —respondió la mujer joven—. Pero no te enfades, pues yo no puse tanta can­tidad de pimienta.

El enfadado marido replica:

  • Contigo y con tu compañera sucede siempre lo Conocéis realmente las respuestas propias de las cocineras.

Todas estas cosas hacían que estuvieran siempre en­fadadas una con otra. La más vieja pensó en echar mal­diciones sobre las plantas de arroz que cultivaba la joven. Y no conforme con eso golpeó las plantas de arroz con una rama de bambú y aquellas perdieron su fuerza vital.

Luego, cuando fue la otra esposa y vio los tallos de arroz totalmente destrozados, dijo para sus adentros:

  • Esa vieja me ha perjudicado. Es una sinvergüenza. ¡Pero ahora veras lo que voy a hacerte yo a ti!

Y rápidamente se dirigió hacia la palmera burí de su compañera y la maldijo. Al día siguiente, cuando la otra mujer vio que ya no podía extraer sagú de su burí, dijo:

  • Se ha vengado por lo que le hice a sus plantas de ¡Ojala no las hubiera golpeado con la rama de bambú!

Y la mujer de más edad se arrepintió de lo que había hecho. Pero el marido dijo entonces:

  • Esto no puede continuar, pues estoy arruinado por culpa de las malditas mujeres. ¡ojala no me hubiera casado dos veces!

Y a la mañana siguiente despidió a su mujer más joven.

Esta regresa a la casa de sus padres y el marido se quedó con la mujer que le habían elegido sus propios padres. Por ello decía la gente del pueblo:

—No resulta buena cosa casarse con dos mujeres, por más que la segunda sea muy bonita.

 

Bibliografía

Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.

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Cuéntase que cierto día, el dios Siva de Java creó una mujer que excedía a todas en hermosura. La quiso hacer su esposa y, aunque ella se resistía al principio, se vio al fin obligada a acceder más que nada por los ruegos de todos los dioses.

Sin embargo, pidió una condición a Siva.

—Quiero —le dijo– que me proporcionéis un ali­mento quo nunca llegue a cansarme.

El dios puso entonces en juego los mayores recursos para alcanzar lo que la hermosa mujer exigía. Y sin pérdida de tiempo envió emisarios a las cuatro partes del mundo con la orden de recoger los más sabrosos y exquisitos manjares.

No obstante, todo fue en vano. Por más frutos que le llevaron a la bella mujer no se daba nunca por satisfe­cha. Con el correr de los días se la vela desmejorar, quedarse demacrada y sin fuerzas.

Y tanto necesitaba el alimento imposible de hallar, que al fin murió de inanición.

El dios Siva la hizo enterrar con grandes pompas y ordenó celebrar solemnes funerales.

Pero justamente a los cuarenta días de haber sido sepultada aquella hermosa mujer, sobre la tumba surgió una linda y exótica planta que jamás nadie había visto: era el arroz.

Siva hizo sembrar su semilla y con la cosecha obte­nida de ella comieron luego todos los dioses.

—Es un alimento muy grato —comentaron las divi­nidades.

Y entonces decidieron revelarlo a los hombres. A partir de esta fecha, el arroz les fue tan eficaz, que siem­pre ya se han alimentado de él, sin cansancio, princi­palmente en Extremo Oriente y Oceanía.

 

Bibliografía

Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.

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Hace muchos años vivía en Moorea, la Isla vecina a Tahití, una muchacha tan reputada por su belleza como por su altivez y virtud. El rey de Tahití, muy an­terior a la dinastía de los Pomaré, envió emisarios con ricos presentes a la hermosa joven.

Mas ni el rango del egregio pretendiente ni la cali­dad de los regalos lograron conmover a la muchacha, y el monarca ultrajado juró venganza.

Y llegó un día en que Puna, la belleza de Moorea, tuvo que ir a Tahití. El rey, informado por su servicio secreto, le tendió una celada y la hizo prisionera al de­sembarcar en el sitio que todavía hoy se llama “Taa­puna”.

La justicia polinésica era en aquellos tiempos cruel y expeditiva, y la desventurada Puna fue atada a un árbol al borde de un torrente que lleva el nombre de “Punariu” (Puna ligada).

Puna fue condenada a ser quemada y el lugar donde el terrible sacrificio tuvo lugar se llamó “Puna aula”, es decir, “Puna asada”.

Poco después empezaron a reinar en Tahití los Pomaré. Y se cuenta que el primero de su dinastía, al luchar con los reyezuelos que reinaban en los distritos, sostuvo serias batallas.

Durante un asedio nocturno, mientras el silencio se extendía sobre las aguas del “lagoon”, el futuro monarca no pudo contener unos fuertes ataques de tos que le acometía. Aquella tos lo delató y fue atacado, pero ganó la batalla.

Los vencidos ignoraban el nombre del vencedor y le llamaron “Tané te pomaré”, el “hombre que tose de noche”.

Pomaré V, el Último rey de Tahití, era muy dado a la bebida y especialmente al Benedictine, del cual hacía, según parece, largo y excesivo uso.

Por eso, al morir, sus descendientes pensaron que nada podía ser más grato a los manes del difunto que perpetuar el recuerdo de su predilección. Y hoy, el mausoleo de Pomaré V ostenta, a guisa de cúpula, una mo­numental botella de Benedictine hecha de cemento y yeso.

 

Bibliografía

Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.