Los sabinos eran uno de los más antiguos pueblos de Italia y se creían de origen divino.
Tan tranquilos estaban, cuando un día del cuarto mes después de la fundación de Roma se produjo el audaz rapto de las mujeres sabinas.
Fue el mismo Rómulo quien, siendo belicoso por naturaleza, y excitado además por ciertos rumores de que el Destino quería hacer a Roma grande, criada y mantenida con la guerra, se propuso usar la violencia contra los sabinos para robarles sus mujeres, ya que en Roma escaseaba el elemento femenino.
Rómulo veía que la ciudad se había llenado, en brevísimo tiempo, de habitantes, pocos de los cuales eran casados, y que los más, siendo advenedizos, gente pobre y oscura que no ofrecía seguridad de permanecer, abandonarían Roma si no encontraban en ella lo más necesario.
Y contando con que para los mismos sabinos este rapto se había de convertir en un principio de reunión y afinidad por medio de las mujeres, cuyos ánimos se ganarían, lo puso en práctica de este modo:
Primero hizo correr la voz de que había encontrado el ara de un dios, que estaba escondida bajo tierra…
Después que la encontró dispuso con esta causa un solemne sacrificio, combates y espectáculos, a los que concurrió gran gentío del pueblo sabino.
Rómulo estaba sentado con los más importantes hombres sabinos, adornado con un manto. Con los suyos había convenido que la señal para el momento de llevar a cabo el rapto seria levantarse, abrir el manto, y volver a cubrirse.
Muchos romanos eran los que aguardaban impacientes la señal. Dada esta, desnudaron las espadas, y acometieron con vigor, robando seguidamente las doncellas de los sabinos. A estos, sin embargo, como huyesen asustados, los dejaron ir sin perseguirlos. No querían más que sus mujeres.
En cuanto al número de las robadas, unos dicen que no fueron más que treinta, otros que quinientas veintisiete, y Juba asegura que raptaron seiscientas ochenta y tres doncellas. Lo más notable es que no fue raptada ninguna casada, sino únicamente Ersila por equivocación, y esta se la quedó para si Rómulo, porque daba la casualidad de que era una mujer hermosísima.
Los romanos no cometieron el rapto por afrenta o injuria a los sabinos, sino con intención de mezclar y confundir los pueblos, proveyendo así a la mayor de todas las faltas…
Pero los sabinos, a pesar de ser numerosos y muy guerreros, al ver que los romanos se atrevían a grandes empresas, y temiendo por sus hijos, enviaron embajadores a Rómulo con proposiciones equitativas y moderadas.
—Si nos devolvéis las doncellas raptadas —dijeron— y nos dais satisfacción por el acto de violencia cometido, después entablaremos pacíficamente para ambos pueblos amistad y comunicación.
Rómulo no se avino a esto, aunque también invitó a la alianza a los sabinos, en vista de lo cual el rey Acrón le declaró inmediatamente la guerra, “y con grandes fuerzas marchó contra Rómulo y este contra él”.
Pero cuando más dura era la lucha entre sabinos y romanos, los contuvo un espectáculo muy tierno y un encuentro que no puede describirse con palabras. De repente, “las hijas de los sabinos que habían sido raptada se dirigieron, unas por una parte y otras per otra, con algazara y gritos per entre las armas y los muertos, como movidas de divino impulso, hacia sus mari-dos y sus padres, unas llevando en su regazo a sus hijos pequeños, otras esparciendo al viento su cabello desgreñado, y todas llamando con los nombres más tiernos, ora a los sabinos, ora a los romanos”.
Al final quedaron asombrados unos y otros, y dejándolas llegar a ponerse en medio del campo de batalla, por todas partes discurría el llanto, y todo era aflicción, ya por el espectáculo o ya por las razones, que empezando por la reconvención, terminaron en súplicas y ruegos. Porque decían:
— ¿En qué os hemos ofendido, o que disgustos os hemos dado para los duros males que ya hemos padecido y nos resta padecer? Fuimos robadas violenta e injustamente por los que nos tienen en su poder, y después de esta desgracia ningún caso se hizo de nosotras.
Otras añadieron:
—Porque no venís por unas doncellas a tomar satisfacción de los que las ofendieron, sino que priváis a unas casadas de sus maridos y a unas madres de sus hijos, hacienda más cruel para nosotras, desdichadas, este auxilio, que vuestro abandono y alevosía. Muévenos de una parte amor hacia estos, y de otra, compasión hacia vosotros.
Entonces, tomó la palabra Ersila para decir a sus compatriotas:
—Aun cuando peleaseis por cualquier otra causa, deberíais conteneros por nosotras. Hechos ya suegros, abuelos y parientes debéis cesar en la lucha. Más si por nosotras es la guerra, llevadnos con vuestros yernos y nuestros hijos, restituidnos nuestros padres y parientes. Y no nos privéis, as pedimos, nuestros hijos y maridos, para no vernos otra vez reducidas a vuestro lado a la suerte de cautivas.
Dichas estas palabras y razones, e interponiendo otras mujeres sus ruegos, se concertó una tregua, y se juntaron a conferenciar los generales.
Entretanto, las mujeres presentaban a sus padres, sus maridos, sus hijos; llevaban bebida y comida a los que lo pedían. También cuidaban de los heridos, llevándoselos a sus casas y procuraban hacer ver que tenían el gobierno de ellas, y que eran atendidas y tratadas con la mayor estimación por sus maridos romanos.
Al final se hizo un tratado por el que las mujeres que quisiesen se quedarían con los que las tenían consigo, no sujetas a otro cuidado y ocupación que la del obraje de lana.
También se acordó que los romanos y sabinos habitarán en unión la ciudad de Roma fundada por Rómulo, pero que los romanos se llamarían quirites en memoria de la patria del rey Tacio. Y asimismo que ambos pueblos reinarían igualmente en unión y tendrían el mando de las tropas.
De esta forma fue como los sabinos, gracias a sus mujeres, pasaron a ser ciudadanos de Roma, con entera igualdad de derechos que los romanos.
Repollés, J. (1979). Las Mejores Leyendas Mitológicas. España: Editorial Bruguera, S.A.