Este dios bélico por excelencia era hijo de Zeus y de Hera o Juno. Este hijo fue tan revoltoso, bárbaro y cruel, que se hizo odioso a los mismos dioses.
Hay quien dice que primitivamente había sido el dios de la tempestad; pero todos le conocen preferentemente por el dios de la guerra en lo que èsta tiene de bestial, de implacable, de feroz e inhumana. Guerrero ante todo y sobre todo, Ares gozaba en impulsar a la lucha a los hombres, ayudado por la terrible Belona o Enio, que unos dicen que fue su hermana y otros su esposa.
Además de su mujer, el dios de la guerra iba siempre acompañado de Deimos (El Espanto) y de Fobos (El Terror), ambos hijos suyos; de Eris (La Discordia), y de una multitud de demonios que le servían de escuderos, caballerizos y servidores.
Sin embargo, resulta curioso observar que, pese a ser el dios de la guerra y de las batallas, en la mayor parte de sus leyendas guerreras siempre era vencido. Le venció Atenea, lo venció Heracles, le vencieron los Alodai, y le vencieron hasta hombres, por ejemplo, Diomedes, aun cuando este último estuvo apoyado por Atenea.
Oto y el fornido Efialtes, hijos de Alodai o Aloco, se apoderaron de Ares en una tremenda lucha, le tuvieron trece meses atado con fuertes cadenas y una tinaja de bronce, y “allí hubiera perecido el dios insaciable de combates, si su madrastra, la bellísima Erìbea, no hubiese participado el caso a Mercurio, quién saco furtivamente de la cárcel a Marte casi exàmine, pues las crueles ataduras le agobiaban”.
– Este es uno de los desacatos o atrevimientos que los dioses tienen que tolerar, a veces, a los hombres.
Estas palabras las pronunció, ante su hija Venus, la bella Dione, hija del Océano y amante de Zeus, al ser ligeramente herida por el guerrero Diomedes.
Otro episodio muy conocido fue el que le aconteció a Marte con el herrero divino. Parece el colmo de las paradojas que al feo y cojo Hefaistos le hubiera dado a Venus por esposa Zeus, cuando él mismo y todos los demás dioses estaban enamorados de ella. Pero, según cuentan, esa boda ridícula fue el castigo que el rey de los dioses y de los hombres le impuso a la orgullosa beldad por haberle despreciado.
Sea como fuese, el hecho es que aquel matrimonio no podía de ningún modo ser feliz, por lo que el día que el glorioso barbilindo Marte quiso, Afrodita se entregó a él, burlándose del sucio y feo marido, habilísimo forjador, ocupado constantemente en mantener el fuego de su fragua, allá en las montañas de la tierra, lo que Venus le debía parecer poco divertido.
Ares iba a visitar a su amada por las noches. Pero temeroso de que el Sol, que todo lo ve, les sorprendiera juntos, tenía un amigo, llamado Alectrion, encargado de avisarle el despuntar el alba. Mas una noche el vigilante se quedo dormido y el Sol, que se enteró de cuanto Marte quería ocultarle, corrió inmediatamente con el soplo a Vulcano.
En castigo de su olvido, Alectrion fue transformado en gallo. Y desde entonces no deja nunca de anunciar con anticipación la salida del rey de los astros. La cresta que orgullosamente ostenta no es mas que el recuerdo de su perdido almete de guerrero.
En cuanto a Hefaistos, ya es sabido que su venganza fue cosa nunca vista, ni antes ni después. Fríamente, llevando al colmo su habilidad de perfecto artífice, fabrico una finísima red de hierro irrompibles hilos, la coloco sobre el lecho de los adúlteros de modo que no pudiera verse, y en el momento oportuno la hizo caer sobre los amantes, aprisionándolos.
Inmediatamente convoco a todos los dioses, que vieron el pasmoso ardid, celebrándolo con carcajadas y chistes. Lo mas prosaico y positivista de este asunto es que Vulcano no solo clamó para que se le hiciera justicia, sino exigió también una indemnización.
Sin embargo, desconfiado de que Marte llegara a pagarle esa indemnización que a toda costa reclamaba y que el otro le prometiera, fue preciso que Poseidón se ofreciese como fiador. Y hasta que Vulcano, el marido burlado, no tuvo esta seguridad, no deshizo la red, libertando a la pareja de amantes.
Claro que quien interesaba a Neptuno no era Marte, sino la hermosa Venus, que como es sabido había nacido de la espuma del mar.
Afrodita huyó en seguida, avergonzada, refugiándose en la isla Chipre, donde su culto se hizo muy celebre. Ares, por su parte, se marchó airado a la salvaje Tracia.
También tuvo Marte numerosos amores con mujeres mortales. Y los hijos que tuvo con ellas fueron todos violentos, inhospitalarios, bandidos que eran amantes de entregarse a actos de violencia y de crueldad.
El dios romano, Marte, fue identificado con el Ares griego.
Bibliografía
Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A
Poseidón, dios del agua, especialmente del mar, pero también de ríos, arroyos, lagos, manantiales y fuentes, era uno de los de los grandes dioses del Olimpo.
Al igual que Zeus y Hades había nacido de la pareja Cronos y Rea, siendo según la tradición, el mayor de los tres hermanos, aunque luego, en virtud siempre del antropomorfismo, se consideraba a Zeus como el primogénito.
Como ya es sabido, después de ser vencidos los Titanes y Gigantes y al hacer el reparto del mundo, botín obtenido por la victoria, a Poseidón le correspondió la soberanía de todo el elemento líquido, fuese cual fuese su origen.
En la Ilíada se lee: “Tres pasos dio, haciendo retemblar las altas colinas y las espesas selvas bajo sus inmortales pies; al cuarto llegó al termino de su viaje, a Aigai. Allí, en las profundidades del mar tenía magníficos palacios de oro, resplandecientes a indestructibles”.
Sí, Poseidón habitaba en el fondo del mar, en su hermoso palacio de Aigai. Iba siempre armado de un tridente, que era su arma favorita y la utilizaba para todo: para levantar las olas del mar, para hacer brotar fuentes y manantiales, aparecer pozos y lagos y para provocar terremotos.
Sus vastos dominios los recorría en un carro arrastrado por impetuosos corceles, imagen de las olas espumantes que se empujan obligadas por el viento.
Por esto, el animal que se consagró preferentemente a Poseidón fue el caballo. Recuérdese, por ejemplo, que la unión de Poseidón y Medusa nació Pegaso, el caballo alado.
Sobre los amores de Poseidón hay varias versiones. Una de ellas se refiere que enamorado locamente de Amfitrite, una de las Nereidas, la raptó un día que esta jugaba con sus hermanas cerca de la isla de Naxos.
Otra cuenta que la hermosa joven, que se sabía amada por el dios de las aguas, le rehuía siempre por simple pudor. De tal modo que, en cierta ocasión, fue a esconderse más allá de las Columnas de Hércules, es decir, al otro lado del mar.
No conforme con esto, el enamorado Poseidón mando a los delfines en su busca y uno de ellos, que la encontró, la persuadió y la trajo consigo para ser esposa del dios del tridente.
Las Nereidas, divinidades marinas, personificación de las olas del mar, eran hijas de Nereus y de Doris, una de las hijas de Okèanos. Poseidón, por tanto, era a la vez que esposo el abuelo de Amfitrite.
Generalmente las Nereidas eran cincuenta, aunque a veces se las hacia llegar hasta cien. Vivian en el fondo del mar, en el palacio de su padre, sentadas en tronos de oro. Empleaban el tiempo hilando, tejiendo y bailando. Las más conocidas son Tetis, la madre de Aquiles, al que tuvo con Peleus; Amfitrite, la esposa de Poseidón; Galatea, amada por Polifemo, el ciclope siciliano de cuerpo monstruoso.
El papel de Amitifrie junto a Poseidón era el mismo que el de Hera con Zeus: el de esposa legitima y engañada. En efecto, porque si Zeus cometió muchas infidelidades, puede decirse que comparado con su hermano casi fue un modelo marido.
Desde luego pocos dioses tuvieron tantas amantes como Poseidón, y una progenie tan cumplida. Se dice que una de ellas fue Halia, la hermana de los Telchines, especie de demonios de Rodas, que, al parecer, le había criado. Enamorado de ella, la hizo madre de seis hijos varones y de una hembra que se llamó Rodos. Luego se llamó Rodas a la tierra o cuna de tan fecundos amores.
Amìmone era una de las cincuenta hijas del rey Dànaos y de Europe. Dànaos dejó Libia y fue a instalarse en Argos. Pero el país carecía de agua, porque Poseidón, furioso a causa de que le hubiese sido atribuido a Hera, le había desprovisto de su elemento.
Entonces Dànaos envió a sus hijas en busca del precioso líquido. Amìmone partió, como sus hermanas, cada una en una dirección. Cansada de andar, terminó por dormirse, rendida, en pleno campo, ocasión que aprovecho un sátiro para intentar violarla. La joven, defendiéndose, tiró el tridente al sátiro que pudo evitarlo y huyó, y el arma, chocando con una roca, hizo brotar un magnifico chorro de agua.
Amìmone, agradecida, concedió entonces al dios lo que había negado al sátiro. De su unión nació un hijo llamado Nauplios, que fundó posteriormente la ciudad de su nombre.
Famosas son también las relaciones amorosas-violentas de Poseidón con su hermana Demeter, y las mantenidas con Medusa, una de las Gorgo o Gorgonas. Estas eran hijas de Forcis y Esto, su propia hermana. Además de las Gorgo, tuvieron a las Forquides y a un dragón.
Las Forquides, llamadas también Graiai, nunca fueron jóvenes: habían nacido viejas. Eran tres y no poseían más que un ojo y un diente, que se prestaban sucesivamente. Vivían en el país de la noche, donde jamás brillaba el sol. Su misión consistía en guardar el camino que conducía a las Gorgo, para que nadie llegase hasta ellas.
Las Gorgo eran tres igualmente: Steno, Eurìale y Medusa. Las dos primeras eran inmortales; la última, mortal. Pero èsta es la Gorgona por excelencia. Las cabezas de estos tres monstruos estaban coronadas de serpientes, sus dientes eran como colmillos de jabalí, sus manos, de bronce y sus alas, de oro. La mirada de sus ojos era tan espantosa que transformaban en piedra a quienes osaban desafiarla. Hasta los dioses inmortales huían de ellas aterrados.
Tan solo Poseidón no tuvo miedo de unirse a Medusa, a la que dejó encinta. Al matarla luego Perse, de su sangre salieron Pegaso, el caballo alado, Chrisaor, “el hombre de la espada de oro”, hijos de Poseidón, dios especializado en la creación de monstruos.
Efectivamente, Poseidón no engendró, en general, sino monstruos y bandidos. De todos sus hijos, el héroe más digno de tal nombre fue Tese. En cuanto a los demás, son famosos Kèrkopes, los Aloadal, Polifermo, el celebre Cíclope, el gigante Antaìos, Lamos, el gigante antropófago, el bandido Kerkion, el asesino Skiron, Orión, el cazador maldito…
De la unión de Poseidón con Amfitrite nacieron varios hijos de los cuales el más conocido es Tritón. Más tarde, al enamorarse Poseidón de Skille, Amfitrite consiguió convertirla, mediante un filtro mágico que le dio Kirke, en un monstruo de seis cabezas y doce pies, cuya parte inferior estaba rodeada de seis perros rabiosos que devoraban todo lo que estaba a su alcance.
Tritón, por su parte, estaba dotado, como todos los genios marinos, del don de la profecía. Los episodios principales de su vida, aparte sus aventuras amorosas con las Nereidas fueron sus luchas con Herakles y con Dionisios. Estos dos consiguieron dominar al monstruo Tritón. Se dice que para vencerle bastaba darle una crátera de vino, pues la bebía y caía dormido.
Cuenta Platón en el Timaios y sobre todo en el Kritias que cuando los dioses se distribuyeron la tierra, Atlantis (la Atlántida) le correspondió a Poseidón. En esta isla, situada delante de las Columnas de Hércules, según se salía del Mediterráneo para entrar en el Atlántico, vivía una joven huérfana, llamada Klito, de la que se enamoró Poseidón. Con ella, que habitaba huérfana en la montaña central de la isla, vivió mucho tiempo, haciéndola cinco veces madre de dos gemelos. Poseidón dio al mayor, llamado Atlas, la superioridad.
Neptuno es el dios latino equivalente a Poseidon.
Bibliografía
Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A
La diosa Hestia, como su nombre indica, era la personificación del hogar.
Dice Hesíodo que Hestia era la primera de los seis hijos que tuvieron Kronos y Rea, y por lo tanto, hermana de Demeter, Hera, Hades, Poseidón y Zeus.
El trono de Hestia era el “sitio central del Cosmo” y esté era inmutable. Allí permanecía la diosa sola, en reposo. Por consiguiente, era considerada como la Tierra colocada en el centro del Mundo, en el que permanecía estable e inmóvil, mientras que los demás cuerpos celestes cumplían sus revoluciones.
Si bien la figura simbólica de Hestia fue menos precisa que la de sus hermanos, su influencia fue ampliándose paulatinamente, pues a partir del humo de los sacrificios familiares, que unía la Tierra con el Cielo, y del fuego del hogar doméstico, llego a ser o a representar el fuego central de la Tierra y la Tierra misma.
Hestia o Vesta era una diosa virgen, pues obtuvo de Zeus el don de conservar su pureza. Y no hay duda de que mucho le debió costar conservarla, pues tanto Apolo como Poseidón la cortejaron insistentemente.
En efecto, Apolo, el Sol, que la contemplaba amorosamente durante todo el día, jamás podía unirse con ella. Condenado a recorrer sin cesar la bóveda celeste, acercabase cada día a Hestia, pero sin poder alcanzarla, puesto que acababa por hundirse en el Océano.
Poseidón, que también amaba a Hestia y la acariciaba con sus olas, lo más que hacia era rozar apenas su cuerpo divino, pues le estaba prohibido penetrar hasta el seno de la Tierra, donde residía la solitaria e inmóvil diosa.
Zeus también concedió a su hermana otros honores excepcionales, como el de recibir culto en los templos de todos los dioses y en todas las casas de los hombres.
La Vesta romana era una diosa que tenía los mismos caracteres y hasta el mismo nombre que la diosa griega, a la que equivalía en Roma.
Bibliografía
Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A