Solamente Tzacol Bitol, madres y padres de la vida y de la existencia de los seres animados, saben cuántos baktunes hace que sucedió lo que vamos a relatar…! ¡Sin embargo, sabemos que desde el kin en que esto ocurrió, nuestros Grandes Abuelos, los Mayas, dejaron de ser nómades…!
Fue en Paxil y Cayalá, lugares en que se ven y se producen las cosas agradables, donde nuestros Grandes Abuelos, los Mayas, pusieron fin a la ya larga peregrinación que habían emprendido desde hacía muchísimos años, porque así se los habían ordenado que lo hicieran Tzacol y Bitol, Alom y Cajolom, Tepeu y Gucumatz, los Grandes Formadores y Constructores.
Y fue allí donde terminaron sus andanzas, porque al llegar a ese paraje escucharon, confundida con el murmullo del viento al rozar el follaje de los árboles, la voz de los dioses, diciéndoles:
-“¡Sólo aquí tendréis vuestras montañas y vuestros valles, ocupadlos!”.
Grande fue su emoción al hallarse en tan bello paraje, que estaba regado por un caudaloso río de aguas tan azules que simulaban un trozo del manto de Ixmucané, ¡La Gran Abuela!
¡Y había razón para que se emocionaran en esta forma! Porque en él encontraron árboles, bestias y aves hasta entonces desconocidos para ellos. Árboles cuyos frutos jugosos y agradables, como el cacao, las anonas y los nances, saciaban su apetito y su sed. Bestias, como la danta que corre entre las zarzas de la selva, sin que sus espinas la hirieran, que les brindaban sus lomos para conducirlos y evitarles las fatigas de las largas caminatas a pie. Y aves como el bello e inigualado Quetzal –orquídea que vuela-, las guacamayas y el zenzontla de agua, cuyos abigarrados colores y melodiosos cantos recreaban su vista y sus oídos.
Pero su gratitud para con los dioses, que le habían donado tan encantador sitio, sobrepasó los límites de lo natural, un día en que Yak (el gato de monte, utiú (el coyote), quel (la cotorra chocy) joj (el azacuán) les hablaron –porque en ese tiempo los animales todavía hablaban con los hombres-, diciéndoles:
-“¡Seguidnos! ¡Os vamos a enseñar el lugar en donde Tzacol y Bitol os tienen reservado un buen presente!”.
Y los siguieron… Precedidos por Yak y pr utiú, que caminaban sobre la tierra apartando con sus hocicos los barejones del camino, y por quel y joj, que volaban sobre sus cabezas para protegerlos con sus alas de los calcinantes rayos del sol, tomaron un sendero que seguía la misma dirección que el sol, cuando se va por los caminos de Chikín; al final del cual, en efecto, encontraron el presente que los dioses les tenían reservado.
Era éste un rubio y bellísimo niño, que, teniendo por lecho las esmeraldinas malezas, reposaba bajo la sombra protectora de un hermoso zapotal. Y era tan bello ese niño, a quien ello más tarde llamaron Teosinte, porque era el fruto del amor de un rayo de sol con una onda del río que bañaba a Paxil y Cayalá, al cual los dioses habían dado forma humana, para manifestar su amor hacia nuestros Grandes Abuelos.
Esa misma tarde, nuestros Grandes Abuelos, los Mayas, con la vista dirigida hacia Chikín, que es por donde el sol se esconde de nosotros, se prosternaron y oraron. Y ésta fue su oración:
-“Nos prosternamos alzando nuestros brazos ¡Oh Tzacol! ¡Oh, Bitol! ¡Vednos! ¡Oídnos! ¡Para que veáis y escuchéis nuestra gratitud: mirános y oyénos! ¡Tú, el que ve en la sombra, en el cielo y en la tierra! ¡Tú, que nos habéis dado la señal de vuestra palabra! ¡Oíd y ved nuestra inmensa gratitud!”.
Esa misma tarde fue llevado Teosinte, del lugar en que lo hallaron, por nuestros Grandes Abuelos. Siendo objeto por parte de ellos, que eran los bien amados de Tzacol y Bitol, de los más acendrados cariños y cuidados. Se le alojó en la misma mansión del que tenía más edad entre todos ellos, la cual estaba situada en la copa de una enorme ceiba, y dándole éste para compañera de sus juegos a la menor, más bella y más amada de sus hijas, a Ma-Ix.
¡Ma-Ix era bella como la luz opalescente de la luna! Ojos obscuros como la noche. Tez pálida como la cáscara de los plátanos. Boca sensual y jugosa como las piñuelas. Y dentro de esa boca, unos dientes diminutos y blancos como el granizo que cayó sobre nuestros Grandes Abuelos durante una de las etapas de su larga caminata.
***
Muchas veces ha venido el sol desde Likín, y muchas veces se ha ido por Chikín, desde el día en que nuestros Grandes Abuelos recibieron en Paxil y Cayalá el presente de Tzacol y Bitol. Tantas veces ha sucedido esto que Ma-Ix y Teosinte han dejado de ser niños, para convertirse en seres en cuyos corazones ha picado ya la avispa del amor.
El Kin en que volvemos a encontrarnos con ellos han celebrado sus bodas. Y dentro de breves instantes irán a entregarse el uno al otro en el sitio en que los dioses les han ordenado que lo hagan: una escondida ribera del río. Los dioses quieren que tengan ese apartado y bello lugar por lecho nupcial, para que sus caricias y sus dulces palabras de amor se confundan con las quejas del río y no puedan ser escuchadas por nadie.
Nuestros Grandes Abuelos los acompañan, entonando cánticos y alabanzas, hasta el sitio indicado. Y en él los dejan, entregados a las más bellas locuras de amor, en el instante mismo en que Ixmucané, que es el sol yacente en crepúsculo esplendoroso, principia a mostrar las brillantes cuentas y chayes de su divino chacbal…
***
A la hora misma en que los cenzontles, guardabarrancos, espumuyes, pitos reales y clarineros principiaron a gorjear, nuestros Grandes Abuelos, los Mayas, elevaron a Tzacol y Bitol sus plegarias:
-“¡Nos hincamos levantando nuestros brazos! ¡Oh, Tzacol! ¡Oh, Bitol! ¡Míranos y óyenos! ¡No nos perdáis ni nos abandonéis, dadnos la señal de vuestra palabra cuando se va el sol y el día, cuando anochezca y cuando amanezca! ¡Guiadnos por el camino azul, dadnos tranquilidad y paz para nosotros y para nuestros descendientes, mostraos y amaneced!”.
Terminada su oración, vieron que se manifestaba en la bóveda azul del cielo la suprema presencia de Tzacol y Bitol, en la forma del más esplendoros de los soles.
Entonces levantaron sus rodillas de la tierra, y se dirigieron al paraje en que habían dejado la noche anterior a Ma-Ix y Teosinte, sus muy amados hijos.
Las aves todas de la montaña vinieron a hacerles compañía, lanzando al viento las notas melodiosas de sus cánticos.
No obstante haberlos buscado hasta en los más apartados rincones, ya no los encontraron. Tzacol y Bitol, los Formadores, habían convertido a los amantes en dos gráciles y esbeltas plantas, en medio de cuyas hojas, que simulaban lanzas verdes, brotaban frutos preñados de diminutos y blanquísimos granos.
Y nuestros Grandes Abuelos, los Mayas, supieron que Tzacol y Bitol habían obrado el milagro de convertirlos en plantas, no solo porque ellos así se los dijeron, sino porque los frutos de esa divina planta mostraban los rubios cabellos de Teosinte y los blancos dientes de Ma-Ix…
Y desde entonces, por mandato de Tzacol y Bitol, de Alom y Cajolom, Tepeu y Gucumatz, los Formadores y Constructores, nuestros Grandes Abuelos, los Mayas, tuvieron por principal alimento los frutos de esa planta, a los cuales dieron el nombre de Ma-Ix, en recuero de la más bella y más amada de sus hijas…
Bibliografía
Gálvez, F. B. (2006). Cuentos y Leyendas de Guatemala. Guatemala: Piedra Santa