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La ranchería se ha sumido en un silencio absoluto: silencio de las noches del trópico que tan solo interrumpe a veces el aullido del coyote o el cloc… cloc…rítmico y acompasado de las ranas. ..

Frente al rancho de la Güicha, la nueva molendera de los peones, esa criolla trigueña y de pelo castaño, la de los senos erectos y firmes como zunzas morenas, la que desde su llegada hace quince días tiene revolucionados a los vaqueros, está el Pedro, quien hace mucho rato que rasguña la tierra con el dedo gordo del pie. El Pedro tiene abrazada una guitarra española, mercada en la Feria de Taxisco, sí señor, afirma el siempre que aluden a su querido instrumento.

El Pedro, antes tan alegre y tan «pura riata» para cantar bambucos, corridos y tonadas, hace días que ya no canta sino tonadas tristes como lamentos.

¿Qué le pasa al Pedro…?

Dicen que por las tardes ya no va al corro que frente a la fogata donde se calienta el café forman los «vaqueros» contando chiles y casos: sino que se va derechito a la «toma», en cuya ribera se acuesta y desde la cual echa, una tras otra, piedrecitas que se zambullen en el agua lo mesmo que en su mente se zambullen sus penas, en tanto que su pensamiento se halla perdido quién sabe ónde…

¿En quién pensará el Pedro…?

Las lavanderas que lo han visto en esa actitud, cuando van a la «toma» a darle «el primer ojo» a la ropa, dicen qu’el Pedro ya no’es el mesmo d’iantes. Te acordas, Micáila, le dice una a la otra, coma era de alegre el Pedro. Pero ahura sí que cambió en un dialtiro. A mí se me’afigura que li’han dado el jumazo… ¿Cómo iba a cambiar tanto el hombre, pues, Micáila? Si a veces me parece que anda engasado… Ya ni saluda el Pedro… Ya ni me jala el rebozo cuando me encuentra subiendo la quebrada con la tinaja al hombro… Pero si dicen que ya no sabe ni gritar ¡oh, vacaaa… pu…! , cuando arrea el ganado… Si sigue ansina el patrón no lo v’aguantar más y lo va’mandar con la música a otra parte… ¿Pa’que sirve, pues, un vaquero que ya no tiene ni juerzas pa’arriar el ganado, ni pa’lanzar el pial, ni pa’tumbar un novillo, pues?

La causa de las penas del Pedro, la causa de que el Pedro no sea el mesmo d’iantes, está allí tras las puertas de caña brava del rancho de la Güicha. Ella tiene la culpa de que el Pedro esté ansi. L’otra tarde, cuando él se encontró con ella en la puerta de trancas del potrero, cuando venía tan requete chula con la tinaja en la cabeza, le dijo:

—Ve, Güicha, yo a vos te quiero mucho, tanto como quiero a la yegua Sultana que amansé yo mesmo. Queréme vos un poco también; te tiene cuenta. Si me acectás, seguro que te pongo tu rancho propio, que te compro tu ropa de mengala con blusa de manga de güicoy y naguas Almidonadas, y que te calzo… ¿Qué más querés vos, Güicha? iAcectáme pa’tu hombre, no siás mala..,.!

— ¡Las cosas tuyas, Pedro! ¡Qué te habés imaginado vos? ¿Crees que soy tan poca cosa que me vo’a enredar con vos? ¡Las cosas tuyas! ¡No s’hizo la miel pal pico del zope! Buscáte una de tu condición pa’que t’ihaga las tortillas y ti’aguante cuando llegués bolo… Yo si m`iamarro ha de ser con una buena proporción y no con un vaquero como vos, que apenas ganás cinco billetes a la semana…

—Pero ve, Güicha…

Pero la Güicha, haciéndose la interesante, lo dejó con la palabra en la boca. Por eso sufre el Pedro.

El Pedro ha ido esa noche al rancho de la Güicha a ponerle fin a sus penas. Quiere volver a ser el mesmo d’iantes y va a tomar por la fuerza lo que no quieren darle por las buenas. iVaya! ¡No faltaba más! ¡Por qué él que amansa potrancas cerreras no va a poder domar también a esta yegua qu’es la Güicha? ¿En que pie quedaría, pues, el prestigio del Pedro, ganado a costa de tanto esfuerzo?

La vo’a hacer salir —piensa—. Pero, ¿cómo? ¡Es que acaso el Pedro tiene pauto con el Malo?

No. No lo tiene. Pero sí tiene una guitarra y su voz. Las mujeres, sabe él por experiencia, son como las culebras; apenas sienten la música paran la cola y salen a escucharla.

Y el Pedro, seguro de que la Güicha saldrá a escucharlo, canta:

«Tienes una enredadera,

en tu ventana,

cada vez que paso y veo,

se enreda mi alma…

Tus ojitos me aprisionan,

bella ilusion,

y el fulgor de tus miradas

son punaladas

al corazon».

Mientras el Pedro estaba frente al rancho urdiendo la matrera celada, celada de coyote en acecho de las gallinas, la Güicha, igual que el tigrillo criollo que tiene enjaulado en la casa de la finca del patrón, se pasea por los interiores del rancho con trancos largos, trancos de yegua en celo.

La Güicha esta noche esta rara. Ni ella mesma sabe lo que tiene. Siente algo así como un ligero cosquilleo que principia en las puntitas de las chiches, que luego recorre todo su cuerpo trigueño, y que más tarde llega a su cerebro como catarata de ardiente lava… ¿Qué tendrá la Güicha?… ¿La habrán picado las cantáridas…?

Si la hubiera visto la Toribia, la partera de la finca, seguramente que habría diagnosticado con frialdad:

— ¡Falta d’ihombre tenés vos, Güicha! ¡Es que ya sos mujer y no la patoja d’antes! Las yeguas de un año que tiene el patrón en la caballeriza también relinchan y se pasean así como vos cuando tu’avia no las ha cubierto el garañón…

Pero la Güicha aún no sabe que los hombres sirven también para eso; para ella solo sirven para burlarse de ellos…

— ¿Qué tengo yo, qué tengo yo…? —repite cual una cantinela, y se pasea dando trancos largos y agitados.

De pronto escucha la tonada que viene a aumentar su exacerbación. ¡Si saliera! —piensa—. Pero… debe ser el Pedro. ¡Qué v’asaber ese ignorante lo que tengo yo! ¡Si juera el niño Tono, el hijo del patrón, el canchito de ojos celestes, qu’es leído y escribéido, ese sí que sabría explicarme lo que tengo…! Pero… si es el Pedro… ese solo sabe curar la gusanera y capar novillos… ¿Y si no juera él? ¿Si juera el niño Tono…?

Mujer, al fin, la curiosidad la venció. Sale y, a boca de jarro, se encuentra con el Pedro. Se asusta. Quiere cerrar la puerta, pero ya es tarde: el hombre de nuestras tierras bajas —mitad hombre y mitad bestia— no suelta así no más su presa. Le da un tirón que la lleva hasta sus brazos… la tumba al suelo… la aprieta entre sus brazos fornidos… con sus muslos fuertes le comprime los ijares —igual que lo hate con las potrancas cerreras—…y…

Tras el ramalazo producido por la carne satisfecha, al fin la Güicha se dio cuenta de por qué estaba rara aquella noche… ¡Sí, también el Pedro, que no es léido ni escribéido, sabe averiguar las cosas…!

¡Y desde aquella noche, el Pedro volvió a ser el mesmo d’iantes…!

Bibliografía

Gálvez, F. B. (2006). Cuentos y Leyendas de Guatemala. Guatemala: Piedra Santa.